El desgarro de Juan José tras perder a su hijo: «Gabriel partió de este mundo con dos años y medio mientras dormía, y no pude hacer nada»

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Juan José junto a su hijo Gabriel, una imagen que forma parte del libro en el que narra la experiencia de su pérdida.

Este hombre cuenta en un libro lo que sucedió aquella noche y cómo aprendió a vivir con el dolor hasta que rehizo su vida y volvió a ser padre, enfrentándose a todos sus fantasmas: «Tengo un motivo para continuar en la tierra y otro para ir al cielo»

19 may 2025 . Actualizado a las 16:49 h.

Gabriel. Un faro de esperanza es precisamente eso, el relato de cómo transitar desde la devastación más absoluta hacia la vida. De cómo un padre puede ser capaz de seguir viviendo tras la desolación y el desgarro descomunal que supone perder a un hijo. Y no solo eso, sino de cómo ser capaz de enfrentarse al mismísimo infierno siendo padre de nuevo. Revivir cada miedo, sobrevivir a cada noche en vela imaginando que vuelve a pasar lo peor. Esa es la potente historia de superación de Juan José Rivas Ballester, que narra en un libro autoeditado y disponible en Amazon en el que desde el principio uno se aproxima al abismo de la pérdida. Juan José no utiliza eufemismos para contar qué ocurrió aquella noche en que dejó de tener con él físicamente a su niño. «Gabriel partió de este mundo en el año 2019 con dos años y medio. No tenía ninguna enfermedad, era un nene que estaba completamente sano».

Nada, salvo una mala sensación que Juan José tuvo durante todo el día, hacía presagiar el horror que iba a vivir nada más llegar del trabajo aquella noche. «El niño estaba con la que en ese momento era mi pareja, que no era la madre de Gabriel. Ya estábamos separados, pero siempre mantuvimos una buena relación». Gabriel estaba ya durmiendo, y su padre fue a verle y a cortarle las uñas aprovechando que dormía, ya que al día siguiente le tocaba irse con su madre. «Me senté a su lado y le acaricié la espalda. Él estaba girado hacia la pared, entonces yo lo cogí de la mano para cortarle las uñas. Cuando lo giré, mi mente en un segundo se dio cuenta de que algo estaba pasando, pero yo no quería verlo, a pesar de que su estómago no se movía como cuando respiraba. Es como si te rompieras en mil pedazos. No entiendes lo que está pasando. Empecé a llamarlo, a zarandearlo, y no respondía. Le abrí la boca para mirar si es que tenía algo sólido que no lo dejaba respirar».

NO PUDIERON SALVARLO

Juan José intentó reanimarlo sin éxito mientras llegaban los servicios sanitarios. Entre tanto, como no reaccionaba a la reanimación cardiopulmonar, cogió en brazos al niño con la intención de llevarlo él mismo al hospital, y justo en ese momento, llegó la ambulancia. No pudieron hacer nada por él. Gabriel sufrió una parada cardiorrespiratoria mientras dormía, lo que coloquialmente se conoce como muerte súbita. «Él se durmió y no sintió nada. Nosotros teníamos entendido que estas cosas solo ocurrían en los bebés, pero después supimos que también puede pasarle a personas adultas y a niños mayores, aunque con menos frecuencia», explica el padre, que asegura que el dolor «no es desgarrador, creo que es más que eso. Es inimaginable la sensación de tener a tu hijo fallecido en brazos».

Tras la llegada de los servicios sanitarios, que le pidieron a Juan José que se retirara, este llamó a su propia madre, la abuela de Gabriel, para contarle lo que estaba pasando. Cuando llegó la policía al domicilio, le preguntaron si había llamado a la madre del niño. «Les dije: “No sé cómo hacerlo”. Es muy desgarradora la situación de por sí, como para tener que darle esa noticia. Es muy doloroso decirle a su madre que Gabriel ya no estaba, entonces, me dijeron que le contara que estaba malito y que tenía que venir. Hacer esa llamada me destrozó. Darle una noticia así a una madre es muy fuerte».

Una vez que se llevaron el cuerpo de Gabriel, Juan José y su pareja se fueron a la casa de los padres de él, a la espera de que les llamaran del tanatorio tras practicar la autopsia. «Vino muchísima gente a despedirlo y recibí mucho apoyo de familiares y amigos, pero después del entierro, rompí mi relación de pareja porque lo que yo necesitaba en ese momento era estar con mi familia. Al mes siguiente intenté retomar la relación, pero tras unos días decidí dejarlo definitivamente. No estaba preparado para dar amor, no podía. Y menos aún para volver a esa casa en la que todo era un recuerdo constante de mi hijo».

Juan José continuó viviendo con sus padres, donde la habitación de Gabriel sigue intacta. En la casa de su hermana, la tía del niño, de vez en cuando fueron apareciendo durante un tiempo juguetes detrás de los muebles, como recordatorios de que seguía presente. El padre confiesa que tras el entierro vinieron momentos muy duros y noches de insomnio. Una de ellas, sufrió un ataque de ansiedad que le impedía respirar. «Cerré los ojos y pensé: “Si me tengo que marchar, me marcho”. Pero ese no era el camino. Soy creyente, por eso sé que lo más importante que hay es la vida, pase lo que pase. Y ese fue un punto de apoyo muy importante para seguir adelante, aparte de la familia y los amigos. Tener esa fe me ha hecho resurgir. Más allá de religiones ni de dogmas, yo siento que Gabriel me envía mensajes. Cada día es una lucha para salir adelante, pero con el apoyo de que sé que está bien, en otro lugar».

Él entiende que su propósito en esta vida es contar su historia para que otros padres que se puedan sentir tan perdidos y desubicados como él puedan encontrar un apoyo, ver que no están solos para continuar adelante.

Tras un mes de baja, se reincorporó a su trabajo en el servicio público de Tranvías de Alicante, donde reside, con un acuerdo horario que no pudo mantener demasiado en el tiempo para trabajar por las mañanas. «Iba cambiando mis turnos con los compañeros, que no tienen la culpa, pero es que por la mañana los nenes están en el colegio y los usuarios del tranvía son adultos, pero por las tardes hay más familias, y era muy doloroso para mí. Me apretaba mucho el pecho. Aguanté en el trabajo y después, más adelante, volví a coger la baja».

VOLVER A SER PADRE

Y en ese dolor transitó hasta que se reencontró con una amiga de juventud, que hoy es su mujer. Se enteró de lo que le había pasado a Juan José y empezaron a entablar relación. «Ella ya era madre de dos niñas, y yo no quería tener más hijos. Yo pensaba que ya tenía a mi hijo, aunque no esté físicamente conmigo, y no pensaba que no podría volver a afrontar el miedo de pasar por lo mismo», explica Juan José. Sin embargo, se fue haciendo la luz y entonces, que tenía 38 años, pensó que si quería volver a intentarlo, lo ideal era hacerlo pronto.

Y nació Miguel. Su llegada fue maravillosa, aunque con susto incluido. El bebé estaba sufriendo y no sabían por qué, hasta que al nacer se dieron cuenta de que venía con una vuelta del cordón umbilical. Instantáneamente, se lo llevaron y lo reanimaron. La pesadilla, por un momento, parecía volver a cernirse sobre Juan José. Afortunadamente, esta vez fue posible salvarlo. Hoy el pequeño Miguel tiene la misma edad que Gabriel cuando falleció. A pesar de esta nueva oportunidad que le ha brindado la vida, su padre no puede evitar que la huella del trauma aparezca cada noche. «A mí me cuesta muchísimo conciliar el sueño. A veces está durmiendo y enseguida tengo que ir a moverlo y mirarle la barriga, lo que me transporta de nuevo a ese momento».

Aun así, Juan José y su familia han vuelto a vivir gracias a este pequeño que les ayuda a seguir adelante. «Solo me queda disfrutar de ese niño que tengo conmigo físicamente y superar todo el miedo y todo el trauma. Es una lucha diaria, pero esto de haber escrito el libro y de dar a conocer la historia en las redes sociales está haciendo que cada vez me sienta más cerca de Gabriel». Tan cerca que este padre asegura que tiene dos razones para seguir en pie: «Tengo un motivo para continuar en la tierra y otro para ir al cielo. A veces estoy en esa línea entre los dos mundos y me siento acompañado por mis dos hijos, tanto por Miguel como por Gabriel».