Bruno, hermano de Diego Bello, el coruñés asesinado por la policía en Filipinas: «La riñonera es la mayor evidencia de que fue un montaje»
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Hace cinco años la policía acabó a tiros con la vida de Diego Bello, el hermano de Bruno, un gallego de 32 años que triunfaba con sus negocios en Filipinas, alegando que era el mayor narcotraficante de la zona. Hoy, los policías están en prisión acusados de asesinato
31 ene 2025 . Actualizado a las 10:26 h.Diego Bello (A Coruña, 1987) tenía 32 años cuando tres policías filipinos lo abatieron a tiros y acabaron con su vida en una supuesta operación antidroga en enero del 2020. Del coruñés, un chico extrovertido, con don de gentes y siempre dispuesto a echar una mano, que había levantado tres negocios (un hostal, una tienda y un restaurante) con éxito en la isla de Siargao, llegaron a decir que era el mayor narcotraficante de la región. Investigaciones posteriores han desmontado la versión policial y confirmado que el escenario del crimen fue manipulado: ni consumía droga ni la vendía. Le colocaron una riñonera con droga y una pistola en una de sus manos. El documental Justicia para Diego, que se acaba de estrenar en TVE cuando se cumplen cinco años del crimen, relata cómo una supuesta operación antidroga sirvió para ocultar un crimen premeditado.
—Bruno, ¿cómo recuerdas a Diego, tu hermano? Muy fan del Dépor, muy bromista, con muchas ganas de participar en todo, de ayudar ...
—En los últimos años, menos fan porque su vida era todo viajar y conocer sitios nuevos, pero sí, fue muy fan del Dépor. Era muy inquieto, tenía mil cosas en la cabeza, muy soñador, y quería cumplir sus sueños, muy amigo de sus amigos, aunque no te conociese te daba el 100 % de lo que tenía, eso es algo que dice muchísima gente que lo conoció por el mundo. Solo con ser español, si te encontraba en Tailandia, en Australia, o en donde fuese, te iba a dar todo lo que tuviese, echaba un cable a quien le hiciese falta.
—Era un buscavidas, ¿no? Se marchó a Londres sin dominar el idioma, y acabó dando la vuelta al mundo en 12 años, pero siempre con Coruña en la cabeza.
—Sí, sí, él venía todos los veranos, aunque no estuviese mucho tiempo, pasaba dos, tres semanas, un mes, dos meses, o incluso todo el verano, siempre trabajando, no paraba, la verdad. Estuvo al frente del bar La Duna en Barrañán un verano entero. Llegábamos de trabajar de Santiago y se iba para allí directamente, sin descansar ni nada. Trabajaba de 8 de la mañana a 12 de la noche solo para ahorrar, para después comprarse el billete para Australia, Filipinas... Todo por luchar por su sueño y seguir viajando.
—¿Hablabais con frecuencia?
—Sí, es como si estuviese aquí casi. Hablábamos prácticamente cada dos días, nos mantenía informados de las cosas que estaba haciendo, las compras que hacía para su tienda, Mamon, el restaurante, La Santa... Cuando estuvo en Australia también, y en Londres, era un contacto diario. A veces por el cambio horario se hacía un poco más difícil, pero siempre sacábamos unos minutos para hablar.
—Menudo imperio tenía montado, no estamos hablando de una tienda...
—Creo que mi hermano tiene una visión de las cosas, o tenía, muy fácil. O él por lo menos lo veía muy fácil, y yo creo que plasmar esa facilidad en los negocios fue lo que hizo que fuesen tan exitosos. Y luego tenía mucho don de gentes, se la ganaba muy rápido, y eso también ayudó.
—Se dice que estaba en su mejor momento, «en la cresta de la ola».
—Sí, lo dice mi madre. Él estaba creciendo, los negocios le iban muy bien, acababa de reabrir Mamon después de una reforma bastante grande...
—¿Os había contado los problemas que le estaban poniendo las autoridades?
—A ver, son unas trabas que nosotros, incluso él, veíamos hasta medio normal. Porque, al final, querían poner un límite al ocio nocturno y a la llegada de extranjeros, no sé si cortarlo, pero sí medirlo. Él nunca lo vio como un problema, decía que habría que adaptarse. Cuando a Arturo (uno de los dos socios de Diego) lo amenazaron de muerte, mi hermano no estaba ni en la isla, estaba ingresado en Manila por dengue, y nos lo contó al día siguiente de que se lo contaran a él. Estábamos informados siempre de cualquier problema.
—¿Cómo interpretas cuando lo intentan parar ese mismo día unas horas antes?
—Supongo que ya lo querrían haber hecho ahí. Nunca lo he pensado, la verdad, pero puede ser que si lo hubiesen interceptado ahí, igual hubiese sido diferente el desenlace.
—Cuando pasa todo, Pedro, el otro socio, te escribe por Instagram...
—Fue sobre las ocho y algo de la tarde, yo lo recibí con un nerviosismo que no sabría ni decirte por qué. Es lo mítico de las películas de «vi el mensaje, y me puse nervioso». A mí me pasó. Quizás porque sabes que tu hermano está fuera, no se comunica él, sino un amigo...
—Y te ves en la tesitura de tener que llamar a tus padres para decirles que mataron a Diego. Ellos destacan tu entereza en esos momentos.
—Yo sabía que con la noticia que les iba a dar se les iba a caer el mundo encima, tenía que aguantar de ellos y tirar.
—¿Pedro te da la noticia de golpe o te cuenta progresivamente?
—No, al principio, me dice que hubo un problema en La Santa y que a mi hermano le dispararon, y luego ya me dice que se murió. A la segunda o tercera llamada ya me cuenta que hubo un problema con la policía. Nos vamos enterando a cuenta gotas, y a mí ya no me cuadran mucho las cosas. Con el paso de los días nos vamos dando cuenta de la trama que quisieron montar, y de lo que, al final, fue: que los policías están en la cárcel acusados de asesinato.
—¿Os planteasteis ir a Filipinas?
—No, teníamos más que perder que que ganar. Lo único que podíamos ganar se podía hacer desde aquí con presión y contactos. Y teníamos mucho que perder si nos relacionaban con temas de narcotráfico, aunque no era nada verdad, evidentemente.
—A poco que conocieras a Diego sonaba surrealista, pero llegaron a decir que era un narcotraficante importante.
—Sí, de hecho, el primer día los titulares eran: «La policía filipina mata al mayor narcotraficante de la región de Siargao»; a los tres días empezaron a cambiar, a la semana ya fue diferente, y a los seis meses ya no tenían nada que ver.
—¿Cómo lo recibes?
—Al principio, no me lo creo, ni de coña. También digo en el documental que hay un 1 % de mí que dice: «¿Y si es verdad?». Le pregunté a Pedro y le dije: «Ahora ya está, no se puede arreglar, no hay nada que hacer por mi hermano, ¿pero qué hay de cierto en esto?». Él me dijo que si estaba de broma, que no estaban metidos en eso ni de lejos, pero es que tampoco lo necesitaban. A una persona que le va tan bien en los negocios no se mete en esas cosas, y más en un país en el que sabes que la vida no vale nada, y que eso está completamente penado.
—¿Cuándo te queda claro que se trata de un montaje para acabar con su vida?
—Después de ver el informe policial me queda clarísimo. Yo trabajo como policía local en España, y hago informes de convivencia más extensos que el que dice que mi hermano es un narcotraficante y que lo mataron. ¿Cómo una supuesta operación policial contra el mayor narco de la región ocupa medio folio? Es que no se sostiene. No registraron ni su casa ni sus locales, no hay una investigación previa...
—¿Por qué no lo querían? Les podía sentar mal el éxito de los extranjeros, pero también era el bien de la zona, ¿no?
—Sí, pero yo creo que los filipinos son muy desconfiados y muy cerrados, y a lo mejor estaban viendo que Siargao se estaba convirtiendo en un paraíso para inversores extranjeros que venían a sacar rentabilidad, y eso fue lo que quisieron evitar. De hecho, en el documental creo que es Arturo el que dice que la gente de dinero de Filipinas quería quitar los negocios de los extranjeros para ponerse ellos.
—¿Ese es el motivo por el que lo matan?
—No, el motivo no es ese, evidentemente, ni lo sé ni creo que lo vayamos a saber nunca. Creo que fue una mezcla de celos, de envidias... Pero no celos de la policía, evidentemente, eso tiene que venir de más arriba.
—¿Arturo y Pedro, los socios, escaparon?
—Sí, se fueron de la isla y abandonaron todo. De hecho, a los meses de que pasase eso, hubo un tifón y La Santa quedó medio arrasada, ahora creo que sigue funcionando con otro nombre y otra gerencia.
—Cuentan que se fueron por miedo.
—Cuando llegaron a casa de mi hermano, los policías sabían quiénes eran, los trataron por el nombre, le dijeron: «Arturo, ¿tú qué haces aquí?». Sabían quiénes eran y estaban bajo la mirada de la policía, o no sé de quién estarían.
—¿Fue Diego como podía haber sido Arturo o Pedro?
—Yo creo que sí. Arturo, después de haber pasado lo del cruce, le pregunta esa noche al salir de La Santa si quiere que lo acompañe, y Diego le dice que no hace falta. Si hubiese ido, a lo mejor hubieran acabado de diferente manera.
—¿Sin la primera investigación que hace por su cuenta la Comisión de Derechos Humanos de Filipinas, en la que posteriormente se basa la del NBI, no estaríamos donde estamos ahora?
—Sí, sería completamente diferente, porque fue un apoyo enorme, y no estaríamos donde estamos ahora, porque nos tendríamos que haber movido mil veces más, y a tantos kilómetros y con un país tan corrupto, no hubiese sido tan exitosa como la investigación de Derechos Humanos. El NBI (un cuerpo diferente a la policía, como si fuera los asuntos internos aquí en España) también hace su propia investigación y desmonta la versión de los policías: no hay un registro, no hay una investigación previa, no hay una investigación de quién es la pistola, como que el mayor narcotraficante del país está vendiendo diez gramos de droga (que es lo que le encontraron en la riñonera)... Además, estudian la posición de los casquillos, que no cuadra, como tampoco el tema de la riñonera. En el documental se ve claramente, en las cámaras de seguridad de La Santa, que Diego no lleva ninguna riñonera encima cuando sale de allí. También lo dice Guillermo —nuestro abogado—, que está perfectamente colocada en el suelo y sin una gota de sangre, cuando le acaban de disparar por todo el cuerpo... Eso es que no la llevaba ni de broma. Es la mayor evidencia de que fue un montaje, como lo recoge el NBI en su informe.
—¿Cuando se entregaron los policías tres años después, sentisteis algo de alivio?
—Sí y no, porque después de estar diez meses huidos de la justicia, que de repente se entregaran suena muy raro también.
—¿En qué punto está el juicio?
—Va para largo, no podría decirte si un año, tres o cinco, no lo sé. Incluso tampoco creo que ellos sean muy conscientes del tiempo que les va a llevar todo esto. Hace dos o tres meses se canceló una vista con días de antelación, porque de repente declararon ese día festivo. El país funciona así, a trompicones y muy mal.
—¿Hay que llegar hasta el final para limpiar el nombre de Diego?
—Sí, sí. Con fuerza nos mantenemos desde el minuto cero, a veces más, otras menos, pero nunca vamos a bajar los brazos.
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—¿La justicia llegaría con la condena?
—Entre comillas. La justicia de verdad no existe para mí, porque sería que mi hermano estuviese vivo, y esos policías en la cárcel o donde tuvieran que estar. Pero una parte de justicia llegaría con una gran condena. Si puede ser cadena perpetua, pues cadena perpetua.
—¿Continuar con su marca de ropa es una manera de tenerlo presente?
—Claro, al final, ver a alguien con una camiseta o con una sudadera de Mamon es acordarte de Diego y rememorar todo lo que suponía para nosotros.