
El canario fabrica un gol maradoniano, eliminando rivales con la diestra y encajando un zurdazo en la escuadra en otra de sus grandes noches con el Dépor
04 may 2025 . Actualizado a las 23:33 h.El tiempo es un bien difícil de tasar, pero veinte millones tampoco resultan un precio descabellado por la cantidad suficiente de buenos momentos. ¿Cuánto puede costar, por ejemplo, medio minuto de un domingo cualquiera? Depende, claro.
La cantidad se dispara si Yeremay recibe el pase inocente de José Ángel y convierte a su socio en el Negro Martínez de aquel 22 de junio del 86. Juntar en un párrafo lo de Maradona a Inglaterra y esto del canario en plena pachanga con el Albacete es un pecado que solo rebaja a venial la necesidad de encontrar nuevos marcos en que encajar las genialidades de este otro pibe de potrero. Capacitado para burlar rivales con la diestra y buscar la escuadra con la zurda, redondeando la burda analogía con el 10 más talentoso de la historia.
La pequeña obra maestra del 4 de mayo arrancó en el minuto 26 y 57 segundos de un partido a deshora sin nada en juego. Poco antes había robado Jaime Sánchez, e intervenido Obrador, Helton, Pablo Vázquez y Mario Soriano, para no dejar sin parte en el relato a todos quienes contribuyeron a crear el prólogo del monumento. De las botas del madrileño partió el cuero hacia José Ángel, que lo entregó todavía dentro de la circunferencia que rodea la divisoria. Allí se citó Yeremay con Antonio Pacheco. Le fijó las piernas al césped y se lo quitó de encima con giro en seco. Llegó enseguida Morcillo, confiado en pillar al de El Polvorín por sorpresa. Pero no contaba el del Alba con el rango de visión del genio. Percibió la sombra que se venía encima y le abrió un túnel entre las piernas. Como la marca resultó más pegajosa de lo esperado, aún tuvo que volver a sacudírsela tras completar la carrera que tenía la frontal como meta. Allí dejó al rival pasar de largo, deteniendo la bola y cambiándola de pierna.
Reapareció entonces Pacheco, acompañado esta vez por Lazo, que había abandonado la persecución de Villares al detectar dónde estaba el auténtico peligro. Entre ambos coló Yeremay su violento disparo con la izquierda, que superó también a Lizoain, incrustándose entre su manopla y el larguero justo cuando el reloj marcaba 27.09. Hora del gol del año en Riazor y en toda la categoría.
Ya lo de menos fue el doblete, de penalti tocadito junto al palo, e incluso la despedida, camuflada en pleno córner, obligando al mejor jugador del Dépor a abandonar el patio de su recreo por una esquina mientras el fútbol seguía, devaluado, sobre el césped. Nadie prestaba ya atención a la pelota. Ojos y gargantas seguían el paseo al otro lado de la cal: «Yere, quédate». Porque, por veinte millones, quién animará mañana una noche muerta.