
El Gobierno nos recuerda que con más impuestos progresivos se reparte mejor la riqueza. Lanza campañas sobre la aplicación de la recaudación tributaria en infraestructuras viarias, centros educativos, instalaciones sanitarias y demás servicios. Insiste en que no ha subido los impuestos y sí ha subido los salarios y las pensiones. Pero una cosa es la fiscalidad real y otra la percepción que se tiene de ella. Según el CIS, ocho de cada diez creen que no hay justicia retributiva; seis que reciben menos de lo que dan; cinco que los impuestos sirven para poco o nada.
La presión fiscal ha aumentado varios puntos en los últimos años, porque la tributación no va acorde con el IPC, que se ha disparado con los virus y los aranceles, y porque muchos contribuyentes han ascendido de tramo habiendo perdido poder adquisitivo. Es lo que los expertos denominan «imposición silenciosa» o «progresividad en frío», que quizás tenga que ver con el progresismo. Si no se deflacta el IRPF, que sí es un impuesto progresivo, si no se pondera la inflación, cada vez más contribuyentes, sobre todo de rentas medias, pagan más impuestos. Según el Gobierno, deflactar favorece a las rentas altas. Según las comunidades del PP, deflactar sus tramos autonómicos favorece a las rentas medias. Según el CIS, más de la mitad de los españoles se consideran de clase media. La idea liberal de bajar los impuestos de modo genérico, sin concretar a quién y para qué, es popular. La idea ultra liberal de suprimir los impuestos es más simple, pues no ha de responder a esas preguntas.
Cabría una propuesta, que unos tacharán de utópica y otros de distópica, pero práctica. Bastaría con eliminar el voto secreto y dar, en el mismo momento de la votación, un certificado que indique el partido al que se vota. Presentando ese certificado a la hora de la declaración de la renta, los votantes de derechas, ricos o pobres, quedarían eximidos de pagar impuestos. Eso sí, solo podrían llevar a sus hijos a centros de titularidad privada, recibir asistencia médica en clínicas y hospitales privados, contratar seguridad privada sin contar con los servicios públicos y circular por carreteras no pertenecientes al Estado. La ausencia de fiscalidad no da la felicidad.