
Cayeron en mis manos dos libros: la novela Lo que somos ahora (Bamba editorial), de May Sarton, y el ensayo La vejez de Simone de Beauvoir. Iba a decir que cayeron por casualidad, pero no es cierto: los libros, como las personas o las cosas, vienen a nuestra vida porque los atraemos por algún motivo. En su sutil y bella novela, Sarton da voz a Caroline Spencer, una mujer de 76 años que, confinada en una residencia, escribe un diario como acto de resistencia. A pesar de su aislamiento y de su confusión mental, mantiene una voz interior fuerte. La vida está a merced de la cuidadora buena o la cuidadora mala («la verdadera naturaleza de una persona se adivina por su roce mucho más que por su mirada», nos dice), o de pequeños placeres como el tacto de una mano o unas palabras amables, pero consigue preservar su dignidad y su identidad.
Por su parte, Simone de Beauvoir analiza la vejez desde una perspectiva filosófica y política. «Nada debería ser más esperado que la vejez, pero el ser humano se niega a reconocerse en el viejo que será, nos dice». Asegura que este no es únicamente alguien que envejece, sino alguien que la sociedad define como «otro», improductivo e invisible. En un sistema que valora la eficiencia, el anciano es excluido. Beauvoir denuncia esa deshumanización y llama a repensar la forma en que tratamos a quienes envejecen.
En todo caso, viejo es quien quiere serlo. Hace unos años le preguntaron al actor Clint Eastwood cuál era su secreto para mantenerse activo. Él contestó que el mismo desde 1959: mantenerse ocupado. «Nunca dejo que el viejo entre en casa —dijo—. He tenido que sacarlo a rastras, porque el tipo ya estaba cómodamente instalado, dándome el coñazo a todas horas, sin dejarme espacio para otra cosa que no fuera la nostalgia. Hay que mantenerse activo, vivo, feliz, fuerte, capaz».
Ambos libros —la ficción íntima de Sarton y el análisis lúcido de Beauvoir— se entrelazan en un mismo mensaje: la vejez no es solo un hecho biológico, sino una construcción cultural y, sobre todo, una postura vital. Si bien el cuerpo se transforma, lo que define nuestra experiencia de envejecer es la mirada —propia y ajena— que le arrojamos. Como Caroline, podemos seguir escribiendo, amando, resistiendo, incluso en los márgenes; como propone Beauvoir, podemos cuestionar el relato dominante que nos empuja a la pasividad. Tal vez por eso estos libros llegaron a mí ahora: para recordarme que envejecer no es rendirse, sino elegir cómo habitamos el tiempo que tenemos por delante.