Mujeres en el cónclave

Celso Alcaina
Celso Alcaina DOCTOR EN TEOLOGÍA Y FILOLOGÍA. EXOFICIAL DEL VATICANO

OPINIÓN

Jaime C. Patias. Revista «Missoes» | Wikipedia

07 may 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Con la Carta apostólica Ordinatio sacerdotalis de 22 de mayo de 1994, el papa Juan Pablo II declaró que «la Iglesia no tiene la facultad de conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres». Y añadía que «esta doctrina debe ser considerada como definitiva por todos los fieles».

En los tiempos modernos, solo sus antecesores Pío IX y Pío XII habían usado de la prerrogativa personal de definir alguna verdad al margen de los concilios. Pío IX lo hizo en 1854 al proclamar el dogma de la Inmaculada Concepción de María a través de la bula Inefabilis Deus. Pío XII, en el 1950, con la bula Munificentissimus Deus, definió que «terminado el curso de su vida terrenal, María fue asunta en cuerpo y alma a la gloria del cielo».

La infalibilidad personal del papa tiene su origen en el Concilio Vaticano I. Sorprendentemente, el papa instigador y controlador de ese concilio ejerció esa prerrogativa ya antes de la definición conciliar de la infalibilidad papal. Es más. El hecho de haber usado esa prorrogativa sirvió al concilio como argumento definitivo: contra facta non valent argumenta (contra los hechos, no hay argumento que valga), dijeron los infalibilistas.

Soy testigo de los sinsabores que en la curia vaticana producían los dogmas marianos y también todo el Concilio Vaticano I. Una piedra en el zapato difícil de soportar con un espíritu crítico y evangélico. Imposible encontrar un serio fundamento bíblico y de tradición. La imaginación/devoción popular se había extralimitado e impuesto.

El papa Francisco tuvo que sortear la Ordinatio sacerdotalis. Bergoglio era claramente feminista. En sus palabras y en su vida consideraba que la misoginia o la discriminación por género eran injustas y antievangélicas. Pero no podía contradecir a su antecesor sin riesgo de un cisma. Se lo recordaban y amenazaban importantes eclesiásticos, incluidos algunos cardenales que le habían aupado a la sede de Pedro.

Ante el panorama desfavorable a la plena integración de la mujer en la Iglesia, escogió nuevos caminos. Con palabras y con hechos. En sus comunicaciones varias destacó la importancia de las mujeres, incluso calificando la Iglesia de femenina: «La Iglesia es la Iglesia, no el Iglesia». «Solo con ellas se puede ser Iglesia». Veladamente, este pensamiento está plasmado en su encíclica Praedicata evangelium del 2022. Y, aunque no lo diga expresamente, no hace falta ser un lince para interpretar que él atribuía a las mujeres iguales roles que a los hombres.

La misoginia no es exclusiva de la Iglesia católica. Otras religiones y otras instituciones la sufren. Incluso la exhiben o la desarrollan. Lamentablemente, la misoginia tiene raíces en la prehistoria. Si en el Paleolítico la mujer era venerada como la dadora de vida y la custodia de la tribu, entrado el Neolítico fue destronada por el varón. Son milenios de discriminación. Pocas excepciones.

Al no poder integrar las mujeres en el orden sacramental, Francisco decidió dar responsabilidades de gestión y dirección a varias valiosas mujeres.

Una ellas, Simona Brambilla, es prefecta (ministra) de la Congregación de Religiosos/as, ahora llamada «Congregación para los institutos de vida consagrada». Un dicasterio que siempre estuvo presidido por un cardenal. Francisco otorgó a Brambilla un cargo cardenalicio. Indirectamente dejó clara su intención o pretensión. Con este nombramiento la adecuó al resto de cardenales. También, en la función de la elección del papa. Y recuérdese que la dignidad de cardenal no está ni siempre estuvo vinculada al orden sacerdotal.

Concluyo. Simona Brambilla debería entrar en el cónclave y poder emitir su voto.