
En el documental Requiem for the American Dream (2015), Chomsky advertía a sus compatriotas sobre la concentración del poder en unos cuantos multimillonarios, el incremento de la pobreza, la desaparición de la clase media y el riesgo para la democracia. Ahora Trump se presenta como el prototipo del soñador americano, rodeado de millonetis que hablan de las bondades del liberalismo como si fuesen liberales, cuando son libertarios, paradójicamente arancelarios y carcelarios. No pretenden gobernar, sino gobernarse para aumentar sus beneficios, prescindiendo del 20 % de sus paisanos, hacia los que sienten aporofobia, fobia a los pobres, que acaban convirtiéndose en marginales, lo cual les está bien empleado por no alcanzar el sueño americano. Sin embargo, dicho sueño pertenece más al pasado que al presente.
En el siglo XIX, con la nación creciendo a golpe de escaramuza y talonario, las fronteras en expansión hacia el oeste, la oferta de tierras gratis en propiedad y la fiebre del oro, EE.UU. era el país de las oportunidades, la fortuna y la inmigración, donde casi todo dependía de los individuos, no del Estado. En la vieja Europa, la Revolución Francesa había dejado como herencia un Estado confiable; en la nueva América primaba la desconfianza hacia el Estado. Después vendrían la industrialización, las guerras mundiales, la Gran Depresión, el New Deal, la economía de guerra, la Guerra Fría, la carrera espacial, la colonización empresarial, etcétera. El Estado era más intervencionista, pero los individuos continuaban soñando.
Luego vendrían la caída del Muro, la ruptura del equilibrio bipolar, el neoliberalismo reaccionario, la globalización, las frivolidades de la cultura woke, la brecha entre la riqueza de unos y la pobreza de otros, etcétera. Trump se ha aprovechado tanto de la memoria histórica como del imaginario actual.
Aunque los yanquis llevaban ya tiempo sin dormir bien, según Gallup, empresa que viene realizando encuestas al respecto desde que comenzó el siglo, el sueño norteamericano está peor que nunca, pues seis de cada diez duermen poco y mal, por lo que apenas sueñan. La consultora relaciona menos sueño con más estrés, pero quizá se pueda relacionar más estrés con gobernantes más estresantes. Ya no hay sueño americano, salvo para unos pocos. Trump provoca más pesadillas que sueños, tanto fuera como dentro del país. Muchos yanquis están pasando del sueño americano al insomnio cotidiano.