Canadá busca hoy en las urnas un líder que afronte la amenaza de Trump
INTERNACIONAL

Un atropello multitudinario deja 11 muertos en un festival en Vancouver
28 abr 2025 . Actualizado a las 05:00 h.En el teatro, como en la política, los villanos hacen a los héroes. Pocos políticos progresistas en el mundo podrían deberle su éxito a Donald Trump, excepto el primer ministro canadiense Mark Carney, que hoy se prepara para celebrar una victoria electoral, inimaginable sin el revulsivo que ha supuesto el discurso anexionista del presidente de EE.UU.
En enero, solo el 12 % del electorado creía que el Partido Liberal de Justin Trudeau merecía la reelección. El líder del Partido Conservador, Pierre Poilievre, había puesto a su formación 27 puntos por delante, gracias a un discurso pospandémico metódicamente construido sobre la inflación, la vivienda y la necesidad de cambio que se respiraba a nivel global. Bastó con que Trump subiera al poder reclamando a Canadá como el 51 estado de la Unión para dar un vuelco impensable a las encuestas.
Pese al desgaste de casi una década con Trudeau en el poder, el Partido Liberal llega hoy a las elecciones con entre cuatro y seis puntos de ventaja en la intención del voto. «La conversación política cambió rápidamente. Lo que antes era una contienda centrada en la escasez interna pasó a definirse por la precariedad internacional. Y con ello cambiaron las cualidades que los canadienses buscaban en un líder», observó en su editorial el Toronto Star.
El exbanquero era, hasta que su partido lo eligió para suceder a Trudeau, casi un desconocido, cuya gestión como el primer director no británico del Banco de Inglaterra le daba solidez. Su popularidad ha pasado del 19 % al 46 % en los menos de dos meses transcurridos desde que convocó comicios anticipados, a las dos semanas de heredar el cargo. Y es que la pregunta clave de las elecciones más trascendentales de la historia también ha cambiado.
«En un momento dado de la campaña el 56 % de los canadienses nos dijo que la pregunta más importante en las urnas era: ¿Qué partido es más capaz de hacer frente a las amenazas de Donald Trump contra Canadá?». La cifra ha bajado ligeramente desde ese punto álgido del 4 de abril que siguió al Día de la Liberación de Trump, cuando el presidente de EE.UU. anunció su traca de «aranceles recíprocos» con la que sacudió al mundo.
Como si fuera consciente de que la elección de Carney «infligiría un daño severo», criticó el psicólogo canadiense anti-woke Jordan Peterson en el pódcast de Joe Rogan, que impulsó la elección de Trump, el presidente se había abstenido en el último mes de repetir sus amenazas a la soberanía canadiense porque, dijo, no consideraba «apropiado» hablar de las elecciones de otro país. Hasta que los periodistas de la revista Time le tiraron de la lengua en la entrevista sobre sus primeros 100 días publicada el viernes. «No estoy vacilando», aseguró él.
«Nos ocupamos de su Ejército y de todos los aspectos de sus vidas. No necesitamos que nos fabriquen los coches. De hecho, queremos hacerlos nosotros. No necesitamos su madera, ni su energía. No necesitamos nada de Canadá. La única manera en la que esto funcionará es que se convierta en un Estado más [de EE.UU.]», remachó. A tres días de las elecciones, la aguja electoral volvió a girar hacia esa pregunta existencial que ha definido la campaña.
El desafío de Trump no solo ha alterado los comicios, sino que reaviva una vieja herida canadiense: la necesidad de reafirmar su independencia frente a su poderoso vecino anglosajón. Muchos votantes del Partido Verde confiesan a los periodistas que esta vez depositarán su voto por el Partido Liberal. Hasta los independentistas de Quebec dicen ser conscientes de que el Bloc Québécois no tiene la fuerza nacional que demandan los tiempos.
Trump ha logrado lo que ningún primer ministro había logrado en décadas: unir al país en torno al miedo existencial. «Va a pagar por ello, porque una vez que Carney sea elegido, Trump no tendrá un enemigo más curtido en todo Occidente», lamentó Rogan al diario conservador National Post. Pero incluso entre la derecha empresarial hay quien ve ganancia en el terremoto político que ha desatado Trump en Canadá.
Junto a la unidad nacionalista recién estrenada, «ha generado un consenso sobre la necesidad de construir una economía más resiliente, basada en la idea de que el primer paso tiene que ser demoler las barreras comerciales internas», escribió en su editorial The Globe and Mail. «Hace seis meses solo un ingenuo hubiera apostado a que Ottawa y las provincias harían algún progreso en eliminar las regulaciones que solo protegían intereses parroquiales», reflexionó. «Hoy ese ingenuo ganaría las apuestas. Las amenazas de Trump han sacudido del letargo a los políticos y empiezan a suceder cosas buenas».
Furor nacionalista
El llamado a boicotear los productos estadounidenses y apoyar la economía local ha hecho resurgir la venta de productos nacionales un 10 %, los canadienses prefieren pasar las vacaciones en casa —el turismo a EE.UU. ha caído un 70 %—, las gorras de «Canadá no está en venta» hacen furor y el café americano ha pasado a llamarse «canadiano».
Canadá no quiere cambiar la hoja de arce de su bandera por las barras y las estrellas. Los hinchas abuchean a los rivales cuando suena el himno estadounidense en los partidos de hockey y se destaca el multilingüismo para diferenciarse del ‘English only' de sus vecinos. «La diferencia es que Canadá tiene amigos en todo el mundo, mientras EE.UU. se queda cada vez más solo», decía el granjero Peter Hamilton a CNN.
Carney no ha dejado pasar la oportunidad de retratar a su rival como un «adorador de Trump», alguien que se arrodillaría ante él. Incluso ha agitado el fantasma del negacionismo electoral ante las primeras pancartas de quienes ponen en duda las encuestas. «Eso difumina la barrera entre el escepticismo legítimo y las teorías de la conspiración», se quejó The Globe and Mail, que empatiza con aquellos conservadores a los que les cuesta asimilar el vuelco de llevar una ventaja de 25 puntos a ir rezagados por cuatro, cinco, seis y hasta siete puntos.
El que se veía ya como un gobierno a la espera de ocupar el poder obtendrá buenos resultados de oposición, según las encuestas, porque ni siquiera la participación histórica que adelantan los votos depositados anticipadamente garantiza que el Partido Liberal obtenga los 172 escaños necesarios para alzarse con el poder —la proyección de YouGov le otorga entre 162 y 204, con una estimación central de 185—.
La perspectiva de un ganador incapaz de formar un Ejecutivo sería la mejor expectativa para Poilievre, que no ha sabido o no ha podido desmarcarse de Trump —aún popular entre uno de cada cuatro conservadores—, pero la peor para el país. «Estas iban a ser unas elecciones sobre prioridades económicas y sentido común», se quejó National Post. En lugar de hablar de las pensiones o de energías renovables, toca decidir si resistir o capitular ante la amenaza trumpista de que, sin EE.UU., «Canadá dejaría de existir».
Ataque en plena campaña
El cierre de campaña se vio empañado por un atropello multitudinario en Vancouver, durante un festival callejero en el que participaba el candidato de la tercera formación con más opciones, el Nuevo Partido Liberal, Jagmeet Singh. La Policía informó de 11 muertos por el ataque, provocado por un individuo que en la noche del sábado atropelló a decenas de personas que asistían a una celebración de la comunidad filipinocanadiense. El presunto autor, de 30 años, es un hombre que sufre problemas mentales y tiene antecedentes policiales, por lo que la Policía está segura de que no fue un acto terrorista.
El número de víctimas mortales podría aumentar porque el ataque causó decenas de heridos, muchos de ellos de gravedad.
El primer ministro descartó ayer que exista «una amenaza activa sobre los canadienses». «Estoy conmocionado, devastado», dijo Carney, quien canceló un acto electoral que tenía en Vancouver.
Ottawa mira a la UE ante la presión de EE.UU.
zigor aldama
Siempre que puede, Donald Trump desliza una idea que sulfura a sus vecinos del Norte: «Canadá se beneficiaría enormemente de ser el 51 estado de Estados Unidos». Y, como no lo es, el líder republicano utiliza las excusas del fentanilo y de la inmigración ilegal para castigar a este país con aranceles que dañan sustancialmente su economía.
Canadá reconoce su dependencia de la superpotencia con la que hace frontera y la incapacidad para responder con una represalia equivalente. «Nos une la relación comercial más estrecha, que crea millones de empleos en cada país. En el 2023, el comercio bilateral se acercó a los 2.700 millones de dólares diarios. Además, Estados Unidos es nuestro mayor inversor extranjero», escribe el Gobierno de Ottawa en su web.
Por eso, la actitud de Trump preocupa, y mucho, en la nación de la hoja de arce. Aunque tiene claro que no va a arrodillarse, lo cierto es que más del 80 % de sus exportaciones acaba en el vecino del sur y, si Canadá quiere mantenerse firme sin sufrir un descalabro económico, necesita dar urgentemente con alternativas que le permitan diversificar. Por eso, el primer ministro, Mark Carney, ha decidido buscar la respuesta en las raíces de su país, que, como indicó en su discurso inaugural, «son las de tres pueblos: los indígenas, los franceses y los ingleses».
Adhesión al bloque
En su primer viaje oficial en el cargo, que tradicionalmente tiene Washington como destino, Carney visitó Francia y el Reino Unido. Se reunió en París con el presidente galo, Emmanuel Macron, para comentarle que busca «socios fiables» y lanzó un mensaje antes de volar a Londres para encontrarse con Carlos III, que también es su rey. «Canadá es el país más europeo de los no europeos».
Este mes, Abacus Data preguntaba a los canadienses si les gustaría ser el miembro número 28 de la Unión Europea y un 46 % dijo que sí —un punto más que los británicos que querrían regresar—, mientras que solo el 29 % se opuso. «Nos sentimos honrados por los resultados de esta encuesta. Demuestra nuestro atractivo y el aprecio de una gran parte de los ciudadanos de Canadá por la UE y sus valores», respondió desde Bruselas la portavoz de la presidenta de la Comisión, Paula Pinho, aunque recordó que solo países del continente pueden ser comunitarios.
Aun así, a nivel comercial, la integración del país norteamericano y Europa es casi completa. El Acuerdo Económico y Comercial entre Canadá y la UE (CETA, por sus siglas en inglés) firmado en el 2017 estipula que se «eliminan la mayoría de los derechos de aduana, impuestos y otras tasas de importación» entre ambos y da «a las mercancías que importen de la otra parte un trato no menos favorable que el concedido a sus productos nacionales». De esta forma, se suprime el 99 % de los aranceles de uno y otro lado, y se armonizan multitud de normas de seguridad y de sanidad.
Sin embargo, según los datos del año pasado, la UE sale ganando. Vende a Canadá productos por valor de 39.100 millones de dólares más de lo que gasta en sus compras al país norteamericano. Teniendo en cuenta que el volumen de la relación bilateral es de 108.000 millones, la balanza está muy escorada hacia Europa. La gran incógnita está en si el Viejo Continente puede equilibrarla.
Parece que el consenso apunta a una respuesta negativa. Europa ya tiene afianzados los proveedores para las principales exportaciones de Canadá, que son hidrocarburos —podría sustituir a EE.UU. en petróleo y gas licuado, aunque solo este año Ottawa comenzará a comercializar este último—, minerales, madera y componentes de automóvil. En definitiva, a los canadienses les va a costar cerrar la herida que ha abierto Trump.