
La reina viguesa de la novela negra vuelve para desplegar una gran aventura con el mástil de la historia y las velas de la imaginación en El albatros negro. Oruña novela por primera vez sobre su «guarida», muy cerca de su casa
30 mar 2025 . Actualizado a las 23:02 h.Una muerte en la playa de A Calzoa, un investigador peculiarmente memorioso, una inmersión en la historia apenas conocida de Vigo y un tesoro oculto, no expoliado, en el fondo del Atlántico atrapan en El albatros negro, que despliega una gran aventura con el mástil de la historia y las velas de la imaginación. Esta novela se toma al modo de un mapa de la isla del tesoro, revelado por el fenómeno literario que es nuestra María Oruña (Vigo, 1976).
—«Vuelve la reina del misterio con su mejor novela», se presenta. ¿Admites el rótulo?
—Eso yo no lo puedo decir. Sería como elegir a uno de tus hijos. Es posible que sí sea mi novela más ambiciosa y una de las más arriesgadas. En Puerto Escondido me atreví a hacer géneros distintos en una misma serie. Aquí hago un guiño a la novela de aventuras de comienzos de siglo hibridándolo con histórica, detectivesca y thriller. Estoy contenta con el resultado.
—La batalla de Rande, las leyendas y los ecos literarios son parte del tesoro. ¿Por qué eliges A Calzoa, las Cíes, tu casa, ahora, diez años después de lanzarte a publicar tras colgar la toga de abogada?
—A mí no me parecía difícil novelar Vigo. Lo que se me hacía difícil era tocar mi refugio. No era que me apeteciese llevar al mundo literario mi guarida. Lo que sucede es que yo tenía en mi cabeza que quería un tesoro real y que fuese náutico. Pensaba en el contexto de flota de Indias. Busqué tesoros de forma vehemente por todo el globo terráqueo. Me interesaba un punto de la ría en Ferrol y Vigo lo había descartado porque, aunque tenemos el contexto de la batalla de Rande, todos sabemos que los restos de los galeones que hay en Rande han sido esquilmados durante siglos.
—¿Buceando más qué encontraste?
—Que en Vigo sí que había un tesoro real que no había sido explorado ni esquilmado que estaba vinculado a los galeones de Rande, pero no era uno de esos galeones. Ese momento fue: «¡Aquí!». Una vez que encontré el tesoro, me puse a indagar en la historia de Vigo hasta donde la documentación lo permitió. Los siglos XVI, XVII y XVIII son un período oscuro en Galicia. A mí no me interesaba nada lo que decían los franceses, quería información local. Me interesó el tema de los corsarios en Galicia, cómo se defendían haciendo navegación de cabotaje. Estos piratas son muy distintos a los que tenemos en mente del Caribe. Teníamos Vigo como puerto corsario, pero no era algo que te enseñaran en el colegio. Como jamás me mostraron en el colegio el Vigo amurallado. Y a mi hijo tampoco. ¿Qué pasa en Galicia que no nos enseñan el contexto, de dónde venimos? Esta es la razón por la que me molestase tanto preparando los mapas, que el ilustrador de Penguin mejoró.
—¿Qué hiciste para armarte de documentación?
—Consultas al de Simancas en Valladolid, al de Indias en Sevilla, el Instituto de Estudios Vigueses, Archivo Municipal de Vigo, el Diocesano (que la Iglesia siempre tiene información). Y tuve que hacer entrevistas a arqueólogos, historiadores, buceadores...
—Fuentes que asoman como personajes...
—Me han dado rasguños para los personajes. En este caso, en vez de con la Guardia Civil, trabajo con la Policía Nacional, porque el crimen es en ámbito urbano. Para documentarme he accedido a Homicidios y a la Científica.
—Esto atañe a la parte contemporánea de la novela. Hay otra, histórica, que nos seduce con el personaje de Miranda. El objetivo, ver el vínculo de esta mujer del XVIII con la que aparece muerta justo en el inicio de la trama.
—El comienzo es la escena de una historiadora naval anciana que aparece muerta en su cabaña de la playa, que está inspirada en una que yo conozco. Aparece muerta de manera inusual, y parece ser que acababa de descubrir información sobre un tesoro increíble en el Atlántico. Pietro, el investigador, un hombre que se acuerda de todo, se va a encontrar con una inspectora de patrimonio que parece sacada de un viaje en el tiempo, Nagore. Los dos viajarán en el tiempo para saber qué vínculo puede tener algo que pasó en el siglo XVIII con un tesoro que genera muertes en toda la ciudad.

—¿Qué hay de cierto en la aventura de esta novela?
—Todos los edificios del 1700 que se citan siguen en pie. Los datos históricos que se aportan sobre el tesoro que se busca son reales. Todos los documentos son reales y de acceso público, y los tres personajes mágicos que son voz del pasado, Miranda, el monje corsario y el hidalgo misterioso están inspirados en personas reales.
—¿Quién es Miranda en realidad?
—Maria Sibylla Merian, una de las primeras entomólogas de la historia. El monje corsario está inspirado en Pedro de Bobadilla, un monje al que le gustaban mucho las mujeres. Y el misterioso hidalgo es Pedro Menéndez de Avilés, que fue el primer capitán de la flota de Indias, creador de la conocida flota de los «doce apóstoles», ambos un siglo anteriores al momento en que establezco la trama. Sus vidas me parecieron ambas interesantísimas.
—¿Haces, como Domingo Villar, mapas de personajes para no perderte y que no queden cabos sueltos para el lector al retirar el andamiaje narrativo al final?
—Yo hago escaleta y dosier de personajes, dejando muy claro quiénes son del pasado, quiénes del presente y qué pinta cada uno en la trama. En mis novelas no puede haber personajes de relleno. Jamás. Tengo claro que los estereotipos no funcionan. Ni el villano más villano es malo todo el tiempo. Como tampoco los buenos son todo el tiempo santos...
—¿Nos permiten las novelas completar la verdad yendo más allá de los hechos que figuran en los manuales de historia? ¿Es la ficción el faro que ilumina la historia?
—Nos da perspectiva. Yo encontré muchos datos que me parecieron curiosos, como que hace tres siglos los ricos se comían el pescado una vez que había sido secado. Lo contrario era vulgar. Los pobres eran entonces los que lo comían fresco. O la evolución social, allá por el 1700 había unos 300 vecinos en Vigo. ¡Hoy son 400.000 censados! Qué brutalidad. La novela me ha permitido dar un poco de perspectiva de dónde estábamos y hacia dónde nos dirigimos.
—Quizá el novelista no denuncia ni juzga, pero hay una serie de cuestiones sociales deliberadamente expuestas: la soledad de los mayores, la voracidad urbanística, la ignorancia y la codicia en relación con el fondo del mar... ¿Asumes como novelista un compromiso con la realidad contemporánea?
—Claro. Al final, los libros deben ser espejos. En mi opinión, las novelas deben tener distintas capas y es el propio lector el que decide hasta dónde llega. Esta novela es disfrutona, hecha para entretener, tiene amor y tiene humor, y acción. A la trama de detectives se suma una capa histórica. La novela tiene también una capa de denuncia sobre el abandono de nuestro patrimonio. Y tiene la intención de incitar al debate y al pensamiento crítico. Los personajes debaten sobre temas de hoy que generan polémica, como la leyenda negra de España a la hora de conquistar Iberoamérica o hasta qué punto es lícito que existan cazatesoros si la directiva de la Unesco lo que dice es que todo lo que se encuentre en el fondo del mar de más de cien años de antigüedad debe quedarse en el fondo.
—¿Cómo nació tu relación con el mar y tu amistad literaria con autores como Stevenson o Verne?
—Yo a esos autores los había leído de muy niña y los he releído cuando preparaba El albatros negro. Me ha sorprendido porque veía de qué manera estructuraban la acción con maestría. Me sorprendía mucho que no hubiera mujeres en estos libros o que las que había fueran unas histéricas o estaban lloriqueando. Pensé: "Qué diferencia de contexto, esto lo quiero cambiar". Por eso, en las citas de la novela no dudé en incluir a Emilia Pardo Bazán. No podemos olvidar que fue una pionera del género detectivesco. Fue la primera autora en traerlo a España.
—¿Cómo es posible que hayamos pasado por alto el valor de «La gota de sangre» hasta hace unos años?
—Ella vio esta moda en Europa e hizo un experimento. Crea un investigador que es curioso, y se centra en los hechos evitando lo folclórico y lo espiritual. La diferencia con Agatha Christie es que Pardo Bazán lo dejó ahí, mientras que Agatha Christie siguió. También quise incluir alguna cita de Conan Doyle no por el tema detectivesco, sino por su libro de relatos Piratas y mar azul, que sí incluía mujeres y contaba tramas brutales, violentas, con escenas de sexo increíbles para la época.
«El crimen es el crimen. Podemos observarlo desde un punto de vista romántico, pero el mal debe ser castigado. Por eso creo yo que tienen éxito el club de las novelas negras, porque hay un cierto equilibrio entre el bien y el mal»
—El otro mapa del tesoro de esta novela son los guiños literarios que regalas a los lectores. Citas a Pardo Bazán: «Desgraciadamente, la mayor parte de las cosas tienen siempre explicación vulgar y prosaica, y la vida es un tejido de mallas flojas mecánico, previsto, nada romancesco lo borda». ¿Suscribes estas palabras de «La gota de sangre»?
—Un poco sí. Al final, somos nosotros los que imprimimos el halo a las cosas y las adornamos según nuestra conveniencia o nuestro momento vital. Pero el crimen es el crimen. Podemos observarlo desde un punto de vista romántico, pero el mal debe ser castigado. Por eso creo yo que tienen éxito el club de las novelas negras, aunque haya muchos subgéneros. En ellas hay un equilibrio entre el bien y el mal, y en la vida real los malos no siempre son castigados. Más bien, casi nunca... En las novelas negras hay un cierto equilibrio entre el bien y el mal que nos hace cerrar el libro con la satisfacción de que el malo ha sido pillado.
«Lo peor que le puede pasar a un marinero es perder la estrella que lo guía, lo peor que le puede pasar a un escritor es no tener una historia que contar»
—«Lo peor que le puede pasar a un marinero es perder la estrella que lo guía», escribes. ¿Y a un escritora, qué es lo peor que le puede pasar? ¿Y lo mejor?
—Lo peor es no tener una historia que contar. Y eso suele suceder cuando no buscas historias. Yo estoy buscando historias todo el tiempo. Siempre estoy buscando historias. Me gusta hablar con la gente, escuchar, viajar y aprender. Cuando absorbes información de los demás, se entrena la curiosidad y eso te ayuda a encontrar más historias. Yo lo vivo y lo siento así. Lo mejor, en mi opinión, que le puede pasar a un escritor o a una escritora es no decepcionar al público. Que la gente sienta lástima de terminar un libro porque el viaje ha valido la pena. Tanto yo al escribir como el lector al leer nos sentimos menos solos. Al final, es la compañía de compartir historias y ofrecer referentes, villanos, héroes, tramas interesantes que compartir.
—¿Te sientes aún como una niña que va en busca de un tesoro?
—Quizás un poco sí... El otro día viajaba con mi editor en tren, en el AVE, y él me decía: «¿Te das cuenta de que no haces más que preguntarles cosas a quien nos trae la manzanilla, al taxista, que qué tal te va, que qué tal funciona esto...? Soy mucho de hablar con la gente. Supongo que va en mí de siempre.
—¿Cómo llevas el sostener la mirada de decenas de miles de lectores? ¿Piensas a menudo en nosotros o prefieres tratar de escribir ajena a esa presión de la mirada del otro?
—La relación con los lectores es amable y agradable. No tengo una relación obsesiva. Cuando escribo, lo hago pensando en un lector imaginario, con el que juego, al que provoco, que es también como si fuera yo misma. Como si yo fuera la lectora y quisiera leer algo que me apasionase. Pienso en un lector imaginario, ¡pero no considero si son diez o diez mil los que están a otro lado! Para mí siempre es un reto es no defraudar.
«Mi hijo de 14 años ha leído todos mis libros; lee por las noches y en el desayuno lo estoy esperando con una sonrisa a ver qué me cuenta...»
—¿Es tu hijo tu lector más severo e implacable?
—Eso lo había dicho en alguna entrevista en tono de broma, ¡parece que lo tengo al pobre con el mazo! Es cierto que él es crítico y con 14 años se ha leído todos mis libros. Ahora está por la mitad de El albatros. Me gusta cómo lee porque da opiniones sinceras y certeras. Lee por las noches y en el desayuno ya lo estoy esperando con una sonrisa a ver qué me cuenta.
—¿Haces caso de sus observaciones antes de publicar novela?
—No tengo lector cero. Cuando entrego el libro a la editorial, no lo ha leído nadie, solo lo he leído yo. Una vez que el libro está entregado o publicado, quiero saber qué opina. Yo escucho siempre. Hay que escuchar siempre.
—¿Sueñas, como Domingo Villar, con un Nautilus a lo grande para Vigo, para transformar culturalmente por completo la ciudad y hacer un Nantes?
—Es un sueño de Domingo. A mí cuando me lo dibujó en una servilleta me dejó alucinada. Aparte lo tenía pensadísimo, y me pareció un plan muy inteligente que sería precioso llevar a cabo. Pero es el sueño de él. Ojalá las autoridades lo hiciesen, pero ya no como reclamo turístico, sino como parte de la idiosincrasia de la ciudad, como seña de la identidad de la ciudad. La forma de narrar de Domingo era única, esa calma contenida.
—A Verne tampoco lo dejamos de celebrar.
—Claro, había una biblioteca en casa con todos los libros de Julio Verne. Estuve en su casa en Reims y la mesa que tenía del documentalista era dos o tres veces mayor que la suya. No sé quién trabajaba más... Me quede un poco chof cuando estuve en su despacho al ver su mesita de juguete y otra tan grande para su ayudante. Las novelas son de Verne, pero el documentalista debería tener escrito su nombre en las portadas. Las novelas de Verne, evidentemente, son un hito. Todo lo que incluían en descubrimientos científicos y lo que soñó es irrepetible y es mágico. Pero ojo, en Veinte mil leguas de viaje submarino no hay una mujer. No fue el caso de Conan Doyle. Aunque tampoco se puede juzgar el pasado con gafas del siglo XXI.