
Mi amigo Xosé María, cunqueiriano de estricta observancia, gran conocedor de la historia del fútbol aficionado de la Galicia do Norte, prosista magnífico y, además, memoria viva de la Terra Chá y alrededores, me informa —cuando le pregunto cuánto hay de milagro y cuánto de poesía en el hecho de que los haces de luz de la Torre de Hércules puedan alcanzar tierras del antiguo Condado de Parga, mayormente Guitiriz— de que desde el monte Goía, en la parroquia de Lousada, término municipal de Xermade, se ve muy bien el mar de Ferrol. Cosa que, evidentemente, ya está pidiendo una excursión a voz en grito.
Y además me comenta, ya de paso —cuando hablamos, a través del teléfono, yo estoy en Santa Mariña, en la Santa Mariña ferrolana, a la que tanto le quiero, como le quiero también a la Santa Mariña de Sillobre, que desde allí se ve al otro lado del mar—, que la familia de Pepe Chao, de Xosé Chao Rego, de quien tanto nos acordamos todos, tuvo en Vilalba la Fonda Chao, en la rúa da Pravia, al lado del cruce con la calle Plácido Pena, antigua Carretera de Ferrol. Una fonda, aquella, por cierto, muy frecuentada en su tiempo por gente de toda Ferrolterra, tanto por cazadores como por quienes tenían por costumbre pasar una semana o dos, cada verano, descansando en la Terra Chá.
En Santa Mariña do Vilar, que es la Santa Mariña ferrolana, Pepe Chao, que estuvo allí de párroco, dejó una muy profunda huella, como en todos los lugares por los que él pasó. Jamás cerraba la puerta de su casa, para que allí encontrase cobijo, a cualquier hora del día o de la noche, quien necesitaba refugio, una palabra amiga o algo de comer.