
Con su victoria al esprint, el corredor italiano acaba con una racha maldita de 113 etapas sin victorias de ciclistas de su país en el Tour de Francia
12 jul 2025 . Actualizado a las 21:10 h.Durante décadas, el italiano fue uno de los idiomas del pelotón. Hasta el advenimiento del inglés. Cuando los primeros británicos llegaron al pelotón, Tom Simpson, Barry Hoban y algunos especímenes extraños más llegados desde Australia tuvieron que aprender francés, aclimatarse al medio ambiente. Ahora estarían en su salsa, porque hasta la jerga está cambiando de idioma. Pero lo peor para Italia es que la memoria de sus héroes ciclistas cada vez se difumina más.
Quién se acuerda ya de Ottavio Bottechia, el primero de su país en ganar el Tour en 1924. Desde entonces, 28 corredores de la península itálica vistieron de amarillo y siete ganaron en París en los diez triunfos totales de Italia. El más reciente, aunque ya queda lejos, Vincenzo Nibali, el último que puso acento al maillot amarillo y que hizo sonar el Fratelli d'Italia en los Campos Elíseos de París. Casi han pasado seis años desde que consiguió en Val Thorens, el 27 de julio del 2019, el último triunfo de su país en la carrera francesa.
Hasta que llegó Jonathan Milan, vestido con el jersey verde de la regularidad, a base de picar aquí y allá en los esprints especiales, en los primeros puestos de las etapas, pero sin poder alcanzar el éxtasis de una victoria. Tuvo que ser en Laval, fuera ya de ese círculo infernal de etapas y viento en las regiones del norte, donde la logró. En una jornada de las de siesta en el sofá frente al televisor, campos de cebada recién segados, calor que empieza a convertirse en canícula y rectas largas, aunque no tanto según Pogacar. «Me hubiera gustado tener algunas más, porque pasamos por muchos pueblos, lo que hizo la carrera un poco caótica y estresante por momentos».
Fue un día de relajo para el líder, casi siempre a cola del pelotón y ocupado en otros menesteres durante la etapa, como saber qué pasaba en el Giro femenino, donde corre su novia. «Le pregunté al coche del equipo por noticias de Urska. Siempre me pongo nervioso en la bici cuando ella corre, y es genial saber de ella. Cuando lo hace bien, me alegro muchísimo». Acabó séptima la etapa y es octava en la general, buenas noticias. Como para Italia.
«Todos pisamos los pedales de Jonathan Milan», escribe Luca Gialanella, el cronista de La Gazzeta dello Sport. «Puso fin a una pesadilla que había durado 2.177 días». Mucho tiempo para el ciclismo italiano. «Todavía tengo que comprender lo que he hecho», reconoce el ciclista. «Cuando uno sale, siempre parte con un sueño, y ahora lo he logrado. Es una victoria que significa mucho para toda Italia».
Segundo en Dunkerque, rompe la sequía para que el Tour vuelva a hablar italiano, y sí, significa mucho para su país, para sus amigos, como su confidente Simone Consonni, que entraba en la meta casi cuatro minutos después dando puñetazos de alegría al manillar. El domingo, de nuevo calor, más cerca la canícula, carreteras de largas rectas, aunque Pogacar prefiera que haya más, y otra oportunidad para Milan, un ciclista con aspecto anglosajón, que habla italiano como lengua materna, aunque domine el inglés, imprescindible en estos tiempos del ciclismo.