Robert Redford, el hombre que susurraba a las cámaras

Javier Becerra
JAVIER BECERRA REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

ZUMA vía Europa Press

Muere a los 89 años el actor norteamericano que interpretó filmes como «El golpe» y «Dos hombres y un destino», y que ganó un Óscar como director por «Gente corriente»

16 sep 2025 . Actualizado a las 22:20 h.

Cuenta la biografía de Robert Redford que, cuando apenas estaba arrancando su carrera como actor de cine, tuvo una crisis existencial. Corría el año 1965. «No estaba seguro de si quería seguir siendo actor. Había hecho tres películas en Hollywood y me tomé un año sabático», explicó en unas declaraciones recogidas por Efe. El destino de aquel descanso señalaba a España, adonde se trasladó con la familia, su entonces esposa Lola van Wagenen y los pequeños Shawna y James (Scott había fallecido a los pocos meses de nacer en 1958 por muerte súbita). «Fuimos a Málaga, de allí a Fuengirola y de allí a Mijas, donde pasamos siete meses en una granja alquilada», recordaba en esa misma entrevista.

Del relax de aquellos días en Andalucía surgió un sí trascendental en la historia del cine: el del gesto afirmativo que significaba que iba a continuar por el camino que había quedado aparcado en Estados Unidos. Tenía una oferta en el buzón: la adaptación cinematográfica de Descalzos por el parque. El reto resultaba relativo para él. La había hecho en Broadway en 1964. Él y Jane Fonda encarnaron en la gran pantalla a una pareja totalmente icónica. Enredando su amor en Nueva York con un irresistible toque de comedia, Redford sobresalía por su atractivo físico y carisma arrollador. En La jauría humana ya había brillado, pero se puede decir que ahí, a las órdenes del director Gene Saks, nacía para el gran público una de las estrellas más deslumbrantes de la cultura popular de la segunda mitad del siglo XX.

El actor se paseó por títulos memorables, mostrando su versatilidad. Podía encarnar al pícaro buscavidas de sonrisa irresistible con la misma solvencia que al ciudadano concienciado que pretendía salvar el país de la debacle. Su rostro se quedaba en la retina. Sus papeles calaban. Y su trabajo se hacía un hueco en la memoria sentimental de miles y miles de personas en todo el mundo.

Nacido en Santa Mónica (California) en 1936, Charles Robert Redford Jr. era hijo de un contable católico de origen irlandés y de una ama de casa, que falleció cuando él solo tenía 18 años. En sus entrevistas hablaba siempre de una juventud rebelde. Llegó a tener problemas debido a su contacto con la delincuencia, y pasó incluso alguna noche en el calabozo. Después de ello, probó suerte con el deporte jugando al béisbol —habilidad que luego exploraría en el filme El mejor (1984)—, y más tarde, también con el arte. Viajó a Europa, saboreó la vida bohemia de París y, tras casarse, se dedicó a la interpretación. Primero en el teatro y luego en el cine, con papeles secundarios.

Con Descalzos por el parque arrancó una secuencia impresionante. Resulta un lugar común subrayar que Redford tuvo que luchar para que se viera en él algo más que un hombre guapo, canónicamente rubio y de ojos azules, para más inri. Sin embargo, el listado de papeles que hizo a finales de los sesenta y durante toda la década de los setenta dejaba, ya en tiempo real, pocas dudas respecto a su valía. En perspectiva, el reproche parece un chiste. «Hubo un tiempo en el que realmente pasé una época dura cuando empecé a actuar en películas y, de repente, todo giraba en torno a mi apariencia. Me convertí en actor porque me sentí atraído por el oficio en el teatro de Nueva York. No estaba preparado para entrar en el cine y, de repente, ser juzgado por mi físico», recordó en una rueda de prensa en el 2016.

En filmes como Dos hombres y un destino (1969) y El golpe (1973) hizo un dúo con el otro guapo oficial de la época, Paul Newman. Entre ambos se estableció una complicidad total. Podría verse casi como un yin-yang cinematográfico. Redford destilaba juventud, frescura, encanto natural, cierta ingenuidad y simpatía. Newman, por su parte, se mostraba maduro, seguro de sí mismo y poseedor de un carisma sofisticado con grandes dosis de cinismo e ironía. Los diálogos escritos para ellos contribuyeron a consolidar la dupla perfecta del cine clásico moderno.

Pero, más allá de su sociedad con Newman, el trabajo en el resto de las cintas de la década setentera resulta asombroso. Las aventuras de Jeremiah Johnson (1972), El candidato (1972), Tal como éramos (1973), El golpe (1973), Los tres días del cóndor (1975), Todos los hombres del presidente (1976) y Un puente lejano (1977) reflejan un excelso abanico de registros. Los ochenta, por su parte, los inauguró protagonizando un excelente drama carcelario, Brubaker (1980). Los coronó más tarde con otra de sus interpretaciones más recordadas, la del galán de ensueño de Memorias de África (1985). Convirtió un lavado de pelo (a Meryl Streep) en una delicada experiencia erótica de deseo contenido en la planicie de la sabana africana. También hubo otros papeles, como en Peligrosamente juntos (1986), y seguirían Sneakers (1992), Una proposición indecente (1993) e Íntimo y personal (1996), entre otros.

Además de ello, fundó el Festival de Sundance en 1978 y desarrolló una faceta como director. Empezó con Gente corriente (1981), con la que lograría un Óscar a la mejor dirección. Otros títulos como Un lugar llamado Milagro (1988), El río de la vida (1992), Quiz Show (El dilema) (1994), El hombre que susurraba a los caballos (1998), La leyenda de Bagger Vance (2000), Leones por corderos (2007) y Pacto de silencio (2010) llevan su firma.

Anunció su retirada hace siete años, cuando contaba 82. Acababa de estrenar The Old Man & The Gun y decidió dar un paso atrás, retirándose de la vida pública. Hoy fallecía a los 89 años.