
El Ballet Nacional de España (BNE) centra con la producción del ballet Afanador, inspirada en la obra del gran fotógrafo colombiano Ruven Afanador, un modo distinto de mostrar el flamenco a como lo habíamos visto hasta ahora. La compañía nacional tiene en esta pieza la posibilidad de ofrecer al mundo otra lectura del flamenco, pero sin salirse de él. Este es el análisis de la obra en su estreno este verano en Madrid, en el Teatro de la Zarzuela, que colgó el todo vendido durante más de diez días. De aquí en adelante lo que gestione Cultura con respecto a sus giras internacionales nos hablará verdaderamente de la apuesta estatal por esta excelente producción, que debería conocerse en muchos lugares fuera de España, y más tras cosechar algunos de los premios nacionales más importantes. Y también, de paso, se podrían contemplar otras cosas
20 ago 2025 . Actualizado a las 22:18 h.Afanador, del Ballet Nacional de España (BNE), recaló en el Teatro de la Zarzuela en la segunda quincena de julio. Su paso por Madrid dejó un saldo de once días de lleno absoluto para una de las obras de la compañía que ya es de referencia, circunscrita a la etapa de Rubén Olmo (Sevilla, 1980), y que estaca un momento clave dentro de la excelsa historia de la agrupación nacional al hacer sitio a un lenguaje hibridado de contemporáneo-raíz de la mano de Marcos Morau (Onteniente, Valencia, 1982) y compañía. La obra es la interpretación del biopic artístico del gran fotógrafo Ruven Afanador (Bucaramanga, Colombia, 1959), internacional y afamado gráfico que en España captó la atención por su trabajo precisamente sobre flamenco, pero también sobre tauromaquia, en la primera década del siglo XXI. El 9 de julio el BNE celebró una función solidaria con Palestina y lo recaudado se destinó íntegramente al trabajo humanitario de la UNRWA en la Franja de Gaza. La obra es, sin duda, uno de los estrenos dancísticos de 2025.
Se solía decir que la fotografía era el momento exacto de la captación de un instante de realidad; decimos se solía, porque ahora el hurto móvil y su aplicación proveen a la imagen y a su esencia de otros parámetros, ajenos y no ajenos a su naturaleza; eso que se hace instante quieto de realidad y que fija para la memoria la creación de recuerdo. Si trasponemos esa misma idea a la danza, diremos que el flamenco, en el caso que no ocupa, es la encarnación móvil del sentimiento de un pueblo y de una forma de vivir, que ha sabido trasmutar en palos (variedades del cante flamenco) los sentires y animaciones de un lecho emocional tan exagerado como real que habla, en presente, de una realidad escénica que en los últimas dos décadas ha mutado artísticamente y abierto el abanico a una rica pluralidad de sentidos, algunos de los cuales, a veces, no aciertan a cuajar con verosimilitud la incorporación de un afecto estético nuevo (novedad coreográfica); entre otras cosas porque no resulta creíble.
Y en ese sí indudablemente se encuentra lo que desarrolla Afanador (2023) bajo la dirección artística de Marcos Morau, con asistencia y creación de otros cuatro coreógrafos (Lorena Nogal, Shay Partush, Jon López y Miguel Ángel Corbacho). El cuajo coreográfico y escénico trae al frente con nitidez, nunca mejor dicho que aquí, y más como propiedad de lo dramático que de lo fotográfico, una suerte de composición, creación y proceso indagatorio sobre el flamenco, que no se había visto de esta manera en escena —sí, de otras—, que habla de flamenco desde el flamenco (lo importante) a la vez que vuelve a dar realce a la figura y el arte del fotógrafo colombiano; un artista que contribuyó a poner otras lentes a lo español, mientras desde el escenario se activan otras claves para mostrar esa otra forma de contar desde el flamenco.
Porque es Ruven Afanador quien proporciona la puerta de entrada a todos los artífices y coartífices de esta producción, para que de una cosa devenga la otra. Es así de claro. Y lo es, en primera instancia, por la fascinación que todo lo de Afanador produjo (y produce) en la esencia española más netamente reconocible desde el punto de vista internacional; un trabajo que, en un momento muy concreto, primera década del siglo XXI —recordemos que España crecía a velocidad de crucero por encima de la media—, contribuyó a imbuir de una estética tan renovada como alternativa ese algo hispano e ibérico tan nuestro que, para según qué tribunas, hacía que se nos viera fuera igual que antaño: rancios y arcaicos, pero sobre todo estereotipados: toros, mantilla y machismo. Con la visión fotográfica de Afanador, eso que nos proyectaba fuera de una manera, muchos ciudadanos peninsulares, y también del exterior, alcanzaron a verlo de otra; y tanto si les gustaba el flamenco como si no, tanto si los toros se consideran una salvajada como si no. Ese estilo identitario y exclusivo del colombiano, que tan imitado resultó después, demasiado incluso —en tiempo bien reciente y en provincias, por ejemplo—, es por el que también, y de modo especial, se reconoce indiscutiblemente su trabajo.

La fascinación del fotógrafo colombiano por todo lo español viene de lejos. El acervo españolista, entendido como cliché pero también como cultura ancestral y hermana, fue para él motivo de vuelta de tuerca e inspiración, y de eso pende, también, buena parte de su reconocimiento internacional. El fotógrafo de las estrellas, los artistas y los intelectuales fue capaz de aportar a la Gran Manzana neoyorquina su potente pincelada sobre lo andalusí, excesivamente latinizada al otro lado del Charco, al que se le podía otorgar otro aliento, y apostar por un punto de vista rico en ganancia costumbrista y (esto es importante) desde la elegancia. El margen de esa ganancia lo llenó de un código tan alternativo como audaz: el ejemplo de lo homosexual en lo taurino ahí está; y, además, instaurado para que no se pierda ni un solo matiz. Y esto sí que fue rompedor: en un ámbito considerado tan machista y conservador como el taurino hace acto de presencia lo gay y la androginia bien entendidos; aspectos que se proyectan muy bien en el planteamiento escénico de Morau, y del que luego hablaremos un poco más calmo.
Ruven, fotosensible
Sus publicaciones Torero (2001), Sombra (1999), Ángel gitano (2014) y Mil besos (2009) son realizaciones editoriales que reflejan lo antedicho y hacen de antesala a otros trabajos que llevan esa especie de españolidad, de pátina ibérica, pero también cubista de la forma y la línea, cualidades que tanto definen la fotografía de Afanador y que dicen mucho de sus inicios en las artes gráficas, en concreto en el diseño. Quien trabaja en diseño desde la base sabe que el acabado es tan importante como el concepto; es más, sabe que el acabado forma parte indispensable de la lectura interna de cualquier forma gráfica, funciona a modo de racional-creativo, como de hecho así se le llama (o se le llamaba) al desarrollo-guion y aplicaciones de una idea. Ejemplo de ello fue el novedoso cartel anunciador de la XV Bienal de Flamenco de Sevilla, realizado en 2008; o, también, la hermosa e importante exposición del asturiano José Santamarina, Santamarina. Grafica pura, uno de los desarrolladores del diseño gráfico español, que también tuvo su huequito fuera, y que ahora se puede contemplar en el Bellas Artes de Oviedo hasta el 28 de septiembre.
Ruven Afanador jamás olvida sus orígenes, que siempre están presentes en todos sus trabajos. El respeto por lo natural, el que nace del indigenismo, hace de puente entre su origen y lo que considera futurible: amor, respeto y diversidad. Esa introspección que, en el fondo, preside todos sus trabajos, se fecunda en la obsesión por la perfección, por un exceso de pulcritud hecho realidad casi tridimensional en formato papel. Porque si de algo sabe el colombiano es del poder del papel, de la fuerza de lo impreso, de lo que no se hace fluido y consumible, luego perecedero al instante. Su trabajo proclama claramente que la imagen no puede consumirse, sino que ha de leerse primero y entenderse después.
Y eso ni más ni menos es lo que se ha propuesto Marcos Morau y su equipo de coreógrafos con esta producción para el Ballet Nacional de España (BNE), estrenada, como no podía ser de otro modo, en el teatro de La Maestranza de Sevilla y reestrenada este julio en el teatro de La Zarzuela de Madrid. Afanador, como obra, sitúa las producciones del Nacional en otra historia, en otra clave. Morau se ha propuesto que se entienda lo que hace Afanador con la fotografía, pero desde el flamenco, y hace el viaje justo a la inversa: mover el concepto para que se entienda el instante. Este y no otro es realmente el importante mérito del montaje, que más que con la dramaturgia tiene que ver con un modo de concebir el hilo escénico, tiene que ver con el ojo clínico de lo móvil, de la secuencia en curso, por así decir: lo que sí sabe hacer Morau, tanto si hay dramaturgia como si no.
Composición, creación y proceso indagatorio
Y de hacer traslados a montajes escénicos asentados en secuencias narradas, Morau sabe, entre otras cosas, porque tiene formación en fotografía y teatro, ámbitos de los que procede y que tan buenos réditos escénicos le ha proporcionado con La Veronal, además de reconocimiento internacional, el que ha crecido exponencialmente en los últimos años con encargos y colaboraciones. Eso, incluso cuando no existe obra, se tiene, con cierto grado de aproximación, mentalmente en la cabeza; a veces, solo con saber el tema; se imagina con cierta exactitud. Y para el caso que nos ocupa el background de la obra estaba claro. «Afanador eclosiona en la tensión entre la fascinación que se emana de las fotos de Ruven Afanador, y mi propia fascinación por todo el misterio, tan diurno y a la vez tan nocturno, que en su día fascinó a Ruven», escribe Morau.
Es pues la intersección de gustos y pareceres —los mismos que se desprenden de las sesiones fotográficas para las publicaciones del colombiano, junto a los del trabajo del valenciano— lo que provoca un espacio de encuentro e intervención sobre lo creativo por parte del español, empujado en todo momento por Rubén Olmo, actual director del BNE, que en aquel entonces protagonizó como modelo y figurante bailarín algunas de las páginas impresas del fotógrafo, quien supo intuir una parte del potencial que podría abrirse; páginas que tanto prendieron a posteriori en el entorno flamenco y dancístico. Así, pues, el desplegable universo de Afanador resulta exageradamente idóneo para enarbolar y cubrir un espacio coreográfico para el flamenco, proponiendo una lectura bailada más contemporánea, genuina en el molde (solo en el molde), que fuera algo menos siesa y castiza, y con la que la nomenclatura flamenca pudiera ser leída de otra forma, pero sobre todo contemplada.
La potencia del blanco y negro, y por tanto ese guiño al cine, al claroscuro, a la pintura, a la pura sesión fotográfica (tedio incluido), son atmósferas que se hacen evidentes, cuando no trascendentes, en aras de que la escena cobre lectura semiótica. A modo de Nosferatu, se alargan sombras, se emancipan dimensiones y cobra honor el foco, el objetivo; lo indiscutible. La estética de la imagen, aquí sobrecargada de intención en modos y maneras, habla y se pone al servicio del entramado coreográfico con la sutileza que proporciona la esencia del verbo y cuerpo flamencos. Una sutileza de la que se apropia el lenguaje contemporáneo para discernir en escena esa nueva estética bailada, que más que inventarse algo nuevo reinterpreta el lenguaje desde la mejor hibridación posible; no inventa un código nuevo, pero sí movimiento; mejor dicho: crea de cero el aspecto del movimiento.
Y de eso tiene la culpa el propio Morau, pero especialmente también su equipo de coreógrafos, anteriormente mencionados. Abre plaza, nunca mejor dicho, una línea de pies zapateando, a modo de danza rítmica irlandesa al frente, con telón de escena cortando pierna, que ofrece de mano el entremés necesario para que el espectador y buen aficionado a la danza quede enganchado. Marca de la casa Morau y Nogal, líneas, pies y manos es reclamo más que suficiente para preguntarse, cuando menos, qué seguirá. Y lo que le sigue es la evocación al patio, a la vecindad y la calle, a las Meninas (ellos), el recurso del vaivén, ese mecer, que tan bien interpreta el cuerpo flamenco, con esa especie de efecto estroboscópico al que, en otro momento, acompaña el cante y la voz de todo el elenco.
Lo coreográfico, el puro trabajo: el brillo contemporáneo, la androginia gay y los toros
La combinación de las artes coreográficas de la gran Lorena Nogal, de Shay Partush, Jon López y Miguel Ángel Corbacho han hecho posible que la fusión contemporánea con el flamenco se haya entendido sin quebranto alguno para la armonía del resultado; y eso se da porque hay una idea-madre inicial (Morau-Afanador), además de, por supuesto, tiempo y dinero. Lograr que no se pierda el aura del torso dramático en el flamenco (importantísimo) e imbuirlo de carga contemporánea da como resultado el mecido de una vuelta quebrada abstracta, por ejemplo, la que se vio en los primeros cuadros, y que es de carácter excepcional y único. Ese trabajo de entendimiento, de comprensión en periodo de creación no es nada fácil. Afanador lo da. A la lectura lo da. Es una parte del éxito: el donaire y su tronío con carga de actualidad.
El elenco baila español como planta homogénea y viviente, auspiciada siempre por el blanco y negro, es la pata arquitectónica de la obra, que no renunciando nunca a la lectura dramática se detiene para bosquejar modos semana santeros o para mediar un zapateado sentado, también en línea, que suena a delicia clásica, sin oponer resistencia al nuevo modo en que ese zapateado se está dando al público. Clic de realidad. El espectador puede ver la evolución de un grupo que mientras baila, grada vida, anhelo mientras come escena y se prefigura como una vela y en semicírculo alumbra la caja escénica. Porque si de luces hablamos en Afanador, tenemos que hablar entonces del contrapunto y alter ego como idea dramática, que evidentemente se asienta en el corazón de la fotografía. La luz o luces no iluminan cuerpos, que también, dan paso a la corriente eléctrica que alterna, nunca mejor dicho, y carga de carácter, a medida que avanza la obra, para proveer de elegancia y karma el arrastre del flamenco, tirantez, ahora ya totalmente entregado a su propia actualidad a través del contemporáneo. Energía y sobrecarga: el lecho del pasado del flamenco en su lecho de futuro.
De esta forma la coreografía se abre a un paso a dos que sí mora en el margen de la excepcionalidad y colinda junto a la muerte otro tiempo escénico, distinto hasta ahora, y que mete a la obra en los medios, dando paso a la visitación de palos flamencos, como la seguiriya, ese podio vernáculo por antonomasia de la danza con duende. Una seguiriya labrada en masculino y arropada por un agrupado de mujeres, que dan paso a lo taurino.
Al fin, toros; uro al fin. Es una suerte (de verdad) que San Sebastián haya premiado con la Concha de Oro del año pasado la película documental sobre el matador de toros hispano-peruano Andrés Roca Rey: Tardes de soledad, de Albert Serra. Muy recomendable, por cierto. Y es una suerte porque existía en la opinión pública española, mentideros y redes sociales incluidas, una especie de pudor raro (y malo) para referirse a todo lo taurino, como si estuviera demonizado, como si fuera delito. Y no: hablar de algo que forma parte de la historia de un país (sea bueno o malo) nunca puede acarrear censura, y menos autocensura. Continuando, decíamos, es una suerte porque Afanador habla del arte de Cúchares con erotismo, homosexualidad, androginia y exquisito gusto gay. Se mire por donde se mire resulta un lujo. Ambrosía.
El potente componente erótico que de siempre ha tenido todo lo taurino, empezando por su indumento, basta para tantear otras suertes coreográficas y granar de nuevo el suelo de líneas y percusión, tratando de revertir lo pintoresco de un mundo, anclado en costumbres y pasado, para llevarlo a una serena y limpia desnudez que pondera muy bien el elenco masculino y que borda de aire español una hombría menos machista pero igual de jonda. La métrica bailada en igualdad se hace fina y el toro da paso al último tercio de la obra, que se llena de efectos escenográficos tan bien traídos como precisos, y que facultan para imaginar las raíces, la infancia y el amor maternal del fotógrafo colombiano: el truco malabar y el engranaje de utillería devuelven al espectador el gusto por la teatralidad escenográfica en las producciones de danza, que tan buenos resultados ha dado siempre a la historia de este arte. Como imaginar una peineta, como peinarse, como ver la casa, la doméstica, el púlpito para el cante y la alegría son recursos que explotan al lado del factor humano para dar realce, nunca ñoño ni rancio, a todo lo que nos sigue identificando: clavel, peineta, moño, mantilla, vírgenes, coronas, monteras, banderillas, lágrimas, abanicos, blanco, sol, etc…
Porque todo eso se pinta a lo bestia y en directo, se impresiona en vivo como si fuera la emulsión de una fotografía que se revela mientras alimenta la imaginación del espectador llevando lo que siempre ha visto (y tiene como cliché) a una escala y lectura allegada al cine, al dibujo, proporcionando una sensación de placer y posesión raramente explicable: se comprende que lo flamenco, lo que tiene de atávico, también se puede descomponer; que aunque no lo entendamos podemos apropiárnoslo de otro modo. Y resulta bueno. Nos lo dan hecho y deshecho.
El cante y la guitarra ahí están, y se echan al escenario como siempre lo han hecho: cojo mi silla y mi cajón y camino hasta el centro. Así de natural se conserva el respeto por la pureza de una idiosincrasia, la bailada y cantada, que ha definido como nadie los bordes de un territorio peninsular al que muchos libros de historia llamaron, en el pasado, la piel de toro. El flamenco como danza es, ante todo, luz, pero luz interior; es exposición, igual que la fotografía: poso, me muestro y emerjo. Y percutir el suelo es pura reverberación; y también es provocar eco, construir un diálogo, en el que a veces se habla más rápido y otras veces más lento. Igual diríamos de lo que se hace con los palillos, compuestos por la maestra Maribel Gallardo para la obra, que aparecen justo cuando empiezan a echarse de menos.
Son por tanto la danza y el flamenco los que hacen posible la traslación y que su presencia escénica otorgue a lo compuesto la riqueza de verlo de otro modo. El cuadro final, cierre de sillas en círculo, proporciona la necesidad de estacar lo fino de una coreografía que dispara sus maneras y alumbra manos como palomas y también manos para la marcialidad; el elenco como equipo hace masa y compacta muy bien el peso de la obra, intentando lo absoluto de la fotografía de Afanador. Las secuencias coreográficas, pensadas al detalle, echan un pulso vitalista en continuidad y el discurrir en escena es pletórico, se hace raudo. El cuerpo de baile se lo cree, puja por ello, porque mientras baila lo ve: y esas cosas siempre se notan: el trabajo en equipo se percibe impresionante. Igual que las interpretaciones de Albert Hernández e Irene Tena, que purifican la hibridación (flamenco + contemporáneo) haciéndola rica, latente y también protagónica.
Así que, volviendo al inicio, a la esencia fotográfica y su movimiento, diremos que, en cualquier caso, el espectador de Afanador se sienta a ver un espectáculo de danza flamenca contemporánea, sí, pero también una revelación, y se impresiona con ella. Revelar e impresionar, dos verbos apegados de raíz al mundo de la fotografía, pero que, para lo dancístico, ya devienen en otra cosa: el flamenco moviéndose en su afán.
Ficha artística y técnica
Director del BNE: Rubén Olmo
Maestras y maestros repetidores, repasos y ensayos: Rubén Olmo, Miguel Ángel Corbacho, Diana Noriega, Maribel Gallardo y Cristina Visus.
Web: https://balletnacional.mcu.es/
Afanador, 2023
Dirección artística: Marcos Morau
Coreografía: Marcos Morau & La Veronal
Lorena Nogal, Shay Partush, Jon López y Miguel Ángel Corbacho
Dramaturgia: Roberto Fratini
Diseño de escenografía: Max Glaenzel / Realización escenografía: Mambo Decorados y May Servicios para espectáculos
Diseño de vestuario: Silvia Delagneau / Confección: Iñaki Cobos
Música: Juan Cristóbal Saavedra
Colaboración especial: María Arnal
Música de Minera y Seguiriya: Enrique Bermúdez y Jonathan Bermúdez
Letras música: Gabriel de la Tomasa
Diseño de iluminación: Bernat Jansá
Diseño y realización dispositivos electrónicos: José Luis Salmerón de la Cube Peak
Diseño audiovisual: Marc Salicrú
Fotografía: Ruven Afanador
Posticería: Carmela Cristóbal / Tocados: Juanjo Dex
Asesoramiento peluquería: Manolo Cortés / Asesoramiento maquillaje: Rocío Santana
Calzado: Gallardo
Elenco Ballet
Colaboración especial: Rubén Olmo
Artista invitada: Irene Tena; artista invitado: Albert Hernández
Inmaculada Salomón, Estela Alonso, Débora Martínez, Miriam Mendoza, Ana Agraz, Cristina Aguilera, Ana Almagro, Pilar Arteseros, Marina Bravo, Irene Correa, Patricia Fernández, Y-Hsien Hsueh, Noelia Ruiz, Laura Vargas, Vanesa Vento, Sou Jung Youn, Francisco Velasco, Jose Manuel Benitez, Eduardo Martínez, Cristian García, Matías López, Carlos Sánchez, Diego Aguilar, Juan Berlanga, Manuel Del Río, Axel Galán, Alejandro García, Álvaro Gordillo, Adrián Maqueda, Víctor Martín, Alfredo Mérida, Javier Polonio, Pedro Ramírez, Juan Tierno y Sergio Valverde
Músicos y cantaores: Juan José Amador “El Perre” (cante), Enrique Bermúdez y Jonathan Bermúdez (guitarras) y Roberto Vozmediano (percusión)
Estreno absoluto en 1 de diciembre de 2023 por el Ballet Nacional de España en el Teatro de La Maestranza de Sevilla.
Estreno en el 10 de julio en el Teatro de la Zarzuela. Función solidaria con Palestina el día 9 de julio. Madrid, 2025. Representaciones hasta el 20 de julio.
Premios recibidos:
Mejor Coreografía de Danza Española y Flamenco en la III Edición de los Premios Godot. 2024
Mejor coreografía. Crítica de la Artes Escénicas de Cataluña. 2025
Mejor Espectáculo de Danza y Mejor Coreografía. Premios Talía. Academia de las Artes Escénicas de España. 2025
XXVIII Edición de los Premios Max de las Artes Escénicas 2025 (SGAE). Mejor espectáculo de Danza, Mejor dirección de Escena (Marcos Morau). Mejor composición musical para espectáculo escénico: Juan Cristóbal Saavedra, Enrique Bermúdez, Jonathan Bermúdez, Gabriel Georgio González y Roberto Vozmediano. Mejor diseño de vestuario: Silvia Delagneau. Mejor diseño de iluminación: Bernat Jansá
Yolanda Vázquez es periodista especializada en danza. (Artículo sujeto a derechos de autor)*
*Modo de citar: Yolanda Vázquez, El flamenco en su afán. La Voz de Asturias, 20 de agosto de 2025