La destreza técnica de un artista en ciernes

Hugo Álvarez Domínguez A CORUÑA

A CORUÑA CIUDAD

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Nicolás Varela clausuró el ciclo Concertos de Verán con un programa exigente, arriesgado y sin guiños a la galería

09 jul 2025 . Actualizado a las 20:14 h.

Nicolás Varela clausuró el ciclo Concertos de Verán (que organizan la Orquestra de Cámara Galega y el Concello da Coruña) casi dos años después de su interesante recital en la Sociedad Filarmónica. Ahora ofreció un programa exigente, arriesgado y sin guiños a la galería: se pusieron en una balanza su excelencia técnica (notable) y el artista en ciernes que está llamado a ser.

Las Danzas de la cofradía de David, de Schumann, son tremendamente complejas. Más allá de su dificultad técnica, pese a su aparente sencillez melódica, es difícil encontrar una poética que dé sentido al conjunto. Empezar con esta obra y tocarla sin partitura demuestra que Varela va en serio. Su acercamiento se basó en una destreza técnica que le permite manejarse en la peliaguda digitación, con planos sonoros bien diferenciados (difícil dada su ágil versión), balanceando los contrastes entre lo romántico y lo naíf. Fue un despliegue técnico casi impecable al que faltó aportar personalidad propia, una madurez interpretativa que el tiempo traerá.

Los números 13 y 14 de los Preludios y fugas de Shostakovich, con partitura y sin solución de continuidad, fueron lo mejor. A su capacidad técnica sumó un interesante sello personal no tan patente en Schumann. Del 13, aprovechó las disonancias del preludio para dibujar resonancias jazzísticas pertinentes y acometió la fuga con parsimonia ceremonial (impasible aunque sonaron tres móviles) y en el 14 puso en diálogo la modernidad del preludio y la clarividencia expositiva de una fuga de ecos bachianos. Aquí se vio al artista más allá de lo técnico, que volvió a aflorar en el Preludio y fuga, de Taneyev, recreándose en su virtuosismo. Regaló El viejo castillo, de Cuadros de una exposición, de Músorgski.

En Varela destaca un dominio técnico que lo hace un músico casi infalible; a la espera de que los destellos de personalidad del intérprete (que afloraron en un interesante Shostakovich) crezcan. Madurez y rodaje terminarán de desarrollar como artista a este pianista, hoy por hoy un músico segurísimo.