La vida fuera de las aulas: «Me sentía muy perdido y no sabía qué hacer»

Toni Silva CAMBRE / LA VOZ

CAMBRE

Daniel Fréitez y Luis Martínez tienen 22 años y dejaron los estudios buscando su futuro en el mercado laboral.
Daniel Fréitez y Luis Martínez tienen 22 años y dejaron los estudios buscando su futuro en el mercado laboral. EDUARDO PEREZ

Tras abandonar los estudios, Daniel y Luis tienen empleos estables gracias al programa Prisma de apoyo a los jóvenes de Cambre

26 oct 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Para un adolescente, la desmotivación puede ser el principio de una vía sin salida. Las obligaciones académicas consiguen a veces un efecto de fuga, bien porque el alumno se ve muy lejos de los contenidos que se imparten, o incluso porque las clases se quedan muy por debajo de las expectativas del estudiante. En el Ayuntamiento de Cambre acaban de recuperar una herramienta, el programa Prisma, con el que acompañan a jóvenes de entre 16 y 25 años que han tirado la toalla en el sistema reglado de educación.

A Daniel Freitez, de 22 años, el camino bloqueado se desatascó cuando supo de este programa municipal. No lo pasó nada bien en su instituto de Cambre, después de llegar de Venezuela en el 2017 con su familia. «El profesorado no me ayudaba, me desanimé y no quise estudiar más», explica. No obstante, este joven nunca cayó en la apatía, buscaba una salida «y entonces me enteré de la existencia de Prisma».

Comenzó a acudir a los cursos de este programa municipal por las mañanas, aprendiendo primero a preparar currículos y elaborar cartas. Paralelamente, su madre, cuyo título de profesora en Venezuela es papel mojado en España, decidió formarse de nuevo para acompañar a su hijo. Así, ambos comenzaron a estudiar las denominadas competencias claves, una llave académica para acceder a otros niveles de formación. Y fue su progenitora quien descubrió un curso de soldadura al que Daniel se apuntó. Tuvo que hacerlo en dos etapas por culpa del confinamiento del covid. «Yo me sentía muy perdido por la vida, no tenía nada claro qué hacer, y aquello me ayudó», recuerda el joven venezolano. La profesión le acabó gustando, hizo unas prácticas de una semana en Talleres Lorbé, desde donde le acabarían llamando seis meses después. Y allí sigue desde febrero del 2021.

Retomará los estudios

«En Prisma hice amistades de calidad, no éramos muchos, seis o siete, no era normal que chavales de 16 no estuviesen yendo al instituto. Allí trabajé sin presiones, en un buen ambiente», recuerda Daniel, quien acudía tres veces por semana a las clases en un local municipal de A Barcala. Anuncia que va a retomar los estudios a través de la educación secundaria para adultos en el IES Eduardo Pondal. «Intenté meterme en la Guardia Civil, pero fue un impulso que me llevó a pagar la academia. Quizá en el futuro lo retome», añade Freitez, quien mantiene así abiertos varios frentes en su futuro laboral.

Una experiencia similar vivió Luis Martínez, vecino de O Temple de 22 años. El instituto se le atragantó después incluso de repetir algún curso. En segundo de ESO plantó para intentarlo con una FP de informática. «Pero tampoco aprobé». «Entonces conocí a María [María Loira, técnica del programa municipal] y ella me habló de Prisma.

—¿Cómo definirías Prisma?

—Es una ayuda para buscar otro camino a jóvenes que no quieren estudiar.

Tras pasar por este proyecto, Luis recaló en Paideia, donde hizo un curso de jardinería. Posteriormente, se incorporó a la brigada de limpieza de Cambre. Actualmente trabaja en la panificadora Mencer, en el polígono de Bergondo, donde acumula ya dos años de experiencia. «Soy cocinero, preparo todo tipo de empanadas», espeta con orgullo. «Mi aspiración es seguir en este trabajo aprendiendo cada día, poco a poco se llega», concluye.

Desde su puesta en marcha en el 2018, el programa Prisma, que se financia con fondos europeos, ha atendido a 86 jóvenes. Daniel y Luis forman parte del grupo de 37 que han conseguido su inserción laboral, mientras que otros 32 jóvenes han retomado los estudios.

«El proyecto nació con la idea de la inserción laboral, pero luego detectamos que muchos jóvenes querían volver a las aulas porque se daban de bruces con la realidad, los trabajos que podían conseguir sin estudios no eran los soñados», señala la técnica del programa, María Loira. «Siempre retomo contacto con ellos, una vez que vuelan yo paso a ser un apoyo puntual, pero no me desprendo de ninguno. Lo que hacemos en Prisma es un tránsito a la vida adulta», añade. Loira también intenta proporcionar un entorno de ocio saludable a muchos jóvenes, especialmente de familias de inmigrantes a los que les cuesta hacer amigos.