Julio de 1910: deportaciones y pelotazo urbanístico decimonónico en torno a la isla de Cortegada

Serxio González Souto
Serxio González VILAGARCÍA / LA VOZ

AROUSA

Un desembarco en toda regla, encabezado por Emilio Pérez Touriño como presidente de la Xunta, simbolizó en septiembre del 2007 la recuperación de Cortegada para el patrimonio público, 97 años después de su entrega a Alfonso XIII
Un desembarco en toda regla, encabezado por Emilio Pérez Touriño como presidente de la Xunta, simbolizó en septiembre del 2007 la recuperación de Cortegada para el patrimonio público, 97 años después de su entrega a Alfonso XIII MARTINA MISER

Hace 115 años, un puñado de prebostes perpetraron la donación de la isla arousana a Alfonso XIII para la construcción de un palacio real que jamás se hizo realidad. 16 familias y ochocientos propietarios fueron desposeídos y desalojados

15 jul 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Aunque el núcleo de este proceso teñido de infamia se desarrolló en la primera década del siglo pasado, la idea debió fraguarse, en realidad, unos cuantos años antes. Los suficientes como para que el término decimonónico se ajuste sin problemas a lo que entonces ocurrió a orillas del mar de Arousa. En O Carril, no muy lejos de donde, entre 1881 y 1882, María Eulalia Osorio de Moscoso y Carvajal, aya de dos infantas, ordenó erigir la mansión de Vilaboa, hoy conocida por su adscripción al ducado de Medina de Torres. Tanto Alfonso XII como su hijo Alfonso XIII se alojaron en diferentes ocasiones en una magnífica propiedad que, de hecho, sostenía la categoría de residencia real en Galicia. El abuelo del rey emérito lo hizo en 1900, siendo apenas un adolescente.

Dos años más tarde de aquella estancia, un grupo de notables —el industrial Daniel Poyán, Teodosio González, presidente de la Cámara de Comercio, el hacendado Laureano Salgado, el antiguo ministro Benigno Quiroga Ballesteros o Augusto González Besada, titular de la cartera de Fomento de la época, figuraban entre ellos— enunciaron el proyecto de ceder un solar al joven monarca con el propósito de que construyese en él un palacio de vacaciones. Aquella gente de bien atisbaba un gancho para las inversiones inmobiliarias. Como deducen los historiadores que se han dedicado al caso, un pelotazo urbanístico primigenio, capaz de sembrar Vilagarcía de arribistas más o menos poderosos, deseosos de seguir medrando o de impulsar su escalada social al calor de la corte en verano.

Aunque en un principio el foco se situó sobre Vilaxoán, en línea con las mansiones que enseñoreaban el entorno de A Comboa y Ferrazo, sus miradas se volvieron pronto hacia Cortegada. Poco antes, en 1899, abría sus puertas el primer balneario de A Toxa. La insularidad estaba de moda. Así que pusieron sus manos y toda su capacidad de influencia a la obra.

El empeño no era sencillo. Para empezar, porque el lugar estaba habitado y tenía dueños. Muchos. A comienzos del siglo XX, únicamente 16 familias vivían en su modesta aldea de granito. Pero las 43,8 hectáreas de la isla se dividían en 1.244 parcelas y un número de propietarios que oscilaba entre los seiscientos y los ochocientos. Minifundio en estado puro que no arredró a los aguerridos especuladores. Sus presiones consiguieron en solo seis años un primer documento de cesión. Claro que esa primera escritura estaba vinculada al desarrollo del célebre palacio, y Alfonso XIII, o sus asesores en su nombre, no la aceptaron. O el regalo se le hacía al rey a todos los efectos, sin contrapartidas ni condicionantes, o no habría negocio.

Dos años más emplearon sus promotores en presentar el legajo definitivo, que el monarca suscribió graciosamente el 10 de julio de 1910. Entretanto, los pobladores de Cortegada habían sido expulsados y realojados, con suerte y en el mejor de los casos, en O Carril.

115 años después de la conclusión de esta operación sonrojante, nada ha resultado ser como lo soñaron aquellos buenos señores. El palacio fue proyectado, pero jamás dio un paso fuera de los planos. Tras el breve período republicano, el Estado franquista devolvió la titularidad de Cortegada a la Casa Real, que nunca invirtió un duro en ella. Al contrario. Muerto y enterrado el dictador, don Juan, el conde de Barcelona, padre de Juan Carlos I, vende la isla a la inmobiliaria compostelana Cortegada S. A. el 6 de noviembre de 1978 por sesenta millones de pesetas. Nada de un acuerdo como el que supuso el paso del palacio de la Magdalena, en Santander, a manos públicas. Aquí se hizo caja.

Un año antes, en 1977, la corporación municipal predemocrática le había otorgado a la isla un uso residencial, turístico y deportivo, abriendo la puerta a su desarrollo urbanístico. En abril de 1979, los nuevos propietarios plantean en el Concello de Vilagarcía un proyecto que contempla doce bloques de apartamentos, 75 viviendas unifamiliares y un hotel de lujo, además de una reserva de suelo, por si al final sonaba la flauta del palacio de marras. Solo cuando el documento está debidamente presentado, Cortegada S. A. inscribe la isla a su nombre y da de alta su razón social como empresa.

Como se verá, no dan puntada sin hilo. Lamentablemente para sus intereses, a partir de ahí al tapiz se le van reventando las costuras. La movilización social, los incumplimientos de la inmobiliaria, el viraje del Concello, que ya con Javier Gago como alcalde les para los pies a los empresarios, el compromiso del popular Xosé Cuíña, decidido a expropiar el archipiélago, y su ejecución por parte del socialista Emilio Pérez Touriño, que retoma el procedimiento que Núñez Feijoo había frenado como conselleiro en la última etapa de Fraga, blindaron la isla para el patrimonio público. La mansión en la que se alojó Alfonso XIII, a la venta, amenaza ruina. Y esto no es justicia poética, sino otra mala noticia.

PROPIA

La Voz publicó el 3 de septiembre del 2007 el desembarco que, encabezado por Emilio Pérez Touriño, simbolizó la recuperación de Cortegada, hoy parte del Parque Nacional das Illas Atlánticas de Galicia, para el patrimonio público