Daniel Ilzarbe, psiquiatra infantil y juvenil: «Si usar mucho las pantallas fuese un criterio, atendería a todos los niños de la ciudad»

SALUD MENTAL

El especialista ve «a los que peor están, dentro de los que peor están» y reconoce que existe un sesgo en su actividad clínica
15 sep 2025 . Actualizado a las 13:47 h.Daniel Izarbe atiende en Barcelona a niños y adolescentes con problemas de adicciones. Ninguno es «adicto a las pantallas», pero sí que algo menos de la mitad —un 40 %— presentan comportamientos disfuncionales en los que estos dispositivos aparecen por el medio del problema. Reconoce no saber si existirá en el futuro una entidad clínica, «porque es difícil desgranar a qué se es adicto», y comenta que ya hay estudios que proponen sustituir la categoría de abuso de videojuegos por algún tipo de entidad que apunte hacia una adicción a internet en general.
—¿Cree que acabará figurando en los manuales diagnóstico una adicción a las pantallas?
—Quien estableció el diagnóstico de trastorno por uso de videojuegos fue el CIE-11. El DSM, elaborado por la sociedad americana de psiquiatría, lo tiene todavía en estudio. Tal vez en la próxima edición nos den una sorpresa y se incluya este trastorno con el resto de problemáticas derivadas. No lo sé. Es una pregunta complicada, porque es muy difícil desgranar a qué se es adicto. Al final, los videojuegos son un concepto más dentro de ese espectro. Hablar de adicción a las pantallas, así en general, creo que va a ser muy difícil, porque implica un montón de comportamientos que actúan a niveles muy distintos.
—Antiguamente en los videojuegos tenías un mando, un cartucho, encendías la videoconsola y a jugar. Ahora cuentan también con esa parte social: juegas en línea, hablas con gente, creas comunidad. Es algo muchísimo más complejo.
—Sí, y también todo la parte de las compras online de cofres sorpresa. Es verdad que dentro del trastorno por uso de videojuegos se estableció una diferencia entre las categorías de online y offline, considerando que es diferente cuando te conectas con amigos a cuando juegas tú solo. El componente adictivo como tal es muy diverso como para lograr circunscribirlo a una única cosa. Ya hay varios artículos que han propuesto criterios de 'adicción a internet', sustituyendo el concepto de videojuegos. Pero es verdad que son estudios que hacen propuestas, que los utilizan para clasificar a sus pacientes, pero sin que haya algo reconocido como entidad clínica.
—¿No sería demasiado abstracto patologizar el uso a internet en general? Sobre todo porque se conocen mecanismos que utilizan las redes sociales para atraer usuarios, basados en impactos dopaminérgicos constantes, ¿no parecen ajustarse mejor a cómo funciona una adicción?
—Es verdad que aquí la tecnología va más rápido de lo que va la ciencia. No es la única justificación, pero los primeros videojuegos salieron en la década de los cincuenta. Contamos con mucha historia para hacer estudios con respecto a estos pacientes, cómo evolucionan. Sin embargo, internet nace en los noventa. Y muchas aplicaciones de redes sociales son de los dos mil. La tecnología va muchísimo más rápido y no hemos tenido el tiempo suficiente para estudiar lo que esto implica. El Messenger que se utilizaba hace solo veinte años, ya no tiene nada que ver con las redes sociales que empleamos ahora. Tampoco la accesibilidad, ni la usabilidad. La tecnología está yendo por delante del tiempo que es necesario para crear una masa crítica de ciencia que nos oriente hacia uno u otro lado.
—Lo que da miedo es que pueda pasar lo que pasó con el tabaco: primero carta blanca y que, si se acaba viendo de que los riesgos superan a los beneficios, sea demasiado tarde.
—La diferencia es que ahora mismo tú te puedes imaginar una vida sin tabaco, sin alcohol o sin cocaína, ¿pero te puedes imaginar una vida sin pantallas?
—Precisamente por eso, sería polémico. Y me imagino que no habrá pocos intereses detrás.
—No me seducen demasiado las teorías de la conspiración. Creo simplemente que todo va muy deprisa. Para la ciencia, para la salud y también para su regulación. Hemos visto cómo han proliferado ciertas aplicaciones sin que haya una regulación para su uso. Como no nos habíamos visto en esta situación, se produjo un vacío legal que no tenemos claro cómo se va a legislar. Tengo la impresión de que hay una inquietud de la sociedad, especialmente movido por los padres, por la necesidad de buscar un marco legal que sea más protector. Que desde las instituciones oficiales que rigen la salud nos den unas recomendaciones sobre qué hacer o cómo hacer. Pero es que desde la salud nos apoyamos en la ciencia, y los estudios científicos todavía se manejan en esta ambigüedad.
—Una vez, una persona que se dedica al terreno de las adicciones, me definió una adicción como aquello que se sigue haciendo aún siendo conocedor de las consecuencias. ¿Es también especialmente complicado, de cara a una posible etiqueta diagnóstica para una adicción comportamental a las pantallas, trazar la línea entre la adicción y el abuso?
—Sí, y creo que aquí es donde está el debate. Saber si se puede medir desde lo comportamental o desde lo neurobiológico. Hay mucho interés en encontrar un biomarcador, algo que nos revele cuando has pasado del uso al abuso; y del abuso a la adicción. Tanto en las sustancias como en lo comportamental. Pero cuesta encontrar biomarcadores. Y en salud mental, mucho más. Además, yo que trabajo con niños y adolescentes, esos cerebros están en formación; funcionan diferente para algunas cosas por el momento de desarrollo en el que están. Preocupa qué impacto tienen en el neurodesarrollo, pero también entender algunos comportamientos. Porque es común que los adolescentes se sometan a muchos riesgos sin pensar en las consecuencias. Biológicamente, están en esa edad de probar, de experimentar a través de muchos comportamientos y también, por supuesto, con las pantallas.
—Esto lleva un poco al debate que hay montado, donde encontramos posturas más prohibicionistas, que sabemos que no siempre funcionan, pidiendo que hasta los 16 un niño no pueda tener acceso a un dispositivo móvil. ¿Por dónde deben ir las cosas para hacerlo bien?
—En esto no me mojo, creo que hay argumentos que pueden encajar tanto a favor como en contra. Sigo con atención diversos estudios que ya hablan del efecto Goldilocks, cuya traducción al castellano sería el «efecto Ricitos de Oro». Si recuerdas el cuento, la niña iba a la casa de los osos y se encuentra con vasos, mesas o camas de distintos tamaños. Ricitos va probando hasta que se queda con el vaso que le viene bien, la silla que le viene bien y la cama que le viene bien. Hay diversos estudios que han tratado de analizar datos de pantallas desde esta óptica, ¿qué pasa si se hace un uso razonable, supervisado y consentido de ellas? Ya hay algunos estudios que empiezan a apuntar que el punto óptimo es este, hacer un uso razonable, controlado y supervisado de pantallas; que la ausencia de uso o el uso indiscriminado no es lo que genera el mejor rendimiento. Hubo un reanálisis del estudio PISA que miraba esto, y el rendimiento académico era mejor cuando había un uso moderado, porque tenía un sentido y se hacía de manera supervisada.
—Hablaba de encontrar un biomarcador de la adicción, ¿qué tipo de biomarcador?
—Hay mucho interés por cómo funcionan los circuitos de recompensa a nivel cerebral. El sistema límbico y todos los circuitos que tienen que ver con la dopamina. El límbico y el frontal. El primero es el que hace que quieras volver a repetir una conducta; y el frontal es el que haría de freno, de racionalizador en algunos momentos. Hay muchos estudios que miran cómo la interacción entre estos sistemas funcionan o disfuncionan en pacientes con adicciones. Y hay mucho interés por saber qué pasa en estas mismas zonas también en las adicciones conductuales.
—¿Cómo de frecuente es ver problemas con pantallas en su actividad clínica con niños y adolescentes?
—Yo trabajo en una unidad muy específica. Mi contexto es particular. Estoy en consulta, pero solo veo adolescentes con adicciones que vienen derivados de algunos barrios de Barcelona. Para llegar al equipo donde yo trabajo, ya han sido vistos antes por el psiquiatra de referencia. Si las cosas no van bien, es cuando nos derivan. Mi percepción es sesgada, no tengo una visión general, no sé qué ocurre con los niños en las escuelas, ni siquiera veo a niños con problemas de salud mental. No atiendo a la base de la pirámide, sino a los que peor están, dentro de los que peor están. Por eso, muchas veces que cuando me preguntan, recalco que tengo mi sesgo: yo veo a los que tienen un problema de uso de algo y, generalmente, un trastorno mental asociado. Dicho esto, recibimos a pacientes que tienen problemas por el uso de pantallas y, en el 99% de las veces, también un trastorno mental asociado. Puede ser un trastorno por déficit de atención e hiperactividad, un diagnóstico de autismo o un trastorno depresivo. Casi siempre hay alguna otra cosa que hace que sea más difícil manejar el trastorno mental primario o manejar el problema que tienen con el uso de lo que sea. El 60% de lo que vemos, son adicciones a sustancias; el 40% restante, tienen algún problema con pantallas.
—Ese 40%, habla usted de «algún problema con pantallas», una terminología diferente a lo que contempla el CIE. ¿Qué problemas son esos?, ¿o se ajustan a eso, a un videojuego?
—No, a veces no se ajustan a un videojuego. A veces son problemáticas como que pasan mucho tiempo en redes sociales o que les cuesta poner un límite a la hora de usar algún dispositivo, lo cual genera un conflicto, una lucha en casa que escala hasta un nivel que lo hace peligroso para ellos o su entorno. En edades infantiles, nos cuesta mucho hablar de diagnósticos, porque es común que se no cumplan todos los criterios. Si haces una intervención a tiempo, puedes prevenir que se desarrollen algunas cosas. Que ojo, quizá tampoco se hubiesen desarrollado, pero es verdad que hay una demanda por parte del entorno familiar o un malestar por parte del chaval y, desde ahí, trabajamos algunas herramientas para prevenir que se desarrollen si es que no hay un diagnóstico.
—Habla de patologías duales, pacientes que si no hubiesen entrado por las pantallas, entrarían por, por ejemplo, un TDAH. Sea como sea, un 40 % han acabado en el sistema por algo que, según me dice, no está ligado al uso de videojuegos, que es lo que está descrito en los manuales como patológico. Al final, no existe la adicción, pero reciben a pacientes muy jóvenes con patología dual que tienen TDAH y un «problema de pantallas», que queda fuera del marco teórico
—Sí, es verdad. Como también han quedado en algún momento fuera del marco teórico los pródromos de psicosis, los estados mentales de alto riesgo. No tienes un diagnóstico, sino algún síntoma suelto, ¿en qué categoría entran? Por eso te hago la aclaración de mi sesgo, desconozco cómo lo hacen en adultos, pero en infantil hay veces que das una atención o propones un tratamiento aunque no se cumplan todos los criterios del diagnóstico. Muchas veces, porque están descritos con criterios pensados para adultos. Sí hay muchos diagnósticos que son propios de edad infantil y que requieren que seas un niño para poder atribuirlo, pero muchos otros vienen del mundo adulto y se ha hecho una adaptación a su presentación en infantil. Pero estoy de acuerdo contigo, es un limbo.
—Usted está en la parte estrecha del embudo, recibe a pacientes que ya han sido cribados. Pero supongo que habla con colegas de esto. ¿Cuál es la sensación general de la psiquiatría con respecto a las pantallas? Dejando claro que hablamos de un pálpito, no de ciencia.
—De inquietud, también porque es una demanda que viene mucho desde los padres. Mi impresión es que, a nivel de diagnóstico, estamos en el limbo, en esta ambigüedad que planteabas. Es verdad, al mismo tiempo, que muchas veces el conflicto que se da en el domicilio con respecto a las pantallas es un síntoma de otra cosa. Antes, un padre le decía a su hijo que tenía que volver a una hora y la discusión venía porque volvía más tarde; o le decía que tenía que recoger la habitación y la discusión venía porque no la recogía; ahora surge una nueva discusión, porque le digo que deje el móvil o el ordenador. Es la punta del iceberg de otras cosas que están sucediendo por debajo. Muchas veces digo a mis compañeros que el hecho de que un niño utilizase mucho las pantallas fuese un criterio, estaría atendiendo a todos los niños de Barcelona. Si preguntas en un hogar si creen que un niño o una niña pasa demasiado tiempo con las pantallas, muchísimos padres te van a responder que sí. La sensación que tenemos es que es un síntoma de muchas cosas. Por ejemplo, en casos de depresión te cuentan que se pasan muchas horas con el móvil y que por eso están deprimidos. Bueno, es que hace treinta años, cuando estabas deprimido, te quedabas sentado en la cama mirando a la pared. Ahora, si estás deprimido, ¿qué haces? Pues scrolling, porque es una actividad pasiva que es más entretenida que mirar a la pared. A veces es difícil saber qué fue primero. Seguramente se retroalimenten.
—¿Cuál es el abordaje terapéutico que estamos haciendo en estos casos, porque al final no tenemos fármacos para la adicción?
—Entender qué es lo que le está sucediendo al chaval, a la familia, qué es lo que sucede en casa, en el cole y poner medidas a todos los niveles. Un abordaje biopsicosocial. Si hay un diagnóstico de un trastorno mental y hay un tratamiento farmacológico, utilizarlo si se puede beneficiar de él. Porque también podemos encontrarnos que, a lo mejor, no necesita el fármaco. Y luego hay mucho abordaje psicoterapéutico de dinámicas familiares, de herramientas para que los padres puedan manejar la situación y para que el paciente busque actividades alternativas, tanto de ocio como de manejo del malestar. Si utilizas las pantallas como una actividad de ocio, vamos a buscar actividades alternativas. Si las utilizas como estrategia de afrontamiento para el manejo del malestar, cuando estás mal, cuando has discutido con alguien o cuando te entra el TOC y en lugar de hacer el ritual te pones a mirar algo, pues vamos a buscar otros mecanismos alternativos que no sea a través de pantallas. El coping de otra manera.
—Evidentemente aquí no hay un «delirium tremens» como consecuencia de la abstinencia, pero no sé si se ha visto qué pasa con las retiradas bruscas de smartphone, ¿hay algo estudiado?
—Depende del entorno y del paciente. Porque una vez más, una cosa es lo que pasa con adultos y otra lo que pasa en edad infantil. Y sé que ya hay compañeros que están planteando esto: ¿qué pasa con los síndromes de abstinencia? Pienso en algunos de los ingresos que hemos tenido en planta, en los que el motivo de ingreso quizás no eran las pantallas, sino otras patologías asociadas: intentos autolíticos, síntomas psicóticos o cualquier otra cosa, pero también, de fondo, un uso importante de pantallas. Todo esto les lleva a ingresar, y en planta están bien, al menos de ese aspecto. No hay una demanda constante porque entienden y saben que no se pueden utilizar móviles. Cuando llegan allí, se encuentran con que nadie lo usa, el personal tampoco lo tiene, entras en un sitio donde nadie tiene teléfono. Esa es una situación, pero si te lo prohíben y cuando sales a la calle todo el mundo está con su terminal, es otra bien distinta. Tus padres te dicen que no lo uses, pero ven que ellos se conectan para contestar un mail del trabajo o lo que sea. Los están viendo. Entiendo que los adolescentes se cuestionen qué implica esto. Claro que entra en juego el FOMO, pero también la coherencia. Tengo pacientes que me los derivan y cuando salgo a buscarlos a la sala de espera me encuentro a los niños y a los papás, a los tres, mirando cada uno su móvil.
—¿Al final el paciente es toda la familia?
—Es que entiendo también lo que plantean los padres. Al final, qué decisión queremos tomar como sociedad. Hay muchas preguntas dirigidas a los departamentos de salud y las entiendo, porque hay una cuestión de fondo que es de todos, que es ¿qué queremos hacer como sociedad? Porque también podríamos pensar si acaso nosotros no utilizamos el teléfono móvil cuando llegamos al trabajo. Les hemos pedido a los adolescentes que, cuando lleguen al cole, no tengan disponibilidad del móvil. ¿Nosotros como adultos estamos dispuestos a esto?, ¿a quitarnos el móvil? Son preguntas retóricas, pero que está bien plantearse.