Ramiro J. Álvarez, psicólogo: «La mente racional debe tomar el control de nuestra vida»

Cinthya Martínez Lorenzo
Cinthya Martínez LA VOZ DE LA SALUD

SALUD MENTAL

Ramiro J. Álvarez es psicólogo y psicoterapeuta.
Ramiro J. Álvarez es psicólogo y psicoterapeuta.

El experto considera la vida «una partida de ajedrez» que hace darnos cuenta de que «somos más protagonistas que observadores pasivos de la vida»

27 ago 2025 . Actualizado a las 10:36 h.

Ramiro J. Álvarez (Lugo, 1951) es psicólogo y psicoterapeuta, con experiencia de treinta años en el ámbito clínico y educativo. En la actualidad está activamente implicado en la investigación y la divulgación sobre todo lo que tiene que ver con los avances de la psicología, al mismo tiempo que sigue colaborando con distintas organizaciones en el ámbito de la integración y la tercera edad. De orientación humanista, se ha especializado en Terapia de Aceptación y Compromiso, Terapia de Mentalización y Constructive Living. Autor de varios libros de divulgación, el último que acaba de publicar es Superhéroes, personas admirables y gente corriente (Desclée de Brouwer, 2025). 

—El libro se titula Superhéroes, personas admirables y gente corriente. Y usted dice que las historias de príncipes y dragones no son tan inocuas como parecen, sobre todo cuando somos pequeños. ¿Por qué?

—Ese es el problema de inventarse o buscar superhéroes que nos solucionen los problemas. Estos, los tenemos que solucionar nosotros. Si nosotros depositamos nuestra confianza en algo o alguien ajeno a nosotros, estamos renunciando a nuestra autonomía y libertad. Nos estamos haciendo dependientes de algo o alguien que, en realidad, en vez de salvarnos, lo que hace es hacernos más dependientes cada día. Es lo que ocurre en el caso de los cuentos infantiles que, sí, son muy bonitos, pero las historias de príncipes y princesas no terminan nunca con el beso final, sino que la historia continua. ¿Qué ocurre después de que el príncipe rescata a la princesa en la torre de marfil? ¿Qué ocurre después de que el caballero de la brillante armadura vence al dragón que tiene atemorizada a la población? ¿Qué pide a cambio? 

—Por sus palabras interpreto que no solo depositamos nuestra confianza en personas ajenas a nosotros. 

—No, también depositamos nuestra fe y confianza en otras cosas como pueden ser sustancias, y lo que pretendemos es la felicidad. Pensamos que esta puede venir por el consumo de una determinada sustancia o por la compra de un determinado objeto, como un coche último modelo. Nos volvemos esclavos de esos mismos sujetos o productos, incluso de esos mismos rituales que nos pueden salvar. Mucha gente desarrolla trastornos obsesivos compulsivos por la necesidad que siente de organizar un determinado ritual que cree que le va a eliminar la ansiedad que tiene. Este es, en general, el problema de los falsos superhéroes que, en realidad, más que superhéroes son supervillanos

—¿Quiénes serían entonces las personas admirables y gente corriente a las que se refiere?

—En principio, todos somos personas normales. No es que exista un grupo específico de personas admirables y otro de gente corriente, andamos todos moviéndonos de un grupo a otro. La gente corriente, en principio, somos todos. Todos tenemos el mismo potencial y las mismas posibilidades. Lo que ocurre con las personas admirables es que se enfrentan a los problemas de una manera proactiva, tienen claros o por lo menos viven de acuerdo a unos valores personales que los tienen como guías de vida. No necesariamente son la gente famosa que sale en las noticias, puede ser nuestro vecino de al lado. Son valores cotidianos como el pensar en los demás o guiarse por principios de justicia. En función de ellos, las personas admirables organizan su vida. Se comprometen con esos valores y desarrollan unas conductas específicas que van por esas guías. De vez en cuando tienen sus fallos y se comportan como gente corriente y moliente. Y las personas normales, que somos todos, de vez en cuando, nos esforzamos y entramos en ese grupo invisible de personas admirables. 

La vida es una partida de ajedrez en la que tenemos una posición de partida y nos toca hacer un movimiento. En función de la respuesta que tengamos, vamos a tener un resultado, la situación va a cambiar y eso nos va a exigir un nuevo movimiento de alguna pieza vital que tengamos que mover. En ese momento, cuando nos damos cuenta de que somos más protagonistas que observadores pasivos de la vida, es cuando empezamos a tener conciencia de que las personas que funcionan así son las verdaderamente admirables y las que merecen la pena seguir su ejemplo y conviene tener como referentes.  

—Me habla de los valores. ¿Qué son exactamente?

—Los valores son los principios por los que construimos nuestra vida. Si alguien quiere ser periodista, se tiene que plantear por qué quiere serlo: por el dinero que eso le puede suponer, por la posibilidad de viajar como corresponsal a sitios remotos, por mantener a la gente informada… Cada uno tiene que elegir en función de qué valor desarrolla esa conducta o sigue ese camino. El que tiene unos valores económicos muy acentuados, puede que no siga un camino tan directo o tan recto como la persona que prefiere organizar su vida en función de principios más profundos. Siempre, en cualquier tipo de comportamiento, podemos encontrar unos valores que lo sustentan. Lo difícil es que uno piense cuáles son los valores que guíen la propia vida. 

—¿Podemos ir cambiando nuestros valores de vida? 

—Sí, en cierto modo sí. Los valores siempre son puntos de referencia, no son caminos trazados. Si alguno tiene un valor muy acentuado con la justicia, esté donde esté, siempre va tratar de tomar decisiones que sean justas para todo el mundo. Aunque cambie de profesión o actividad, ese valor va a estar presente, igual que aquel que tenga muy marcado un valor de solidaridad. O si uno tiene muy marcado el valor de sostenibilidad, este también puede estar presente aunque no forme parte de Greenpeace, por ejemplo. 

En este sentido, hay una anécdota muy significativa de un limpiador en la época de Kennedy. En una visita presidencial, era tarde, fuera ya de horario laboral, el presidente estaba visitando las instalaciones de la NASA y se encontró a un hombre que estaba allí, un limpiador, que no tenía por qué estarlo en aquel momento. Y le preguntó:  «¿Y usted qué está haciendo aquí?». Él respondió: «Estamos trabajando para poner un hombre en la Luna». Él desde su punto de limpiador, estaba totalmente comprometido con el trabajo general que se estaba haciendo. Tenía unos valores muy superiores a lo que, aparentemente, nos puede parecer por su puesto de trabajo. Eso es lo que nos ocurre en la vida normal, que los valores son guías o puntos de referencia a los que podemos encaminar distintas vías, a los que podemos ir llegando de distintas formas. Los valores nunca se alcanzan, nunca se cumplen, están siempre ahí. Aunque los traicionemos a veces, siguen estando ahí. 

 —Comenta en el libro que nuestra mente es sobreprotectora con nosotros. ¿Qué sentido tiene?

—Fisiológicamente, tenemos el cerebro con distintas estructuras que se fueron desarrollando a lo largo de la evolución biológica. La más primaria es lo que se llama el cerebro reptiliano: los lagartos en cuanto ven el más ligero movimiento, se escapan. La mente protectora es donde está nuestro instinto de supervivencia para alejarnos de nuestros peligros. Lo que ocurre es que, muchas veces, no nos aleja de los problemas reales y sí de otros que no lo son.

—¿Me proporciona un ejemplo?

—Imaginemos, una persona que tiene fobia a los ascensores. No entra porque le da angustia. Se aleja del ascensor y se queda tranquilo, se siente bien. Pero no se da cuenta de que si un día lo citan en una entrevista de trabajo en el piso 23 de un edificio, es muy difícil que consiga subir por las escaleras sin que le de un infarto. La mente protectora funciona a corto plazo. Pero tenemos otra, la racional, que es la que nos lleva a funcionar a largo plazo y debe tomar el control de nuestra vida. Por eso nuestra mayor ventaja evolutiva, es, precisamente, la capacidad de razonamiento y tenemos que saber utilizarla por encima de esas estructuras primitivas que nos llevan a una defensa inmediata, pero que a veces es contraproducente. 

—¿Qué necesitamos, según usted, para ser felices?

—Esto es complicado (ríe). Sobre qué es la felicidad se pueden hacer varias interpretaciones. Se piensa que es la vida placentera: pasarlo bien o estar siempre de buen humor. Pero eso es imposible, hasta por un mecanismo psicológico que se llama la saciación de estímulo. Es decir, si a ti te gusta el chocolate y lo estás comiendo todo el día, llega un momento en el que te sacias. Terminas odiando al chocolate. No se puede pretender ser siempre feliz, la felicidad necesita un punto de insatisfacción, que nos mueva a ir hacia ella. Esta puede ser el dedicarnos a una vida comprometida, ya sea con su trabajo, con los suyos, con su familia, con una determinada obra al margen de su familia, con un proyecto u organización. Pero es que además uno puede comprometerse con una vida con sentido. Ahí es donde entran en juego los valores más elevados, los de trascendencia, de ir más allá de uno mismo, de saber que nuestra vida no es exactamente nuestra. Formamos parte de una comunidad global y en realidad estamos aquí por algo. La felicidad, yo creo, consiste en sentir que estamos cumpliendo con nuestra misión. 

—¿Y cuál es la misión de cada uno?

—Eso es lo que cada uno debe averiguar. 

Cinthya Martínez Lorenzo
Cinthya Martínez Lorenzo
Cinthya Martínez Lorenzo

De Noia, A Coruña (1997). Graduada en Periodismo por la Universidad de Santiago de Compostela, me especialicé en nuevas narrativas en el MPXA. Después de trabajar en la edición local de La Voz de Galicia en Santiago, me embarco en esta nueva aventura para escribir sobre nuestro bien más preciado: la salud.

De Noia, A Coruña (1997). Graduada en Periodismo por la Universidad de Santiago de Compostela, me especialicé en nuevas narrativas en el MPXA. Después de trabajar en la edición local de La Voz de Galicia en Santiago, me embarco en esta nueva aventura para escribir sobre nuestro bien más preciado: la salud.