¿Cada cuánto tiempo tengo que hacerme un análisis de sangre? «En adultos sanos no tiene ningún beneficio hacer una analítica anual»

ENFERMEDADES

Si bien esta prueba es fundamental en muchos diagnósticos, los expertos recuerdan que también puede hacer caer en detecciones innecesarias de ciertas dolencias
11 ago 2025 . Actualizado a las 05:00 h.Un amplio abanico de diagnósticos se hacen, en su totalidad o en parte, gracias a un análisis de sangre. Esta prueba se ha convertido en una herramienta fundamental a la hora de detectar, controlar y prevenir enfermedades. En dos o tres viales se concentran una gran cantidad de información sobre el estado de salud de una persona: desde el buen funcionamiento de sus riñones hasta los niveles de colesterol.
Tanto es así que muchos pacientes acuden, por iniciativa propia, a su médico de cabecera para demandar la analítica anual de rigor; una costumbre que no siempre tiene sentido. «Muchas personas asocian la idea de que cuantos más análisis, mejor. Como si hacer una analítica completa fuera sinónimo de salud o de una atención más rigurosa», indica la doctora Isabel María Paúles, responsable del grupo de trabajo de Estilos de Vida y Determinantes de Salud de la Sociedad Española de Medicina General (SEMG), quien recuerda que, en medicina, más no siempre equivale a mejor.
De hecho, cuando se solicita una prueba diagnóstica tiene que haber una razón médica. «Si se piden sin una razón médica clara, pueden llevar a resultados dudosos o falsos positivos que, lejos de tranquilizar, generan más ansiedad, pruebas innecesarias o incluso tratamientos que no hacen falta», apunta la especialista.
Así las cosas, ¿cada cuánto es necesario someterse a este test? Hasta los treinta años y sin enfermedades, un adulto sano puede limitarse a realizar un análisis al año, o incluso, cada dos, según la médico de familia y miembro de la SEMG. Una frecuencia que se ajusta a los chequeos médicos laborales, los cuales servirían para tener una referencia de la salud.
La cosa cambia a partir de los cuarenta años, «cuando se recomienda un control una vez al año, por el riesgo de aparición de enfermedades crónicas como la diabetes, la hipercolesterolemia o la hipertensión arterial, entre otras», aclara.
Sin embargo, en este apartado, hay discordia. La doctora Ana Pérez, médica de familia, aporta una perspectiva diferente. «En adultos sanos y asintomáticos, a partir de los 18 y hasta los 60 años, no tiene ningún beneficio hacer una analítica anual de rutina», señala la experta, que añade: «Al hacerlo, muchas veces conduce a un diagnóstico innecesario como, por ejemplo, un déficit de vitamina D en alguien que no tiene síntomas de nada», explica. Por eso, Pérez destaca que el marco temporal debería situarse cada cuatro o cinco años. El doctor Sergio Cinza, miembro de la junta directiva de Sociedad Española de Médicos de Atención Primaria (Semergen), se pronunciaba en el mismo sentido en este reportaje, y señalaba que una analítica cada tres años en adultos jóvenes es más que suficiente. «Las guías establecen este período para controlar el tema de la diabetes, el azúcar y también conviene vigilar el hemograma porque suele ser la edad a la que debutan las leucemias o linfomas», precisaba.
Eso sí, todos los profesionales sanitarios consultados reconocen que esta frecuencia puede alterarse según los factores de riesgo que cumpla una persona. Si, por ejemplo, alguien fuma, bebe alcohol con frecuencia, tiene sobrepeso o, todo lo contrario, tiene un estilo de vida saludable. «En la sociedad en la que vivimos es raro que hoy en día una persona no tenga un antecedente o un factor de riesgo que te pueda hacer solicitar antes una analítica», precisa, aún insistiendo en la idea de que la pauta, según las guías médicas, no es anual.
Además, el cuadro clínico de un paciente puede establecer diferencias. Por ejemplo, si la persona diabética tiene antecedentes de factores de riesgo cardiovascular, «se recomienda realizar analítica cada tres meses si está descompensado o cada seis meses si está controlado con el tratamiento farmacológico», indica la doctora Paúles; así como si existe un problema subagudo de oriente incierto, donde una analítica de sangre puede aportar algo más de luz.
¿Qué información aporta una analítica?
Si bien este control rutinario no suele ofrecer un diagnóstico por sí solo, sí orienta a los médicos, «ya que junto a la historia clínica y exploración física, nos guía hacia la causa de los síntomas o permite controlar enfermedades ya conocidas», destaca la miembro de la SEMG. De hecho, existe un amplio abanico de patologías que se puede confirmar o descartar en función de los parámetros a medir que se soliciten.
Cuando el médico de familia solicita un hemograma completo, puede detectar anemias, infecciones e, incluso, algunas enfermedades hematológicas como las leucemias. «Unos glóbulos blancos elevados pueden indicar una infección, y una bajada de plaquetas puede alertar de un problema en la médula ósea o un proceso autoinmune», señala la experta. Los niveles de glucosa y hemoglobina glicosilada permiten diagnosticar y controlar la diabetes; mientras que el perfil lipídico. «Es clave para valorar el riesgo cardiovascular y prevenir enfermedades como el infarto», apunta Paúles.
Las transaminasas y otros marcadores hepáticas permiten «evaluar la salud del hígado, y pueden alertarnos sobre hepatitis, hígado graso o consumo excesivo de alcohol»; la creatinina y el filtrado glomerular muestran cómo están funcionando los riñones, y algunos análisis «incluyen también marcadores como el TSH, que nos ayudan a diagnosticar problemas de tiroides, como hipotiroidismo o hipertiroidismo», cuenta la especialista en medicina de familia y comunitaria.
Mejores hábitos antes que un análisis
La doctora Ana Pérez considera que, como adultos, se debe poner el foco en los hábitos de vida saludables, como hacer deporte, cuidar la alimentación o el sueño, «antes que centrarnos en hacerme una analítica para ver cómo estoy». La receta es simple y se puede ajustar, en mayor o menor medida, al contexto de cada uno. Así, para la médica de familia es imprescindible moverse un poco todos los días: «Realizar entre 8.000 y 10.000 pasos como mínimo y realizar ejercicio de fuerza, al menos, dos veces por semana», apunta.
La alimentación debe basarse en alimentos «lo más naturales y menos procesados posible». Para ello, uno puede dejarse guiar por la dieta mediterránea: «Cuánto más color haya en el plato, mejor. Que la base sea fruta y verdura, pescado, y solo un poco de carne», resume la especialista.