Iain McGilchrist, psiquiatra: «El hemisferio derecho del cerebro es, literalmente, más inteligente que el izquierdo»
SALUD MENTAL
Tras tres décadas estudiando la bilateralidad cerebral, el experto ha concluido que buena parte de los problemas que azotan a las sociedades actuales se deben a «la cantidad de cosas que desconoce nuestro hemisferio izquierdo»
22 nov 2025 . Actualizado a las 05:00 h.Psiquiatra, neurocientífico o investigador. Cualquiera de las tres disciplinas encajan a la hora de trazar el perfil de Iain McGilchrist (Reino Unido, 1953). Pero también literato —no solo porque escriba libros, sino porque ha enseñado literatura en Oxford— o filósofo. Bastan cinco minutos con él para constatar que se trata de una rara avis entre una ciencia que galopa con anteojeras; centrada en la célula más pequeña sin tiempo a ver lo que pasa a su alrededor. Por eso ha tardado treinta años en llegar a ciertas conclusiones, pese a que él mismo reconoce que tiene todavía más preguntas que respuestas. Acaba de publicar El maestro y su emisario. El cerebro dividido y la conformación del mundo occidental (capitán Swing, 2025), un libro en el que argumenta cómo las diferencias entre los dos hemisferios han acabado por conformar las sociedades tal como son. Un viaje del que el hemisferio izquierdo no sale demasiado bien parado.
—¿Tiene usted un hemisferio del cerebro favorito?
—Por supuesto. La verdad es que después de treinta años investigando las diferencias entre los hemisferios cerebrales, muchas veces me he desanimado por la cantidad de sinsentidos que se han publicado sobre sus diferencias. Ha habido una clara influencia de la psicología pop. A los que se aproximen a mi trabajo, les pediría que olviden todo lo que les han contado sobre bilateralidad cerebral y que empiecen de cero. Se ha repetido y repetido que el hemisferio izquierdo es lógico y racional y el derecho es creativo. Esto son generalidades sin fundamento. Sabemos desde los años setenta que ambos hemisferios están involucrados en todos los procesos. Ambos contribuyen al lenguaje, a la razón, a la emoción o a la construcción de imágenes.
—Por tanto, ¿cuál es la diferencia?
—Mucha gente asumió que, si ambos hemisferios estaba involucrados en todo, no existirían diferencias entre ellos. Pero sí las hay. Se trata de la forma en la que cada hemisferio presta atención al mundo. Por resumirlo mucho, el hemisferio derecho, al contrario de lo que suele creer, percibe mejor y entiende más. Posee una inteligencia mayor, entiende mejor las cosas que pasan. El izquierdo tiene otro rol importantísimo: conseguir cosas. Todas y cada una de las criaturas del mundo tienen en común la necesidad de lograr obtener alimento. Cuanto más evolucionada esté cada especie, más complejas serán las tareas a las que se enfrente. Al igual que un pájaro necesita recolectar ramas para construirse un nido, nosotros creamos las herramientas que necesitamos. El hemisferio izquierdo se encarga de esa manipulación del mundo. Esto ha sido tan importante evolutivamente que ha acabado por ocupar un espacio enorme en el cerebro. Mientras que el derecho es el que comprende y da forma a la escena, el izquierdo pone atención amplia y precisa a los detalles. El hemisferio derecho ve un mundo vivo, complejo, sometido a un cambio constante y absolutamente interconectado; el izquierdo, un mundo 'muerto'. Así que, volviendo a tu pregunta, por supuesto que prefiero al derecho. El hemisferio derecho es, literalmente, más inteligente que el izquierdo.
—¿En qué sentido?
—Emocionalmente, socialmente y cognitivamente. Puede que esto sorprenda a mucha gente, pero la razón por la que las cosas han acabado por ir mal en nuestras sociedades es por la cantidad de cosas que desconoce nuestro hemisferio izquierdo. Y como suele pasar cuando sabes muy pocas cosas, piensas que lo sabes todo. En contraposición, el hemisferio derecho es sabio, y por eso se da cuenta de que necesita la información que solo puede proporcionarle el hemisferio izquierdo. De hecho, el hemisferio izquierdo debería limitarse a un papel de administrador, encargarse a recopilar datos. Datos que solo tienen sentido cuando son puestos en contexto por el hemisferio derecho. Es como un ordenador: al hemisferio izquierdo le asignas la tarea de obtener información y te la proporciona. Con ella, se debe interpretar el resultado. Es obvio que el hemisferio izquierdo es muy importante. Pero es mucho más útil como sirviente que como maestro, en ese rol deja bastante que desear. Sin embargo, la realidad es que vivimos en un mundo que honra al sirviente, olvidando el don que tiene el hemisferio derecho.
—¿Tenemos al lado mediocre del cerebro a los mandos?
—Sí. El hemisferio izquierdo es ese sirviente arrogante que traiciona a su maestro. Y esto nos ha llevado a la mayor crisis que el mundo ha conocido, llevándonos a un escenario próximo a la extinción a causa de nuestra completa falta de entendimiento del mundo. Vemos a la sociedad como una masa de individuos completamente atomizados, cada cual con sus propios deseos y creyendo que cada uno debería hacer lo que quisiese. Que la naturaleza no es más que un montón de recursos que están ahí para que los explotemos. El hemisferio izquierdo está para ejercer el control y el poder que nos permita coger cosas, así de simple; comida, materiales o cualquier otra necesidad. Por supuesto que, de seguir así, acabará destruyendo el mundo. Pero empiezan a aparecer cada vez más voces que reivindican la necesidad de reconquistar nuestra esencia humana y dejar de comportarnos como máquinas defectuosas.
—Usted expone algo que es muy básico, pero que creo que no es demasiado conocido: que nuestro cerebro no es simétrico como se suele ilustrar, sino que uno de los hemisferios es incluso más pesado.
—Es cierto, mucha gente lo desconoce. A simple vista, sí parece simétrico, pero si lo mides con precisión verás que no lo es. Y es algo interesante. Si llegó un punto evolutivo en el que necesitó crecer, ¿por qué ese crecimiento no fue simétrico?
—Usted dirá.
—Porque las diferencias entre hemisferios requirieron que el derecho se expandiese. Por ejemplo, el lóbulo frontal, que es la parte que nos diferencia del resto de animales y la última en desarrollarse de nuestro cerebro, es asimétrica. El lado derecho es más grande. Lo mismo pasa con la parte posterior de los hemisferios, que es más grande en el lado izquierdo, donde siempre se ha dicho que se aloja el lenguaje. Pero es imposible que este crecimiento se deba al lenguaje, porque los grandes primates también presentan este aumento. Su hemisferio izquierdo es más grande, y aún así son incapaces de usar el lenguaje pese a que ha habido investigaciones que lo han intentado. Quienes más se han acercado, lograron enseñarle a un chimpancé llamado Washoe 300 palabras. Tu vocabulario tendrá, como mínimo, unas 70.000. Hablamos de cosas, claramente, muy diferentes.
—Entonces, ¿por qué son asimétricos?
—Esta es una pregunta que se sustenta sobre tres patas. Primero, ¿por qué el cerebro está dividido en dos en cualquier especie? Segundo, ¿por qué son siempre asimétricos? Porque incluso las redes neuronales que se remontan a las criaturas más primitivas lo son. Y tercero, ¿por qué esa franja fibrosa situada en la base del cerebro llamada cuerpo calloso funciona como inhibidor para que uno u otro hemisferio no actúen? Estas preguntas me empujaron a investigar y he estado treinta años trabajando en ellas. Las respuestas las he publicado en dos libros enormes. Era necesario que así fuese, aportando hasta el más mínimo detalle, porque cuando se afirma algo que no es demasiado conocido a nivel científico la gente quiere saber de dónde salen esas conclusiones. He querido ser muy escrupuloso, añadiendo notas al pie de todo lo que se afirma para que el lector pueda consultar las fuentes.
—Este tipo de investigaciones se han calificado, como usted dice, de «psicología pop», pero le ha dado igual dedicar su vida a ellas. ¿Qué piensan de usted sus colegas?
—La primera reacción de la ciencia cuando se aporta una visión nueva es tratar de buscar donde encaja dentro de lo que ya sabemos. La ciencia vive en esa encrucijada. Por un lado, se resiste al cambio cuando se aporta una visión nueva; por el otro, la ciencia solo avanza cuando se incorporan nuevos puntos de vista como ocurrió hace un siglo con la física. Por tanto, la respuesta corta es que muchos neurólogos y psiquiatras, particularmente aquellos que son clínicos y que lidian en su día a día con pacientes, tienen en alta estima mi trabajo. Pero estoy completamente seguro de que existe un grupo muy amplio de personas sin experiencia clínica que están exclusivamente interesados en la placa de Petri de sus laboratorios que se preguntarán de qué diablos estoy hablando. Este grupo tiene dos opciones. O bien leer unos libros realmente largos o, simplemente, dejarlo correr pensando que todo esto no aporta demasiado. Y esta última opción es mucho más cómoda.
—Dice que su investigación cogió ritmo cuando dejó de preguntarse qué hace cada hemisferio para plantearse cómo hacen lo que hacen.
—En los años sesenta y setenta del siglo pasado se realizaron por primera vez callostomías, una intervención que sirvió para tratar casos de epilepsia severa. Consistían en retirar la totalidad o parte del cuerpo calloso y sirvió para aprender mucho sobre cómo ambos hemisferios podían ser tratados como entes independientes. Inicialmente, las preguntas se centraban en de qué se ocupaba cada uno. Encontraron algunas diferencias. Pero la investigación demostró que esas diferencias no se sostenían de la forma en la que se quiso plantear. Por eso es tan importante cambiar la pregunta. No importa tanto el qué hacen, sino el cómo lo hacen. Es una pregunta muy diferente. Es el tipo de pregunta que se le hace a un ser vivo; la otra, una pregunta que formularíamos para saber cómo funciona una máquina. El hemisferio derecho tiene una visión distinta del mundo: vivo, interconectado y en evolución. El izquierdo, por su parte, tiene ese componente estático, muerto y montado con la suma de piezas pequeñas. Es fácil identificar estas dos visiones del mundo cuando hablas con la gente. A veces los grandes desacuerdos llegan por esto.
—Los neurocientíficos y neurólogos observando con resonancia magnética funcional cómo se comporta una célula de un cerebro y usted habla del cerebro desde la filosofía.
—Está apuntando dos cosas muy importantes. Una es la relación entre la ciencia y la filosofía y la otra es la ultraespecialización. Por empezar desde el principio, la ciencia nunca quiere que saber nada de problemas metafísicos. Hay un empeño en establecer esa diferenciación entre ciencias y humanidades donde las segundas no tienen nada que ver con las primeras. Lo que en realidad quieren es que no se les cuestione a nivel metafísico, porque lo cierto es que todas las ciencias incluyen a la filosofía. Se prefieren visiones simplistas, el materialismo reduccionista y que nadie les plantee nada. Pero en su trabajo, quieran o no, está presente la metafísica. La filosofía lo atraviesa todo. Es imposible entender los datos científicos a menos que se sea capaz de organizarlos de una forma en la que tengan sentido. Ahí es donde entra en juego la interpretación filosófica.
La segunda clave es la dificultad con la especialización, que surge de la dominancia del hemisferio izquierdo. Recordemos que el lado izquierdo siempre busca el detalle, por lo que su atención está estrechamente centrada en aquello que necesita saber y se lanza a conseguirlo. Su atención es específica y limitada; la realidad es que ya sabe lo que se va a encontrar. El problema es que cuando empiezas a pensar en la ciencia de esta forma, especializándote en un tipo de célula muy específica, acabas por ni siquiera entender a esa célula. El filósofo inglés John Stuart Mill dijo que si solo conoces tu postura, acabarás sabiendo muy poco sobre tu postura. De las cosas que más escasean en el mundo moderno son los perfiles que tienden puentes entre disciplinas. Es algo que cada vez se está demandando más, la importancia de la investigación interdisciplinar, las asignaturas interdisciplinares desde las universidades. De alguna manera, soy un ejemplo de perfil que ha tenido cierto interés en la filosofía, que ha enseñado literatura en Oxford, que estudió medicina y ha hecho neuroinvestigación. Solo si has bebido de todas las disciplinas serás capaz de ver los puentes entre una y otra.
—¿Usted cree que se está reclamando esta interdisciplinariedad?, sinceramente creo que seguimos mirando cada vez más hacia una célula sin tener una definición clara de lo qué es y lo qué no es una enfermedad.
—Esta es una pregunta importante. Una de las consecuencias de dar la espalda a todo lo que nos aporta el hemisferio izquierdo es que estamos cada vez más enfermos a nivel mental. Hay un incremento bestial, particularmente en personas jóvenes, de desordenes de ansiedad, depresión y demás. Y esto es un efecto previsible de la dominancia del hemisferio izquierdo, incapaz de tener en cuenta otras valores más allá de conseguir lo que quiere. Los jóvenes están viendo que reducir todo a ganar y ganar dinero, a lograr más poder, no lleva a ninguna parte si no sabes a qué dedicar ese poder. Y poder saberlo dependerá de ser capaz de entender valores como la verdad, la bondad o la belleza, tres elementos a las que se les ha faltado sistemáticamente el respeto.
—Si tuviese que decir un porcentaje, ¿qué nivel de conocimiento diría que hemos alcanzado de nuestro cerebro?
—Sabemos más de lo que nunca se ha sabido en el pasado y cada día sabemos más. Nuestro conocimiento está en constante crecimiento y se trata de un proceso sin fin, que es la naturaleza de cualquier modalidad de la ciencia. De hecho, una manera de ver la ciencia históricamente es verla como una sucesión de errores perpetuos. Siempre es una cuestión de corrección y progreso.
—Vale, pero independientemente de que no sepamos en qué porcentaje de conocimiento estamos, tiene que haber un 100 %.
—No necesariamente. Si coges el ejemplo de la física, en el año 1900 la gente se estaba planteando seriamente cerrar las facultades en las universidades porque no había nada más que aprender. Y de pronto se descubre algo completamente impredecible. Lo mismo está sucediendo ahora con la biología. Cada vez que pensamos que hemos comprendido todo siempre surge algo nuevo que nos deja en shock, que nos demuestra que estábamos equivocados y que toca volver a empezar. Una de las lecciones de la física moderna es que tenemos que aprender a conformarnos con la incertidumbre y el desconocimiento. Podemos saber muchísimo, pero debemos admitir que hay terrenos que desconocemos. Y no es porque nos falten datos, sino porque es intrínsecamente incognoscible. Las tradiciones filosóficas orientales nos han enseñado repetidamente que comenzamos a aprender y creemos saberlo, pero al final de nuestro conocimiento llegamos a un punto en el que nos damos cuenta de que lo que hemos aprendido es que no sabemos lo suficiente y nunca lo sabremos. Por tanto, existe la ignorancia, que es lo que se tiene antes de saber, y existe el desconocimiento, que es lo que se tiene después de saber.