
El legado de un genio
El legado de un genio
Martes, 09 de Septiembre 2025, 17:09h
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David Bowie lo guardaba todo. Fotografías, trajes, letras de canciones, collages, cartas, regalos de los fans, material de proyectos truncados, como una «banda sonora contemporánea» para el clásico del cine mudo Metrópolis... A su muerte –por un cáncer de hígado, el 10 de enero de 2016, a los 69 años–, su archivo personal contaba con más de noventa mil artículos que su viuda, la modelo somalí Iman, legó al prestigioso Victoria & Albert Museum.
Incontestable icono del siglo XX, más allá de los 140 millones de discos que vendió en cinco décadas de carrera, el legado e influencia de Bowie está presente en la música, el cine, la moda, el arte o, incluso, la libertad sexual.
Para los británicos, de hecho, es una especie de semidios, razón por la que, cerca del décimo aniversario de su desaparición, la prestigiosa institución no sólo ha creado el Centro David Bowie, que ofrecerá un acceso sin precedentes a su extenso archivo, sino que lo ha convertido en el punto más destacado de su nueva sede, el V&A East Storehouse, en el este de Londres que, con entrada gratuita, abre sus puertas el próximo 13 de septiembre. El desarrollo, que albergará más de 250.000 objetos y 350.000 libros en sus 15.500 metros cuadrados, forma parte del proyecto East Bank, diseñado para atraer visitantes a un nuevo distrito cultural y educativo en esta zona de la capital británica.
La ingente colección personal de Bowie se mostrará de forma gradual en forma de exposiciones temáticas –vestuario escénico, instrumentos, tablas de maquillaje, bocetos originales...–, instalaciones audiovisuales interactivas y vitrinas rotativas, además de artículos específicos que, con dos semanas antelación, el visitante podrá solicitar (cinco piezas por visita) para examinarlos de cerca.
Se trata de una oportunidad única para acercarse al genio desde su más tierna infancia, ya que Bowie, como si anticipara su grandioso destino, tuvo una especie de mentalidad de tipo curatorial desde niño. Su colección incluye, por ejemplo, su posesión más preciada: una fotografía de Little Richard en blanco y negro en la que el pionero del rock and roll que impulsó sus sueños juveniles aparece con la pierna en alto sobre el piano en plena actuación. La encargó con apenas siete años tras escuchar por primera vez el gran clásico Tutti Frutti. Exponerse a aquella interpretación salvaje, enérgica, completamente irreverente para la época fue un momento determinante en la vida para del pequeño David Robert Jones. Nada había sonado antes así. Bowie confesaría años más tarde que aquel día sintió que «había escuchado a Dios». Por eso compró esa fotografía.
«Tardó ocho semanas en llegar y cuando la recibí estaba rasgada. Me rompió el corazón», reveló. Pasado el disgusto inicial, sin embargo, la reparó con un trozo de cinta adhesiva y, colocada sobre su piano de casa en casa, la conservó por el resto de su vida. Tal era su admiración por Richard que decidió aprender a tocar el saxofón con la esperanza de unirse a su banda de acompañamiento. Un puesto que, aunque conociera mucho más tarde a su ídolo, nunca consiguió. Ni falta que le hizo, claro.
Sus inspiraciones, sus ambiciones, su proceso, su impacto, su mentalidad... Gracias a su archivo personal Bowie se nos aparece al alcance de la mano de una forma amplia e inédita, porque, además de emblemáticos trajes escénicos (más de 400), fotografías, instrumentos musicales o estuches de maquillaje, también guardaba cartas y objetos artísticos de sus fans –creía que era deber del archivista no juzgar, sino preservar la creatividad de otras personas–, cuadernos de notas, diarios, correspondencia, listas de de tareas y de ideas para álbumes y canciones, discos duros con grabaciones de conciertos, diagramas manuscritos de proyectos nunca acometidos como una película con John Lennon o un musical titulado Boy with Sphere.
Entre las listas de ideas, por ejemplo, aparece una para Station to Station, su álbum de 1976, con palabras como «Armonía. Integridad. Nacimiento. Ira. Amor. Paz». Un documento de lo más revelador teniendo en cuenta que aquella obra fue el producto atormentado de una época en la que Bowie vivía encerrado en su oscuro apartamento de Los Ángeles consumiendo sólo leche, pimientos y cocaína.
Hay también documentos en apariencia más peregrinos, pero de gran interés para acérrimos fans, como el menú de un restaurante berlinés que Bowie, su amigo Iggy Pop –se mudaron juntos a Berlín para huir del ambiente tóxico de las drogas en EE. UU. y abordar juntos una reinvención artística– y el productor Tony Visconti visitaron en 1977, durante las grabaciones de Heroes con anotaciones de lo que comió cada uno. Cóctel de pollo Batavia, tuétano de res sobre tostadas y sopa de nido de golondrina india con jerez, para Bowie.
Otro jugoso pedazo del acervo ‘bowiniano’ son las cartas que se escribía a sí mismo. En una de 1998, sobre papel rayado, reflexionaba sobre el futuro de la distribución musical –«El contenido de una tienda de discos entrará en un puñado de CD-ROMs»–, la razón por la que Oasis aún no había triunfado en Estados Unidos –«las broncas entre ellos y el consumo de drogas»–, y su lugar en el panteón musical: «Me siento más cercano a Marshall McLuhan que a Robbie Williams». Un año después, concedió una célebre entrevista en la que predijo que Internet fragmentaría el pensamiento coherente y conduciría a una desintegración entre el artista y el público. «Estamos a punto de algo emocionante y aterrador», vaticinó Bowie, uno de esos genios, escasos, que siempre van un paso por delante.