Rober Sánchez, entrenador: «En la sala de máquinas del gimnasio no tienes sitio para moverte»

Laura Inés Miyara
Laura Miyara LA VOZ DE LA SALUD

VIDA SALUDABLE

Rober Sánchez es entrenador especializado en educación del movimiento.

El experto propone un cambio de paradigma en cómo entendemos el ejercicio físico, para enriquecerlo con un mayor rango de movimientos que favorezcan el equilibrio

05 feb 2025 . Actualizado a las 13:19 h.

Cada vez somos más conscientes de la importancia de mantener un estilo de vida activo. Proliferan cada vez más los espacios destinados para la actividad física. Desde pilates hasta crossfit y de la bicicleta a la máquina de remo, las alternativas son numerosas e incluso llegan a agobiar a más de una persona a la hora de diseñar un plan de entrenamiento que optimice los beneficios del ejercicio físico en el menor tiempo posible.

Sin embargo, este enfoque deja fuera algunos aspectos fundamentales de nuestro cuerpo y sus necesidades a la hora de mantenernos activos y nos lleva a sufrir lesiones y a perder la motivación. Esta es la crítica que Rober Sánchez hace a los gimnasios. El entrenador experto en educación del movimiento comparte su visión holística e integrativa para salir de lo que llama «la jaula del fitness y el deporte» en su nuevo libro, No hagas ejercicio, ¡puedes moverte!, publicado por Plataforma Editorial.

—El título del libro es llamativo. ¿Cómo concibe el ejercicio?

Hacer ejercicio es una simplificación que el ser humano ha encontrado para su propio movimiento, para de alguna manera tratar de compensar los perjuicios del sedentarismo en el que vivimos. Este movimiento humano que sabemos que es muy rico, muy complejo, muy adaptativo y versátil, redujo a algo simple, limitado, lineal, podríamos decir robótico. Por un lado, está clarísimo que evitar el sedentarismo tiene sus beneficios si lo comparas con no hacer nada de nada, pero al mismo tiempo, este tipo de ejercicio tiene muchas limitaciones, vacíos y puntos débiles y, en algunos casos, incluso es perjudicial.

—¿En qué se diferencia su propuesta de este ejercicio?

—La contrapartida del ejercicio sería el movimiento, donde en vez de lo lineal, hay espacio para gestos y patrones mucho más orgánicos y armoniosos. En lugar de buscar intensidad y carga, se busca un poquito más de complejidad y de riqueza gestual. Y sobre todo, los motores que se usan, en lugar de los típicos que escuchamos en el día a día, como la estética o el rendimiento deportivo o incluso la salud, se reconvierten a lo que en realidad nos lleva a movernos de niños, que es la curiosidad, la intuición, las ganas de explorar algo que no conocemos.

—¿Qué aspectos del movimiento dejamos fuera cuando nos dedicamos a hacer entrenamientos estructurados como los del gimnasio?

—Quedan muchas cosas fuera. Por ejemplo, el estímulo del equilibrio, de la estabilización escapular, de la capacidad de reacción ante un imprevisto desde un punto de vista físico, la organicidad, la creatividad. Quedan muchos huecos por cubrir. Poder inventar movimientos de manera espontánea es, incluso en las personas mejor preparadas físicamente, una asignatura suspensa. Yo lo veo mucho en mi trabajo. Le pido a una persona que se mueva y se queda en blanco. "¿Que me mueva cómo?", preguntan. Lo que pasa es que tú estás preparado para moverte, pero has perdido la capacidad de hacerlo de manera autónoma. 

—¿Qué efectos tiene el prepararnos físicamente en estas estructuras rígidas?

—El principales que caemos en esa trampa de pensar que lo importante es tener una buena forma en la sentadilla, pero en realidad, después, esa sentadilla no sabemos traducirla a un movimiento real. Cuando éramos niños, veíamos un muro en el parque y nos poníamos a treparlo. El cuerpo humano sabe hacer lo que practica, y todas esas tareas que requieren de más coordinación, agilidad e invención a nivel mental, si no las hacemos, no vamos a saber hacerlas. El ejercicio físico nos capacita, pero no nos enseña. No hay un aprendizaje detrás y todo lo que implica el desarrollo cognitivo de la práctica de movimiento, el ejercicio no lo tiene, porque son automatismos que repites durante años o décadas. Tienen sus beneficios, sí, pero también tienen sus fisuras.

—Si quisiéramos cambiar el enfoque y hacer una actividad más ligada al movimiento, ¿por dónde podríamos empezar?

—Lo primero sería hacer un cambio de chip mental y modificar la conceptualización que tenemos del movimiento en base a ejercicios monótonos, y traducirlo a habilidades. Si te fijas, los ejercicios son siempre sustantivos: una sentadilla, un burpee, una plancha abdominal, un jalón al pecho. En cambio, las tareas, las habilidades, son verbos, son la acción que estamos realizando, que puede ser saltar, trepar, equilibrarse, invertirse, rodar, incluso temblar. Ese único cambio de chip ya te invita a verlo y a explorarlo de otra forma.

—¿En qué espacios podemos encontrar esta mentalidad acerca del movimiento?

—A nivel cognitivo y articular, tanta repetición al final te acaba encapsulando en una especie de jaula de la que, si le pides salir, el cuerpo se siente perdido. Por tanto, el siguiente paso es liberarse de eso y atreverse a explorar todas las opciones posibles, como apuntarse a clases de danza, o a algún arte marcial, o a clases de juegos en los centros cívicos. Se trata de volver a jugar a los juegos que jugábamos de niños, pero adaptándolos a la etapa adulta. Liberarse de la monotonía, la repetición y la robotización del cuerpo.

—En el libro propone una serie de tests que podemos hacer, por ejemplo, empujando el suelo con las manos o colgándonos de una barra. ¿Qué permiten medir?

—Nos permiten apreciar nuestros puntos débiles a nivel corporal en dos aspectos. Uno son las limitaciones en la flexibilidad y la movilidad articular. De tanto movernos linealmente y en un recorrido de gestos muy corto, vamos perdiendo esa flexibilidad y al final incluso las personas que van a gimnasios se pueden notar rígidas o con falta de rango, con poca amplitud de movimiento. Y, por otro lado, podemos evaluar nuestro estado físico. Primero hay que poner un orden y asentar muy bien los fundamentos del movimiento para que todas esas posibilidades que tiene estén a nuestro alcance.

Vídeo con el entrenador Rubén Río

—¿Por qué cuestiona la diferenciación entre ejercicio de fuerza y cardiovascular?

—Desde un punto de vista evolutivo, el género homo lleva casi tres millones de años en este planeta, el homo sapiens 300.000 años. El ejercicio cardiovascular es un concepto muy reciente, de los últimos 30 años. Si no hubiésemos cubierto esa necesidad antes de eso, no estaríamos aquí. La evolución nos habría borrado del mapa. Entonces, la pregunta es cómo lo hemos integrado a nuestra vida sin tener que pautarlo y concebirlo como ejercicio. Al final, era un movimiento que ocurría en nuestro día a día debido a toda la diversidad de demanda física que nosotros teníamos en lo cotidiano. Evidentemente, esa demanda ya no existe, es algo nos tenemos que imponer nosotros de manera intencionada. Eso no quiere decir que tenga que ser en forma de correr o hacer elíptica.

—Lo mismo ocurre con el entrenamiento de fuerza...

—Sí. Cuando te pones a pensarlo, cuando una persona salta, cuando baila, cuando se tira por el suelo a hacer cosas, cuando se levanta o tiene que cargar objetos, ese estímulo de vigor mecánico es el mismo que aquel al que hemos puesto el nombre de entrenamiento de fuerza, pero está ocurriendo de manera espontánea. La necesidad de ese estímulo es real. Al cuerpo se le debe demandar periódicamente cierto vigor. Pero no tiene por qué ser en forma de ejercicio en el gimnasio. De hecho, si siempre lo entrenamos en el gimnasio de manera repetitiva, las capacidades y habilidades del cuerpo se van a ir empobreciendo, porque siempre van a hacer lo mismo y, además, con esa repetición del mismo gesto, aumentan las probabilidades de padecer las lesiones más habituales, que son las lesiones por acumulación, por gestos repetidos. Es mejor darle diversidad y riqueza de movimiento al cuerpo.

—¿Es necesario buscar intensidad en el ejercicio?

—La cultura en la que vivimos está basada en la productividad y el resultado. Esto, en el ejercicio, se traduce en intensidad, sea en carga o en volumen. En poder hacer cada vez esfuerzos más vigorosos, cargar más peso o hacerlo durante más tiempo. Estas métricas están basadas en la cantidad de movimiento, pero hay otras que son las de las cualidades. No solamente la calidad, que es que esté mejor o peor hecho, sino otras cualidades del movimiento, como la armonía, la fluidez, al complejidad, la diversidad, el ritmo.

—¿Por qué recomienda salirse del gimnasio y practicar el movimiento al aire libre?

Si tú vas a una sala de gimnasio, te encuentras que en teoría es un espacio diseñado para moverte, pero en realidad está dirigiendo y constriñendo ese movimiento. En la sala de fitness no tienes sitio para moverte, porque está todo lleno de máquinas, de aparatos y de banquetas. Al final, tienes que ingeniártelas para encontrar un rinconcito en el que te puedas mover un poco. Y si te sientas en una máquina, ya ella te está diciendo cómo te tienes que mover, no eres tú quien elige cómo quiere moverse. Esto es perjudicial e incluso lo vemos en niños pequeños. En espacios en los que hay demasiado mobiliario, demasiados obstáculos, se desarrollan peor, no solamente a nivel corporal, sino también a nivel cognitivo, porque no pueden expresarse el movimiento libremente.

—Estos límites físicos se convierten en un límite mental...

—Claro, al final, todo esto que le imponemos al cuerpo hace que a la mente le cueste superar la barrera. Por eso hago la invitación a no hacer ejercicio, sino moverse. Hay vida más allá del gimnasio.

Laura Inés Miyara
Laura Inés Miyara
Laura Inés Miyara

Redactora de La Voz de La Salud, periodista y escritora de Rosario, Argentina. Estudié Licenciatura en Comunicación Social en la Universidad Nacional de Rosario y en el 2019 me trasladé a España gracias a una beca para realizar el Máster en Produción Xornalística e Audiovisual de La Voz de Galicia. Mi misión es difundir y promover la salud mental, luchando contra la estigmatización de los trastornos y la psicoterapia, y creando recursos de fácil acceso para aliviar a las personas en momentos difíciles.

Redactora de La Voz de La Salud, periodista y escritora de Rosario, Argentina. Estudié Licenciatura en Comunicación Social en la Universidad Nacional de Rosario y en el 2019 me trasladé a España gracias a una beca para realizar el Máster en Produción Xornalística e Audiovisual de La Voz de Galicia. Mi misión es difundir y promover la salud mental, luchando contra la estigmatización de los trastornos y la psicoterapia, y creando recursos de fácil acceso para aliviar a las personas en momentos difíciles.