Se muda de Madrid a una aldea de O Irixo con nueve vecinos: «No lo cambio por nada»

María Doallo Freire
María Doallo OURENSE

O IRIXO

Lucía, con uno de sus perros, en Froufe
Lucía, con uno de sus perros, en Froufe Santi M. Amil

La joven Lucía Vázquez vive desde el verano pasado en Froufe, donde se compró una casa que está restaurando ella misma

27 mar 2024 . Actualizado a las 10:23 h.

La madrileña Lucía Vázquez dice que siempre supo que necesitaba un cambio y que la ciudad, con su contaminación, prisa y estrés no iba con ella. Nació en la capital de España en 1996 y allí se crio. Se independizó con 18 años y a los 20 participó de un proyecto de Wwoof, que son las siglas en inglés de la Organización Mundial de Granjas Orgánicas. «Es una forma de viajar en la que cambias trabajo por comida, alojamiento y algún tipo de aprendizaje. Me fui con mi pareja a la casa de unos amigos de sus padres en El Barrado (Cáceres). Tenían una finca de permacultura y me enamoré del campo. Allí no teníamos ni luz ni agua, de hecho al pueblo íbamos caminando y tardábamos cerca de cuatro horas, pero fue una de las mejores experiencias de mi vida», asegura Lucía. En esa etapa, que duró unos pocos meses, aprendió que no necesitaba la ciudad y que era capaz de subsistir gestionando una huerta de manera integrativa.

Regresó a Madrid y trabajó de todo lo que le fue saliendo. «Soy costurera, pero lo combinaba con otras cosas. Sobre todo me cogían en discotecas, bares... el sector de la hostelería en general», afirma la madrileña. Mientras ahorraba lo que ganaba, ya buscaba una casa en el rural para mudarse y hacer su vida. «Quería que fuera aislada y que tuviese un hogar para restaurar», admite. Hace cuatro años descubrió por casualidad O Irixo. «Por clima y condiciones este pueblo me cuadraba, así que vine a visitarlo y me enamoré de una casa en la aldea de Froufe. Esto es una absoluta preciosidad, las distancias son muy diferentes que en Madrid, todo está cerca y hay muchísima más familiaridad», asegura. El verano pasado verano compró la casa, se instaló y ya se quedó a vivir en el interior de Ourense.

«Poco a poco voy restaurando la construcción para que sea habitable. Lo primero que hice fue tapar el techo e instalar la luz», cuenta Lucía. También ha cambiado las tuberías del agua, que antes eran de plomo. Esta joven madrileña vive con sus dos perros, Ares y Ekaitz, en una gran casa de piedra en medio del rural, concretamente en una aldea en la que son nueve vecinos. «Me recibieron superbién y nos llevamos todos genial. Estoy encantada porque hay muchísima familiaridad y cercanía, siempre nos ayudamos los unos a los otros», dice Lucía, que admite que pensaba que la gente del norte era más cerrada. «Llegar fue un shock muy grande, pero es que yo venía con muchísimas ganas. Al principio me sentía muy sola, porque esta casa es muy grande, pero ahora no lo cambio por nada. Apenas bajo a Madrid y cuando voy no entiendo cómo he podido vivir ahí tanto tiempo», añade.

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Lucía está en paro, así que se dedica a diario a cuidar su huerta y hacer en la casa las tareas que puede. Tiene una lista de cosas pendientes que llevar a cabo dentro de la casa, cuando llueve fuera, y otra de cosas que necesitan arreglo en el exterior, para cuando hace sol. «Me ha cambiado hasta la cara. Lo único que he perdido con este cambio de vida es ansiedad y problemas», concluye.