«Para entender la vida, es mucho mejor leer novelas que libros de historia»

FUGAS

Benito Ordóñez

William Boyd ha reconstruido la vida de Amory Clay, una destacada fotógrafa nacida a principios del siglo XX en Inglaterra, que realiza su trabajo en el Berlín de los años veinte, la Segunda Guerra Mundial o la guerra de Vietnam. El autor completa esta biografía con 73 fotografías que aparecen en las páginas del libro. Pero Amory Clay es una pura invención, nunca existió, aunque Boyd logre con indudable maestría que su vida parezca más real que las auténticas

18 mar 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

William Boyd (Acra, Ghana, 1952) nació y creció en el África colonial. Autor de catorce novelas, libros de relatos y numerosos guiones de cine y televisión, ha sido galardonado con premios importantes, es miembro de la Real Sociedad de Literatura británica, oficial de la Orden de las Artes y las Letras francesa y Caballero del Imperio Británico. Fue elegido para resucitar a James Bond, lo que hizo con su solvencia habitual en Solo. Vive entre el suroeste de Francia y el barrio londinense de Chelsea. Ahora publica Suave caricia. Las muchas vidas de Amory Clay (Alfaguara).

-¿Cómo surgió la idea de esta novela?

-Quería escribir una vida completa, desde el nacimiento hasta la muerte, como había hecho ya en otras tres novelas. Las tres eran sobre la vida de un hombre y quise escribir la de una mujer. Llegué a la conclusión de que sería fotógrafa, ya que ejercer esa profesión a principios del siglo XX resultaba muy interesante porque los hombres y las mujeres ocupaban un lugar muy similar. Había fotógrafas muy famosas y con mucho éxito. Al convertirla en fotógrafa la podía enviar a sitios y momentos históricos que me fascinan y que quería revisitar, hacer que conociera gente de todo tipo, conseguir que experimentara cosas que otro tipo de mujeres no habrían podido en esa época y, en definitiva, construir una trama compleja como en todas mis novelas. Además, me interesa mucho la fotografía, solo la fotografía tiene el poder de detener el tiempo.

-¿Cómo recopiló las fotos que aparecen en el libro?

-Primero tenía que escribir la historia de Amory y ver a qué lugares iba, qué hacía. Cuando terminé la novela empecé a buscar las imágenes y las encontré en muchos sitios, en tiendas de segunda mano, en mercadillos y en Internet. Tenía unas 2.000, de las que elegí 73. Encontré imágenes tan buenas que a veces modifiqué el texto para poder introducirlas. La que ilustra la portada la encontró un amigo mío periodista en la calle, en Londres, y me la pasó. Me dije, ¡por Dios, es Amory! 

-¿No temió que las fotos distrajeran la atención del lector?

-Certeza no tenía ninguna. Los novelistas han utilizado fotografías antes, por ejemplo Virginia Woolf y el alemán Sebald, pero eran solo seis, diez. Yo uso 73. Pero cuando las incluí vi que funcionaban muy bien. La paradoja es que al ver la imagen de algo que te han descrito con palabras la ficción es mucho más poderosa. Otra cosa que pretendía hacer en este libro era desdibujar, confundir, los límites entre realidad y  ficción y hacer que esta fuera mucho más potente.

-¿Le resultó difícil meterse en la piel de una mujer que narra en primera persona?

-Ya lo hice antes. Soy capaz de concentrarme en la personalidad individual y olvidar hasta cierto punto las cuestiones de género. Cuando tuve claro qué tipo de persona era esa mujer todas las preguntas que podían surgir y tenían que ver con el hecho de ser mujer se resolvían por sí mismas. 

-¿Su novela es un homenaje a un tipo de mujer independiente y vanguardista, adelantada a su época?

-Son mujeres que admiro, aunque mi propósito no era rendirles un homenaje. Cuando leí las cartas y las memorias de la época me di cuenta de que las cosas no han cambiado tanto, siempre ha habido una sociedad con una serie de normas que ejerce presión, pero luego está la vida individual y somos bastante parecidos, no hemos cambiado tanto. Cuando lees las memorias de mujeres periodistas o fotógrafas de la época parecen muy contemporáneas. Amory en cierto modo no era tan vanguardista o feminista, era una mujer inteligente con mucho carácter, complicada. Había mujeres como ella, sobre todo en el ámbito del arte, escritoras, pintoras, músicos. Su forma de vivir no ha cambiado tanto desde entonces.

-¿Le resultó complicado pasar de escribir una novela de James Bond a esta?

-No especialmente. Bond era un encargo. Me lo propusieron y dije por qué no, es interesante. Yo ya estaba muy interesado en la figura de Ian Fleming. Era todo un reto. Fue un encargo del que disfruté, pero luego volví a escribir una novela con mi propia voz. Mi siguiente novela va ser muy distinta. Cambio de una a otra y lo hago de forma deliberada. Me interesa escribir cosas distintas en cada libro.

-¿Por qué le interesa crear vidas completas de personajes ficticios en sus novelas?

?Excelente pregunta. No lo sé al 100 %. Nunca se trató de un proyecto, pero sí que es algo que hice en Las nuevas confesiones, en 1987, que cuenta la autobiografía de un director de cine desde 1899 hasta 1970. El éxito de esa novela y la reacción de los lectores hicieron que me diera cuenta de que escribir la historia completa de un personaje con todos los detalles y la información desde que nace hasta que muere cambia en cierto modo, de una forma muy sutil, la relación entre ese personaje y el lector. No es como cualquier otra novela. Me hizo ver que era algo que podía hacer y lo volví a hacer con Nat Tate 1928-1960. El enigma de un artista americano, en Las aventuras de un hombre cualquiera y ahora en Suave caricia. No era algo planificado pero ahora echo la vista atrás y veo que lo que estoy intentando hacer es que la ficción parezca tan real que el lector llegue a olvidar que lo es. De esa manera puedo probar el poder de la ficción y además le proporciono una  experiencia distinta. Al final de Suave caricia hay una lista de agradecimientos y algunos de los que aparecen son personajes de la novela. Sigo jugando con los límites entre lo real y lo ficticio.

-Consigue que la ficción sea tan real como la realidad.

-O quizá la realidad se convierta en algo tan real como la ficción. ¿Qué es verdad, lo que leemos en el periódico, en un libro de historia, lo que vemos en la tele? No hay una verdad absoluta en el mundo en el que vivimos. Yo me he inventado una vida entera, pero le aseguro que todo lo que contiene este libro es verdad. Es una paradoja, cierto, pero vivimos en un entorno humano, entre las mentiras que creamos, vidas que parecen supermisteriosas, todo es ambiguo. ¿Es Tony Blair un mentiroso, es un tipo honesto? No lo sabemos. Pero si leemos una novela sabemos si ha mentido o no porque el autor te lo cuenta. Para entender la vida es mucho mejor leer novelas que libros de historia.

-¿Cuál es su plan de trabajo al escribir una novela?

-Me gusta dedicar bastante tiempo a la planificación de la novela, así que escribo en cuadernos, viajo, hago investigación, acumulo libros que voy a utilizar. Durante ese período, que puede durar dos años, construyo el esqueleto de la novela, hasta cierto punto de detalle. Luego hay otro período que es el de la invención pura y dura. Y luego, la composición, cuando escribo, en la que añado piel y músculos al esqueleto. Cambio cosas, pero antes de empezar a escribir necesito saber cómo va a terminar la novela. En cierto modo es como una red de seguridad. Escribo con absoluta seguridad, sé lo que va a contener cada capítulo y en parte lo hago para animarme a escribir cada día y también me permite que mis novelas, que tienen estructuras complejas, funcionen si las planifico bien antes de comenzar a escribir.

-Tengo entendido que escribe con bolígrafo.

-Siempre escribo el primer borrador con bolígrafo. Soy un escritor preordenadores. A los 21 años compré mi primera máquina de escribir, pero siempre hago el primer borrador a mano, a la antigua usanza, como siempre se ha escrito. Luego lo tecleo y lo edito en el ordenador. Es importante que exista la conexión entre la mano, la mente y la página, es una relación muy íntima. En la pantalla todo queda perfecto, en el papel puedes ver las segundas ideas, cuando tachas algo, cuando escribes encima de otra palabra, el manuscrito en sí es todo un registro del momento de creación mientras en la pantalla se pierde. No creo que ningún novelista de menos de 40 años lo haga, pero creo  que hay algo que cambia en el estilo cuando no lo haces así. El ordenador hace que uses más palabras. Si escribo con mi bolígrafo y estoy en la línea 6 y no he puesto un punto todavía sé que mi frase se me ha ido de las manos. Si tecleo y pongo una palabra aquí y otra allí, si copio y pego todo queda perfecto y no tienes esa sensación de que las palabras caen donde tienen que caer necesariamente. El ritmo, el estilo e incluso el número de palabras que eliges todo eso tiene que ver con mantener la frase bajo control.

-¿Corrige mucho?

-Muchísimo. Mi método supone que cada palabra de una novela la escribo como mínimo dos veces. En algunos casos hay frases que he tenido que escribir veinte veces. Hago muchos borradores.

-¿Le gustan las películas de James Bond?

-No mucho. Creo que las últimas películas de Bond son más interesantes porque Mendes es un director fantástico y mi amigo Daniel Craig ha influido mucho en hacer que el personaje sea más complejo, con muchos más matices y niveles de lectura. Pero Bond es una franquicia que tiene que verse en China, Rusia o Suecia, en todo el mundo, y las películas que intentan gustar a todo el mundo acaban convirtiéndose en fórmulas sencillas y simplistas. Bond debería evitar caer en esa fórmula.