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Desayuno de domingo con... Miguel Munárriz: «Los poetas de la generación del 50 eran bebedores solventes»

Gijón, 1951. Periodista, gestor cultural y fundador, con Palmira Márquez, de la agencia literaria Dos Passos. Soy lector y escritor de memorias y publico 'Empeñados en ser felices' (Ed. Aguilar).

Javier Ocaña.

Viernes, 21 de Junio 2024, 10:51h

Tiempo de lectura: 2 min

XLSemanal. De niño no tenía en casa más que las novelitas de Corín Tellado de su madre. Fue luego ratón de biblioteca pública y fracasado vendedor de libros.

Miguel Munárriz. Abrí una librería y me arruiné: no sabía nada de finanzas [ríe]. Luego, con unos amigos, fundé la editorial Luna de Abajo, donde publiqué los poemas de Ángel González, mi gran salto. Cuando me inventé en 1987 los encuentros literarios de Oviedo, Ángel me abrió las puertas para reunir allí a la flor y nata de la literatura en castellano.

XL. ¿Este libro es una crónica sentimental de su vida para alardear de los amigos que hizo: Goytisolo, Bioy, Monterroso, Gil de Biedma, Marsé, Vargas Llosa, Umbral...?

M.M. [Ríe]. Creo que tengo muy buen carácter y yo les ofrecía encuentros para debatir sobre sus obras y publicar artículos y libros. Todos ellos eran muy sencillos y divertidos.

XL. Por lo que cuenta, hubo muchas noches de juerga y de alcohol.

M.M. Noches de camaradería, pero, por la mañana, estaban todos puntuales como si no hubiera pasado nada. Los de la generación del 50 eran vividores y bebedores solventes, no unos borrachos cualesquiera de la noche. Mantenían horas muy bien el whisky en la mano con una conversación divertida, sin hablar de literatura ni de nada profundo porque no hacía falta.

«Siento nostalgia de aquellas redacciones en las que hablábamos a voces y no esperábamos a que nos llegara la noticia vía Internet porque íbamos a buscarla. Ahora teletrabaja cada uno desde su casa: ¡un horror!»

XL. El libro rebosa de anécdotas sin desperdicio, pero, oiga, ¿se ha esforzado por no contar ninguna fea de nadie?

M.M. Al escribirlo, recordé pasajes con algunos escritores que no revelo porque me dieron la amistad para enseñarme otra parte de sus vidas y porque no he hecho un libro de chismorreos. Si contara algunas cosas, sería malo para mí, más que para aquel al que nombrara.

XL. Vale, pero reconozca que a Vargas Llosa le educó usted el gusto culinario.

M.M. Bueno, eso es fácil [se ríe].

XL. Cuenta que Mario comía con Patricia bocadillos de calamares en la playa y fabada de lata Litoral. Seguro que Isabel Preysler le daba de comer mejor [risas].

M.M. No, no, ¡no enredes! [Ríe]. Esto tiene su explicación: Mario me contó que le gustaba mucho la fabada, pero que la tomaban siempre de lata. Seguro que el resto de los días comería bien. Y le propuse cocinarle en su casa una buena fabada, que tuvo mucho éxito.

XL. ¿De qué siente nostalgia?

M.M. De los personajes irrepetibles y del periodismo de antes. De aquellas redacciones en las que hablábamos a voces y no esperábamos a que nos llegara la noticia vía Internet porque íbamos a buscarla. Ahora teletrabaja cada uno desde su casa: ¡un horror!

«Tomo un café con leche bien cargado y unas tostadas de pan con aceite de oliva. También un buen zumo de naranja y zanahoria».

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