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El robo del radar de Hitler. La misión secreta que cambió el rumbo de la Segunda Guerra Mundial

Hacía caer como moscas a los aviones de la RAF

El robo del radar de Hitler. La misión secreta que cambió el rumbo de la Segunda Guerra Mundial

Nadie en la Real Fuerza Aérea británica se explicaba cómo los nazis neutralizaban con tanto acierto sus ofensivas. Hasta que detectaron al culpable: un radar alemán situado en un acantilado de Normandía (Francia). Los británicos decidieron robarlo en la Operación Biting, una locura digna de película protagonizada por grandes personajes y héroes humildes. Un nuevo libro de Max Hastings lo explica. Y es increíble.

Viernes, 14 de Junio 2024, 12:00h

Tiempo de lectura: 6 min

Los alemanes detectaban los aviones de la Royal Air Force (RAF) británica y los derribaban con facilidad. Los servicios secretos sospechaban que usaban algún tipo de radar. Así era. Lo detectaron en una fotografía aérea en Bruneval, una aldea en lo alto de un acantilado en Normandía (Francia).

Dos miembros de la resistencia francesa fueron a inspeccionar el radar, jugándose la vida: estaba muy vigilado y rodeado de minas

El radar alemán estaba apenas a 90 millas de Inglaterra, al otro lado del canal de la Mancha. El oficial de inteligencia Reginald Victor Jones estudió la foto y vio que había un desfiladero que subía al acantilado desde una playa cercana. «Podríamos entrar por allí», dijo. A Winston Churchill le pareció bien.

Se puso en marcha la Operación Biting ('morder'), una incursión digna de película en la que participaron paracaidistas, marinos, espías, un joven radioaficionado y grandes personajes de la Segunda Guerra Mundial. La misión era peligrosa y difícil, pero Gran Bretaña necesitaba proteger sus aviones y también le urgía un éxito tras el desastre de su incursión en Francia que terminó con la escapada in extremis de Dunkerque.

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Un soplo de aliento. En febrero de 1942, un grupo de paracaidistas británicos saltó sobre Francia para capturar el radar de los alemanes fuertemente custodiado. Tras robarlo, regresaron a casa en lanchas. La misión alentó a los británicos tras el desastre de Dunkerque.

La misión, protagonista del último libro del periodista Max Hastings, Operation Biting: the 1942 parachute assault to capture Hitler's radar (William Collins), tuvo lugar los días 27 y 28 de febrero de 1942. Y resultó un éxito: supuso un soplo de aliento y esperanza para Gran Bretaña. Pero no fue fácil. Había que adentrarse en la Francia ocupada, capturar el radar para analizarlo y regresar a casa. Una locura. La protagonizaron 120 hombres del Regimiento Real de Paracaidistas, liderados por el mayor John Frost, un héroe que luego sobresalió en el puente de Arnhem, en 1944.

Fue una operación combinada en la que participó también la Royal Navy y en la que tuvieron un papel crucial figuras muy singulares y muy distintas entre sí. Glamuroso y pretencioso era –según el retrato que hace de él Max Hastings– Louis Mountbatten, comodoro jefe de operaciones combinadas. «Poseía el aspecto de ídolo de matiné y se jactaba de ser primo del rey Jorge VI. Tenía encanto, ambición y cierta inteligencia, perjudicada por una vanidad infantil», según Hastings. A él le tocó organizar el asalto. Había recelos por su vida de playboy (era íntimo del príncipe de Gales, y su mujer, Edwina Ashley, era millonaria), por su escasa profundidad intelectual y su irreflexión, pero le sobraba entusiasmo, ambición y fe en sí mismo. Estaba encantado de participar en la operación.

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General engañado. Mientras preparaba la misión, el general Frederick Boy Browning se enteró de que su mujer, la escritora Daphne du Maurier (autora de Rebeca y Los pájaros), le era infiel.

Pero chocaba con otro gran personaje, Frederick Boy Browning, general de las fuerzas aerotransportadas. «Otra prima donna notable», dice Hastings. Estuvo casado con la escritora Daphne du Maurier, la autora de Rebeca y Los pájaros, que luego Hitchcock llevó al cine. Browning era «altivo, seguro y valiente. Enmascaraba una de las personalidades más complejas y problemáticas que jamás haya alcanzado un alto mando», explica Max Hastings en The Sunday Times.

Se comprende la complejidad al saber que, mientras Browning supervisaba el entrenamiento de los paracaidistas para el ataque a Bruneval, a su esposa la pillaron in fraganti en brazos de otro hombre (los sorprendió la mujer del amante) y se desencadenó un drama familiar importante.

La ayuda de Francia

Otro protagonista de enjundia de la Operación Biting fue el francés Gilbert Renault. Desde Francia dirigió una red de la resistencia y sobrevivió de forma milagrosa. Fue increíble y fundamental la labor de dos hombres de su equipo: Roger Dumont, expiloto francés, y su amigo Charles Chauveau, dueño de un garaje. Los dos fueron a inspeccionar el radar. Una enorme temeridad. Se plantaron allí a pesar de que estaba muy vigilado y se creía que sembrado de minas. Pero ellos fueron. Se camelaron a un centinela y descubrieron así que no había minas. Renault transmitió el loco y sobresaliente trabajo de estos hombres a Londres. Una información crucial.

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Felicitaciones reales. El rey Jorge VI y la reina Isabel celebran el éxito de la Operación Biting junto con John Frost, jefe de la misión (al lado del rey), y el comandante de la RAF Charles Pickard.

Otro héroe humilde y extraordinario fue Charlie Cox, un radioaficionado británico de 28 años al que destinaron a una estación de radar de la RAF en Devon durante la guerra. Lo llamaron y lo enrolaron 'voluntario' en la misión para que desmontara el radar alemán. Hizo un curso rápido de paracaidismo «y lo encontró emocionante», dice Max Hastings.

El clima marcó la fecha de despegue de los aviones. Los pilotos confesaron que sentían que estaban llevando a los paracaidistas al matadero. Las defensas antiaéreas dispararon contra ellos. Solo ocho de los aviones soltaron a los paracaidistas sobre el objetivo exacto. Hubo suerte: entre ellos estaban Frost, jefe de la misión, y Charlie Cox y sus técnicos.

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Derrotar al radar. El ataque a Bruneval, en la costa francesa, reveló a los británicos que el sistema de detección Freya combinado con el radar Würzburg –ambos, alemanes– solo podía rastrear y cazar a los aviones de uno en uno. Tras la captura del radar, los británicos decidieron aglutinar los ataques nocturnos de sus aviones a través del corredor más estrecho posible en el menor tiempo posible para aturdir y confundir a los radares alemanes. Supuso una importante ventaja para proteger a los aviones británicos.

Abatieron a los centinelas y desmantelaron el radar Würzburg iluminados por antorchas y sorteando balas. Fue una suerte que cuatro aviones descargaran a sus hombres en otros puntos, porque «la dispersión confundió a los alemanes, que enviaron soldados en todas las direcciones», cuenta Max Hastings.

Llegar a la playa bajo las balas

Charlie Cox y sus hombres lograron desenroscar piezas del radar. Otras las arrancaron. Luego, la bajada a la playa fue terrible. Había una guarnición de cien soldados alemanes y una sección de Infantería al norte de Bruneval. Hubo momentos en los que los británicos creyeron que no lograrían bajar hasta la playa. Lo peor fue que cuando por fin lo consiguieron, bajo una lluvia de proyectiles, no había allí barcos para recogerlos.

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Oficial y 'playboy'. Louis Mountbatten, primo del rey Jorge y comodoro jefe de operaciones combinadas, coordinó la misión. Según Max Hastings, era vanidoso e irreflexivo.

«Eran más de las dos y media de la madrugada cuando por fin el destacamento de marineros australianos dirigido por el comandante F. N. Cook vio destellos de antorchas en la orilla», cuenta Hastings. A los paracaidistas les pareció que las seis lanchas de desembarco tardaron siglos en llegar a ellos. Y no estaban todos en la playa. Dos habían muerto y seis se habían quedado rezagados. Alan Cook, de 24 años, intentó bajar a toda prisa y unirse a sus compañeros. Se despeñó y murió. Cinco británicos quedaron prisioneros de los alemanes.

La bajada a la playa fue terrible: lucharon contra una guarnición de cien alemanes. Y al llegar no había barco para recogerlos

La vuelta a casa en las lanchas fue dura. El viento era de fuerza 5. Muchos se marearon. «A una velocidad que no superó los siete nudos, siguieron su rumbo, cargados con más de cien paracaidistas y soldados de Infantería agotados junto con tres alemanes gruñones», cuenta Hastings. Arribaron al puerto de Portsmouth. Horas más tarde, John Frost, exhausto, llegó a la Salas de Guerra de Londres para informar. Lo esperaba Churchill –fumándose un puro– con sus ministros, Browning y Mountbatten.

La Operación Biting levantó el ánimo de los ingleses y salvó la vida de muchos pilotos de la RAF. Muchos de los héroes que protagonizaron esta proeza, como el valiente resistente Roger Dumont, murieron después en la guerra.

Fue una misión importante. «El coraje y la imaginación que representó impresionaron a los enemigos de Gran Bretaña. Bruneval se convirtió en el primer honor de batalla del nuevo Regimiento de Paracaidistas, instituido formalmente en agosto de 1942», concluye Max Hastings. Como destacó Winston Churchill en una de sus frases rotundas, en la guerra muchos deben mucho a unos pocos.

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