
Un caso de espionaje delirante
Un caso de espionaje delirante
Viernes, 03 de Octubre 2025, 11:02h
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Philip Citroën sabía que nadie le iba a creer. En 1954, este presunto exoficial de las SS, huido a Sudamérica y reclutado como informante por la CIA para espiar a sus compatriotas, se dirigió a su contacto en la agencia estadounidense con una revelación sensacional: había conocido personalmente a Adolf Hitler en una pequeña ciudad colombiana llamada Tunja. El dictador nazi, que oficialmente se había suicidado nueve años antes en su búnker de Berlín, vivía bajo una identidad falsa a 150 kilómetros de Bogotá.
Como prueba, Citroën aportó una fotografía. En ella aparecían dos hombres de mediana edad, sentados y mirando con aspecto serio a la cámara. Uno de ellos era el propio Citroën. El otro se parecía mucho a Hitler, incluso lucía el inconfundible bigotito del dictador nazi. Citroën, que por entonces trabajaba para una naviera, aseguraba que llevaba un año reuniéndose ocasionalmente con el Führer para realizar negocios no especificados en distintos lugares de Colombia y Venezuela, hasta que este huyó rumbo a Argentina en enero de 1955.
Para los analistas de la CIA, aquella imagen generó escepticismo. Para empezar, ¿qué fugitivo en su sano juicio conservaría el bigote más identificable del planeta? Sin embargo, la obligación de investigar cualquier pista relacionada con criminales de guerra nazis les impedía descartar el caso de manera automática. Así que tomaron nota, abrieron un expediente y durante unos pocos meses lo investigaron. El caso, documentado en archivos que permanecieron clasificados durante más de sesenta años, parecía destinado a convertirse en una nota curiosa al pie de la historia.
Hasta que llegó Javier Milei. La reciente decisión del presidente argentino de desclasificar todos los archivos gubernamentales sobre nazis refugiados en Argentina ha hecho que estos fantasmas del pasado vuelvan a cobrar vida. Entre los miles de páginas liberadas, viejas teorías han resurgido en redes sociales. Y una vez más se abre la veda para las especulaciones sobre la supervivencia de Hitler. El caso Citroën representa un ejemplo perfecto de cómo estas teorías encuentran terreno fértil para perpetuarse y reinventarse, a pesar de las evidencias en contra. La examinamos.
Cuando el Tercer Reich se desplomó en mayo de 1945, la comunidad de inteligencia aliada se enfrentó a un reto mayúsculo: cientos de jerarcas nazis se habían desvanecido como el humo. Las llamadas 'ratlines', redes de escape organizadas por antiguos oficiales de las SS y simpatizantes, habían facilitado la huida de criminales de guerra hacia Sudamérica. Argentina, Brasil y Chile se convirtieron en los destinos predilectos de fugitivos como Adolf Eichmann, Josef Mengele y Klaus Barbie, que llegaban con documentación falsa y fortunas saqueadas durante la guerra.
La recién creada CIA, establecida en 1947, heredó gran parte de estas operaciones de búsqueda. Colombia ocupaba una posición estratégica: entre selvas y montañas, no faltaban escondites, lo que justificaba mantener una extensa red de informantes locales. Y siempre quedaba la duda. Si estos criminales habían logrado escapar, ¿por qué no podría haber hecho lo mismo el mayor genocida de la historia?
Los propios soviéticos habían alimentado deliberadamente la incertidumbre sobre el destino de Hitler. Como señala el historiador británico Luke Daly-Groves, aunque las motivaciones de Stalin para mantener vivo el mito de Hitler «permanecen poco claras», el consenso actual es que pretendía «apropiarse de áreas disputadas de Alemania Occidental con la base de que estarían más seguras bajo control soviético si, de alguna manera, Hitler regresara».
La tensión entre Stalin y sus propios generales era evidente: mientras el mariscal Georgy Zhúkov había declarado inicialmente que Hitler estaba muerto, fue obligado días después a cambiar su versión por orden directa de Stalin. Los soviéticos tampoco proporcionaron en su momento fotografías verificables de los cadáveres de Hitler y Eva Braun, por otra parte calcinados y potencialmente irreconocibles, mientras que sí existen numerosas fotos y vídeos del cadáver de su lugarteniente Joseph Goebbels y su mujer, Magda, que también se suicidaron en el búnker, un día después que Hitler y después de asesinar a sus seis hijos.
Fue en este contexto de paranoia y desinformación donde apareció Citroën. Como informante reclutado por la CIA en Colombia bajo el nombre en clave Cimelody-3, Citroën no era un testigo cualquiera. Los archivos lo describen como exoficial de las SS, lo que le otorgaba una credibilidad adicional. Conocía los códigos y las jerarquías nazis. Pero Citroën tampoco era exactamente lo que parecía. Según documentos desclasificados en 2017, no solo no pertenecía a las SS, sino que ni siquiera era alemán. Se trataba de un soldado holandés que se había rendido a los nazis tras la invasión alemana de los Países Bajos en 1940. Había hecho trabajos forzosos para Alemania entre 1943 y 1944, lo que explicaría su conocimiento del funcionamiento interno del régimen.
Según su relato, Hitler se movía con pasaporte falso bajo el pseudónimo de Adolf Schrittelmayor. Otra curiosidad sospechosa: ni siquiera se había cambiado el nombre de pila; y el apellido falso conservaba, como un desafío siniestro, una reminiscencia fonética de la identidad del dictador que aterrorizó al mundo.
En las oficinas de la CIA, en Langley, el testimonio de Citroën fue recibido con incredulidad. Los informes revelan las dudas que albergaban los analistas desde el primer momento. Un documento revelador señala que «ni Cimelody-3 ni esta estación están en posición de dar una evaluación fiable», sugiriendo que incluso los agentes sobre el terreno «reconocían las limitaciones de la información disponible». Sin embargo, la obligación de investigar cualquier pista relacionada con fugitivos nazis les impedía descartar el caso. Los documentos muestran la frustración creciente entre los analistas. Otro memorando consideraba «aparentemente fantasiosa la comunicación original».
Citroën no era el único que afirmaba haber visto al Führer después de la guerra. Los archivos del FBI y la CIA revelan una verdadera epidemia de avistamientos que se extendió por todo el mundo durante años: Hitler habría sido visto en Irlanda vestido de mujer, en Egipto tras convertirse al islam, en una cafetería de Ámsterdam, en un tren que viajaba desde Nueva Orleans, cabalgando a través de las pampas argentinas o dirigiéndose a su refugio en la Antártida. «Hitler podría haberse ganado la vida escribiendo guías de viaje», ironiza Daly-Groves.
La División del Hemisferio Occidental de la CIA recomendó abandonar la investigación en noviembre de 1955 al considerarla demasiado costosa y «con posibilidades remotas de conseguir algo concreto». El expediente Citroën permaneció enterrado en los archivos secretos hasta 2017, cuando fue liberado como parte de las desclasificaciones relacionadas con el asesinato de John F. Kennedy. Su revelación tardía alimentó una nueva ola de especulaciones, de una manera similar a la que ahora se ha producido con la desclasificación ordenada por Milei.
Las evidencias forenses, hoy abrumadoras, son ignoradas olímpicamente por aquellos interesados en reavivar las llamas de la leyenda. Los soldados soviéticos encontraron fragmentos de mandíbula en el búnker de Berlín cuyos registros dentales coincidían con las radiografías tomadas a Hitler en 1944 por su dentista personal. El complejo trabajo dental del dictador –puentes, coronas y restauraciones– creaba un patrón único imposible de falsificar. En 2018, el forense francés Philippe Charlier confirmó la identificación de manera categórica.
Daly-Groves tuvo la oportunidad de examinar archivos desclasificados del MI5, el espionaje británico. Los agentes constataron que los diagramas elaborados por los guardias alemanes que presenciaron el entierro de los restos de Hitler en el jardín de la Cancillería del Reich coinciden exactamente con la ubicación donde los soviéticos encontraron los cuerpos. Además, las fotografías soviéticas finalmente aparecieron, aunque muestran únicamente restos carbonizados en cajas («montículos no identificables de carne»). Pero esto también tiene explicación: Hitler había ordenado la incineración de su cadáver para evitar que fuera exhibido como trofeo, tal como había ocurrido con el del dictador italiano Mussolini días antes, cuyo cuerpo fue colgado bocabajo ante las multitudes.
La fotografía que Citroën presentó como evidencia nunca pudo ser autentificada, y su mala calidad hacía imposible identificar con certeza a los retratados. Los negativos que también proporcionó estaban tan deteriorados que resultaba imposible obtener copias más nítidas que pudieran resolver las dudas. Por otra parte, ninguna persona que supuestamente ayudó a Hitler ha sido localizada jamás. Para los conspiranoicos, nada de esto importa. Como cualquier buena ficción, siempre tienen un giro de guion preparado para justificar el siguiente episodio.