Viernes, 19 de Abril 2024, 09:33h
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Desde ángulos diversos, y a propósito de asuntos diferentes, se ocupan nuestros lectores del impacto que tiene la corrupción. Ya sea en el fútbol o en la administración pública, la pulsión de algunos por monetizar su posición de poder, alcanzada en más de un caso con méritos dudosos, abre una y otra vez vías de agua, o de euros, en la caja y nos toca desayunarnos con noticias de investigaciones judiciales que desvelan los mecanismos de esa sórdida rapiña. ¿Hay acaso una especie de maldición que recae sobre el poder, o sobre cómo se ejerce entre nosotros, y que nos aboca a padecer semejante fealdad? Quien se corrompe no solo lo hace porque puede y está en su condición, sino porque le anima a ello un contexto favorable. El primer corruptor es la relajación de los controles.
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