
Los documentos de la vergüenza
Los documentos de la vergüenza
Viernes, 19 de Septiembre 2025, 09:54h
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Menor víctima 1». Bajo esta fría identi-ficación judicial se ha protegido la identidad de Marina Lacerda (37 años) desde que en 2019 prestó declaración en el proceso contra Jeffrey Epstein. Su testimonio proporcionó información clave para encarcelar al financiero pederasta. Ahora, Marina ha decidido dar la cara y ponerse al frente de los centenares de víctimas de Epstein a las que todavía no se ha escuchado.
Marina Lacerda, de origen brasileño, tenía 14 años cuando conoció a Epstein. Era estudiante de secundaria y buscaba un trabajo de verano para ayudar a su familia. Una amiga le dijo que un millonario al que conocía le pagaría 300 dólares por un masaje. El resto es historia conocida, la misma que han relatado tantas otras víctimas: Epstein abusó sexualmente de ella en su mansión de Nueva York. Luego vino una sucesión de coacciones, regalos y violaciones que convirtieron su vida «en una pesadilla». La tortura se prolongó años porque Epstein era muy poderoso y ella tenía miedo de acudir a la Policía. Solo cuando fue «demasiado mayor para él», con 17 años, Epstein la dejó en paz.
Hace un par de semanas, Lacerda compareció frente al Capitolio, en Washington, rodeada de docenas de mujeres que vivieron su misma historia. Reclaman que se hagan públicos todos los documentos sobre el caso que están en posesión del FBI y el Departamento de Justicia de Estados Unidos.
Y es que seis años después del suicidio de Epstein en la cárcel y cuatro años más tarde de que su cómplice, Ghislaine Maxwell, fuera declarada culpable y condenada a veinte años, la dimensión de sus crímenes aún se desconoce. El Departamento de Justicia admite que el número de víctimas es de al menos 1000 mujeres. «Su casa era una puerta giratoria. Siempre había chicas –declaró Lacerda–. Si estaba en Nueva York, organizaba su agenda para ver a tantas como fuera posible. Diría que veía entre cinco y ocho mujeres, quizá incluso más, hasta diez al día».
El caso Epstein es la pesadilla de cientos de mujeres, pero también de Donald Trump, amigo íntimo del pederasta durante 15 años. El presidente dedicó buena parte de su campaña a acusar a los demócratas de encubrir la supuesta 'lista' de clientes de Epstein porque, aseguraba, en ella aparecían destacados políticos, intelectuales y famosos progresistas, al tiempo que prometía que, cuando llegase a la Casa Blanca, haría pública toda la información de la que dispone el Gobierno.
Aunque sus acólitos, como el podcaster Joe Rogan, hicieron de la 'lista Eptstein' un casus belli contra los demócratas, nada más llegar al poder Trump cambió de idea: ahora asegura que esa lista no existe y que insistir en que se haga pública es «una estafa demócrata sin fin».
Trump confiaba en que, con ese giro de guion, el asunto quedaría zanjado. Pero nada más lejos de la realidad. Los sectores más radicales del movimiento MAGA siguen exigiendo que los documentos salgan a la luz. La investigación abarca miles de archivos: la mayoría permanece en manos del FBI, aunque un comité de la Cámara de Representantes ya tiene 33.000 páginas. El Partido Republicano ha bloqueado todos los intentos de forzar su publicación, calificándolos de «acto muy hostil hacia el Gobierno» y advirtiendo de posibles represalias contra cualquier republicano que respalde esa iniciativa. Pero no todos se han amilanado. La presión para la publicación de los documentos arrancó con dos congresistas: el demócrata Ro Khanna y el republicano Thomas Massie. A ellos se unió, sorprendentemente, la ultraderechista Marjorie Taylor Greene, una de las más firmes partidarias de Trump. Y es que Rogan y los otros influencers del espectro MAGA se resisten a correr un tupido velo sobre el escándalo. Rogan, de hecho, llegó a sugerir que Trump usó el ataque a Irán en junio para desviar la atención del caso.
Frente a los trumpistas que defienden la publicación se encuentra un singular muro humano, liderado por el director de FBI, Kash Patel, y la fiscal general Pam Bondi. Ambos, cuando fueron nombrados y todavía influidos por la narrativa de campaña, se comprometieron a «revelarlo todo». Sin embargo, en julio, sin mediar explicación, cambiaron de discurso y declararon que no había nada que revelar. Nada de nada.
Como es lógico, tanto secretismo dispara aún más el interés sobre esos documentos, al tiempo que multiplica las teorías de la conspiración. Las preguntas sin responder de interés objetivo son básicamente dos... y media. La primera: ¿quiénes están involucrados en la red internacional de explotación sexual de Epstein, ya sea como cómplices o como clientes? La segunda: ¿de dónde salieron los millones de dólares que le permitieron relacionarse con celebridades y autoridades de ambos partidos? Y la pregunta 'colateral' es: ¿cómo murió realmente Epstein?
La respuesta a estas cuestiones puede estar –o no– en los papeles que guarda el FBI, pero quien seguro tiene la clave es una mujer: Ghislaine Maxwell, novia, cómplice y reclutadora de menores para Epstein, delitos por los que cumple veinte años de prisión.
Trump custodia los documentos y ahora quiere tener bajo su control –o más bien, contenta– a Ghislaine; y para ello no descarta indultarla. Cuando le preguntaron sobre ello en agosto, respondió: «No sé nada sobre este caso, pero sé que tengo derecho a ofrecer el indulto presidencial. Lo he hecho antes, pero esta vez nadie me lo ha pedido».
De momento, a Maxwell la han trasladado a una prisión de mínima seguridad y el 24 de julio recibió la visita del fiscal general adjunto, Todd Blanche. En la transcripción de la entrevista –que el Departamento de Justicia hizo pública en agosto– se recoge que Maxwell afirmó no haber sido testigo de alguna conducta inapropiada por parte del presidente Donald Trump o del expresidente Bill Clinton, y calificó de «inconcebibles» las acusaciones de que el príncipe Andrés mantuvo relaciones sexuales con una menor. También dijo que no había ninguna lista.
¿Pero por qué el fiscal general adjunto va a visitar a una convicta como Maxwell? El 17 de julio, una semana antes, el diario conservador The Wall Street Journal, cuyo dueño es Rupert Murdoch –nada sospechoso de veleidades demócratas–, publicó una exclusiva: la carta de felicitación de cumpleaños que Trump envió a Epstein en 2003. La misiva, según describía el periódico, «contiene varias líneas de texto mecanografiado enmarcadas por la silueta de una mujer desnuda, dibujada a mano con un rotulador grueso. Un par de pequeños arcos marcan los pechos de la mujer, y la firma del futuro presidente es un garabato de 'Donald' debajo de su cintura, imitando el vello púbico femenino. El texto concluye: 'Feliz cumpleaños, y que cada día sea otro maravilloso secreto'». La reacción de Trump no se hizo esperar. Al día siguiente, sus abogados demandaron por libelo y calumnia a las empresas que publican The Wall Street Journal, a su dueño, Rupert Murdoch, y a los dos reporteros que firmaban la exclusiva. Trump pide una indemnización de «al menos 10.000 millones de dólares».
Si la carta es auténtica o no lo decidirá un tribunal. Ahora, la carta ya se ha hecho pública como parte del libro de felicitaciones a Epstein por su 50 cumpleaños, que está en manos del Congreso. Pero, según el periodista Michael Wolff –autor de Fuego y furia: en las entrañas de la Casa Blanca de Trump y que durante años trató tanto al actual presidente como a Epstein–, la exclusiva del Wall Street Journal fue en realidad un mensaje de Ghislaine para Trump, con el que lo advertía de todo lo que aún podría revelar, incluida la posible existencia de vídeos.
Lo que los seguidores de Trump no entienden es por qué el presidente se resiste a publicar los documentos o, por lo menos, sacar a la luz los suficientes como para dejarlos satisfechos. Que Trump fue amigo cercano de Epstein durante 15 años lo prueban numerosas fotos y vídeos, pero de momento no hay pruebas de que estuviera involucrado en sus crímenes. No es que no supiera de sus 'gustos' y sus relaciones con menores. En 2002, Trump dijo: «Conozco a Jeff desde hace quince años. Es un tipo fantástico. Es muy divertido estar con él. Incluso se dice que le gustan las mujeres hermosas tanto como a mí, y muchas de ellas están en el lado más joven».
Wolff ha detallado numerosos encuentros en los que los dos amigos se retaban a ver quién se 'tiraba' a más modelos. Wolff aclara que hablaban de 'modelos', no de niñas, «aunque tampoco es que se especificase su edad». Según Trump, su amistad con Epstein terminó en 2004, cuando este le robó personal de su residencia Mar-a-Lago. «Contrató a personas que trabajaban para mí –explicó el pasado julio–. Cuando me enteré, le dije: 'Escucha, no queremos que te lleves a nuestra gente'. Y no mucho después lo volvió a hacer. Entonces le dije: 'Fuera de aquí'». Entre ese personal estaba Virginia Giuffre, la mujer que más tarde acusaría al príncipe Andrés de agredirla sexualmente cuando tenía 17 años. Este pasado 25 de abril, Giuffre se quitó la vida a los 41 años.
Detrás de estas palabras de Trump está su interés por dejar claro que rompió con Epstein antes de 2005, cuando se abrió la primera investigación contra el pederasta: ese año, una mujer denunció ante la Policía de Palm Beach (Florida) que una mujer había llevado a su hijastra de 14 años a la mansión de Epstein, donde le pagaron 300 dólares por desnudarse y masajear al financiero.
Que el nombre de Trump aparezca en los papeles de Epstein pocos lo dudan. Pero en qué grado está implicado es imposible de saber sin tener acceso a toda la información. Y aquí es donde entran las nuevas investigaciones... y las teorías de la conspiración.
Si, como dicen sus seguidores, Trump no intenta salvar su 'buen nombre', ¿a quién protege? Una teoría apunta a Melania. Fue Epstein, afirman, quien se la presentó a Trump y, aunque ella amenaza con multimillonarias demandas a quien la vincule con el pederasta, es inevitable que su nombre circule por las redes, sin pruebas, vinculado a las 'chicas Epstein'. Otras teorías apuntan a que Epstein, judío, era un agente al servicio de Israel. Esto, entre otras cosas, explicaría el incierto origen de su fortuna. Sobre este punto, el senador demócrata Ron Wyden ha descubierto cerca de 5000 transferencias bancarias entre Epstein y sus socios comerciales, valoradas en 1100 millones, pero el origen del dinero sigue sin estar claro. Wyden ha solicitado información al Departamento del Tesoro, pero hasta ahora no ha tenido respuesta. Por otro lado, la semana pasada, The New York Times publicó un exhaustivo informe sobre la relación de Epstein con el banco JPMorgan, que siguió prestándole dinero y haciendo operaciones con él incluso después de ser condenado por pederastia.
Oficialmente, Epstein hizo su fortuna como avezado inversor, y luego multiplicó sus ganancias gestionando el enorme capital de Leslie Wexner, presidente, entre otras empresas, de Victoria's Secret. Cuando Epstein falleció, tenía un patrimonio de 600 millones de dólares; la mayor inversión del pederasta en ese momento era en Valar Ventures, una empresa de Peter Thiel, el poderoso inversor vinculado a los grupos más reaccionarios de Estados Unidos y clave en la elección de Trump.
Sobre la extraña muerte del delincuente sexual, su único heredero –su hermano, Mark Epstein, un acaudalado promotor inmobiliario de Nueva York– ha pedido que se investigue su presunto suicidio y reclama que se hagan públicas todas las entrevistas que mantuvo mientras estuvo detenido. «Tenía información sucia sobre mucha gente. Alguien quería mantenerlo en secreto», asegura Mark Epstein. Sus sospechas se refuerzan con la constatación de que el vídeo de la noche en que murió, difundido por las autoridades para sostener la tesis del suicidio, fue manipulado: se borraron tres minutos y la edición eliminó el ángulo por el que alguien podría haber entrado en su celda, donde presuntamente se ahorcó con unas sábanas atadas a la litera.
En el libro de Wolff aparecen algunas jugosas declaraciones de Epstein, fruto de más de cien horas de entrevistas. El pederasta ofrece numerosos detalles sobre Trump –desde negocios irregulares hasta relaciones con mujeres casadas de sus amigos–, aunque nunca menciona a menores de edad, y admite que el actual presidente no es alguien a quien convenga enfrentarse. Por ello, en sus declaraciones judiciales se negó a hablar de él. Y, por irónico que resulte, en su conversación con Wolff, Epstein –uno de los mayores depredadores sexuales conocidos– termina acusando a Trump de carecer de «brújula moral».