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Katalin Karikó Sabio 02 | La bioquímica que salvó al mundo «Si no me hubieran tratado tan mal, no existiría la vacuna de ARN contra la Covid»

Con motivo de nuestro 35 aniversario y en colaboración con la Fundación BBVA, hablamos con la madre de las vacunas de ARN que han salvado millones de vidas en la pandemia de Covid. Hija de un carnicero húngaro que no acabó la primaria, detrás de su logro no solo hay una mente excepcional, también una extraordinaria historia de lucha ante las dificultades. Ahora le acaban de conceder el premio Nobel de Medicina por sus logros.

Por Carlos Manuel Sánchez | Fotografía: Csilla Cseke

Lunes, 02 de Octubre 2023

Tiempo de lectura: 11 min

La bióloga Katalin Karikó, de 67 años, es la madre de las vacunas de ARN, que hoy no existirían sin su perseverancia durante casi cuatro décadas de investigaciones. Nació en un pueblo de Hungría, donde creció sin electricidad ni agua corriente. Ayudaba a su padre a hacer salchichas y a su madre a fabricar jabón, lo que despertó su vocación científica. Estudió Biología y emigró a Estados Unidos. Pero nadie la apoyó durante años. «Recibía una carta de rechazo tras otra de universidades y farmacéuticas cuando les pedía dinero para desarrollar mi idea», recuerda. Ha sido galardonada con los premios Princesa de Asturias y Fronteras del Conocimiento de la Fundación BBVA.


XLSemanal. Estoy vacunado contra el COVID-19 gracias a que usted nunca se rindió. ¿Qué la sostuvo durante tantos años de incomprensión?

Katalin Karikó. Siendo adolescente, en el instituto, le escribimos una carta a un científico que había publicado un libro sobre el estrés. ¡Y nos respondió! Como soy de pueblo estaba emocionada. Así que me leí el libro. Decía que el estrés mata, pero que lo necesitamos. Sin los nervios de la anticipación no saldríamos de la cama. Tienes que aprender a convertir el estrés negativo en positivo. ¿Pero cómo? Concéntrate solo en lo que puedes cambiar. Cuando veía a mis colegas conseguir un ascenso y que a mí me bajaban de categoría, no me quejaba. La vida no es justa, ¡y qué! Yo seguía haciendo mi trabajo. Hasta que se acababa el contrato y me echaban. Pues a empezar de nuevo.

«Mi marido y yo nos fuimos de la Hungría comunista con 1200 dólares escondidos en el peluche de nuestra hija. Aprendes rápido a sobrevivir»

XL. No es fácil...

K.K. Porque la gente hace cosas por las razones equivocadas. Para agradar a su jefe, a su pareja, a sus hijos... Tienes que hacerte feliz a ti mismo. Yo soy feliz en el laboratorio porque creo en lo que hago. Y como me trataban tan mal, aprendí que no puedes tratar mal a las personas, porque duele. Un catedrático quiso que me deportaran. Pero no le guardo rencor. Si no me hubieran enseñado la puerta tantas veces, hoy no existirían las vacunas de Pfizer y Moderna.

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En equipo. Karikó y su colega Drew Weissman de la Universidad de Pensilvania, premios Nobel de Medicina 2023, por la tecnología de ARN mensajero que ha permitido crear las vacunas de nueva generación.

XL. Pero tantos años en precario deben de pasar factura.

K.K. Imagine... Llegas a una universidad puntera siendo una inmigrante húngara, la hija de un carnicero que no terminó la Primaria. Ves que tus colegas publican en Nature y Science. Todo eso te intimida, pero no debes rebajar tus expectativas. Mi salario no daba ni para pagar el alquiler, nos manteníamos con el trabajo de mi marido. Si echo cuentas del tiempo que he pasado en el laboratorio, me deben haber pagado un dólar la hora. ¡La de veces que he dormido bajo la mesa del despacho! Yo escucho y acepto las críticas, pero si me viene alguien dándose importancia, lo bajo del pedestal.

XL. Perdemos pronto la memoria, pero hace dos años estábamos rodeados de muerte y de ruina. Y, de repente, se anunció que las vacunas eran efectivas y seguras. ¿Cómo vivió ese momento?

K.K. Ya me lo imaginaba, porque habíamos probado el ARNm contra el zika y la gripe en animales. Y, durante la pandemia, cuando vimos los primeros datos en humanos, sabía que llegaría el gran día. Pero cuando vi que la efectividad era del 95 por ciento me comí un paquete entero de cacahuetes recubiertos de chocolate, sola, en el despacho.

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La perseverancia. Karikó en su laboratorio cuando, cuenta, su salario no le daba ni para pagar el alquiler. Pero nunca desesperó ni abandonó su línea de investigación.

XL. ¡Vaya celebración!

K.K. Llámeme ingenua, pero nunca me planteé fabricar una vacuna, solo quería que la molécula de ARNm fuese efectiva, menos inmunogénica (para que el cuerpo no la rechace) y más estable. Y que se pudiera utilizar en terapias con proteínas. A eso he dedicado mi vida. La primera investigación que leí sobre terapias de ARNm data de 1992. Seguí a todos los autores. Nunca más publicaron nada sobre el tema. Porque es una molécula que se degradaba enseguida, causaba inflamación, producía muy poca proteína. Había avances, pero muy pequeños.

XL. Hasta que usted y su colega Drew Weissman le cambian una letra a la secuencia genética del ARN y se produce el gran salto.

K.K. Sí, fue en 2005, cuando modificamos el ARN cambiando la uridina por seudouridina. Su peso molecular es idéntico. Pero el sistema inmunológico no la rechaza.

XL. Aun así, la comunidad científica tardó años en aceptar que funcionaba. Debió de ser frustrante.

K.K. ¡Pero teníamos tantas cosas que hacer! Fundar una compañía, convencer a la gente. Yo estaba en el laboratorio en Año Nuevo. Hacíamos cosas que nadie había intentado. Le enviaba un correo a Drew de madrugada y me respondía a los pocos minutos. Su mantra era que había que ensayar con monos o nunca nos publicarían. Me fui a por monos a las 3 de la mañana, conduje 600 kilómetros y a las 9 estaba en el laboratorio. Pero ya me habían degradado otra vez, así que me fui de la Universidad de Pensilvania. Era un gran sitio para aprender, cada semana había magníficas conferencias. Hoy no hace falta venir a América. Puedes estudiar en España y ver las conferencias en YouTube.

XL. Pero la Universidad se quedó con su patente y la malvendió por 300.000 dólares. Una patente que, en 2010, será adquirida por el grupo de investigadores que funda Moderna.

K.K. Cuando leí que Moderna iba diciendo que había descubierto todas estas cosas, cuando fuimos nosotros, en fin... ¿Pero qué iba a hacer, ponerme a llorar? Al menos alguien estaba haciendo algo. Y captaron un montón de dinero para la investigación en ARN.

XL. ¿Tendríamos vacuna si usted y Weissman no se hubieran conocido por casualidad en la fotocopiadora?

K.K. [Ríe] Creo en el destino. Fue como tenía que ser... Drew me enseñó inmunología y yo a él, bioquímica. Yo le decía: «¡Tengo una idea! ¿Por qué no hacemos esto?». Y él me respondía: «Seguro que alguien lo ha hecho ya; y si no, alguien lo hará». Llegó un momento en que yo solo quería asegurarme de que la industria no metiera la pata. Que no estropease lo que veíamos en los ensayos.

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Una familia de récord. Karikó con su marido y su hija, Susan, medallista olímpica de remo en Londres en 2012, y que en 2021 le dio el primer nieto a la científica.

XL. ¿Lo que consiguieron es convertir el ARN EN un manual de instrucciones que enseña a las células a defenderse por sí mismas, una especie de ‘chuleta’ del ADN para usar y tirar?

K.K. Correcto. Es como un mensaje en una botella. Pero una vez que las células lo leen, desaparece sin dejar rastro. Eso implica que no hay cambios permanentes en el genoma. A diferencia de las terapias genéticas con ADN, en las que puede haber mutaciones que, además, pueden pasar a la siguiente generación. Por el contrario, el ARN es efímero. Por eso no se encuentra en los fósiles de dinosaurios.

XL. La contrapartida es que hay que pinchar dosis de refuerzo. ¿Harán falta más contra el COVID-19?

K.K. Lo que dice Anthony Fauci [asesor médico jefe de la Casa Blanca] es que cada año nos pondremos una vacuna que se llamará Pan-Corona, y que protegerá contra todos los tipos de coronavirus, incluso los que no han saltado todavía a los humanos. Será una vacuna universal contra los coronavirus, sus cepas y mutaciones.

«Los negacionistas, primero, decían que el virus no existía; luego, que la vacuna no funcionaba o era un veneno. Iban a las televisiones... Aprovecharon que los científicos estábamos demasiado ocupados y ellos no tenían nada que hacer»

XL. ¿Este coronavirus nos puede dar todavía algún susto?

K.K. Soy muy optimista. Incluso si hubiera más mutaciones, el ARN nos permite reaccionar rápido. Las farmacéuticas ya tienen claro que el producto final debe ser una proteína. Y tenemos un método seguro y ágil para fabricarla.

XL. ¿Entonces hemos superado la pandemia?

K.K. Fauci dice que en esta generación solo podremos dar por erradicada la viruela. Habrá que vivir con el COVID-19. Porque no es como la polio, que solo infecta a humanos y a primates. El coronavirus infecta también a otros animales, que lo hospedan y en los que muta.

XL. Pero después de más de 6 millones de muertos y más de 500 millones de contagios, ¿al menos podemos decir que ha pasado lo peor?

K.K. A partir de ahora será como una gripe. Si estás vacunado, ya no te preocupa que puedas morir cuando te contagias. Con la variante ómicron hemos visto que, si tienes las tres dosis, no solo aumentan los anticuerpos, también su arsenal. Y el coronavirus no puede con él. La gente, sea porque está vacunada o porque ha pasado la enfermedad, tiene suficientes defensas. Y las células tienen memoria.

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POR QUÉ PASARÁ A LA HISTORIA
Por salvar al mundo de la Covid. El ARN era inservible para la ciencia. Hasta que en 2005 Karikó y Drew Weissman lo modificaron. Tanto la vacuna de Pfizer, en colaboración con BioNTech (compañía de la que Karikó es vicepresidenta), como la de Moderna se basan en su método.

XL. Pero China está confinando ciudades. ¿Es un problema de sus vacunas, de alguna nueva variante que no conocemos o de su política de cero contagios?

K.K. No lo sé. Sus vacunas están fabricadas a partir de un virus inactivado, que muere antes de ser inyectado. Pero no es tan efectiva como las de ARNm. Genera anticuerpos, pero no tanta inmunidad celular. Y quizá lo de confinar ciudades enteras es una reacción exagerada por parte del gobierno. Pero solo puedo opinar. No tengo datos suficientes.

XL. ¿Estamos preparados para futuras pandemias?

K.K. Sí. Contra un coronavirus puedes tardar entre seis semanas y tres meses en tener una vacuna. Encargas los genes y te llegan al día siguiente; en una hora fabricas el ARN y en 15 minutos consigues la proteína. Es así de rápido. Ahora bien, la vacuna contra la malaria, por ejemplo, es más difícil, porque la produce un parásito. Y los parásitos tienen mucho más genes que un virus. Y es más complicado hallar la diana.

«No pienso ni un minuto en si he salvado o no al mundo. Solo soy un eslabón de una cadena compuesta por cada científico que publicó algo que nos sirvió para seguir avanzando»

XL. ¿Para qué otras enfermedades puede servir el ARN?

K.K. En 2013 se organizó el primer congreso de terapias de ARN en Alemania. Solo había 30 personas en el mundo interesadas. Hoy tenemos compañías en Europa, América, Asia... No solo Moderna o BioNTech, donde estamos haciendo ensayos contra 17 tipos de cáncer, entre ellos el melanoma. Y contra la amiloidosis, una enfermedad del hígado que es letal...

XL. ¿Es partidaria de liberar la patente en países donde van retrasados con la vacunación?

K.K. Drew Weissman y yo ni siquiera queríamos patentar nuestro método para modificar el ARN. Pero nos dijeron que si no lo hacíamos, a nadie le interesaría invertir. En lo que se refiere a esta pandemia, no es tan fácil darte la receta y que metas los ingredientes en una bolsa y la agites. Hay que tener cuidado con muchos detalles, pasar miles de controles de calidad y evitar la contaminación. Si creas una instalación para fabricar la vacuna en África y no es sostenible, y cuando pase la urgencia la cierras, ¿qué pasa con toda esa tecnología? Creo que es mejor que la fabricación se centralice en laboratorios que garanticen que la vacuna es igual de buena para todos y que, si hay una nueva pandemia, se distribuirá a tiempo. Y más ahora, que parece que la globalización se ha acabado. Y cada país mira por lo suyo. Y hay algunos componentes que solo los producen unos pocos... Pero claro que me gustaría que la vacuna llegue a todo el mundo. Si yo hubiera querido hacerme rica, me hubiera dedicado a otra cosa.

XL. ¿Le sorprende el rechazo de los negacionistas?

K.K. Primero decían que el virus no existía; y cuando empezó a morir gente del barrio o alguien de la familia, que la vacuna no funcionaba, o que era un veneno. Iban a las televisiones y utilizaban un lenguaje fácil de entender. Yo me pongo nerviosa cuando hablo en público. En general, esta gente se aprovechó de que los científicos estábamos demasiado ocupados y ellos no tenían nada que hacer. Pero creo que la mayoría tiene un interés genuino por entender las cosas. Todo el mundo sabe lo que es una PCR o un test de antígenos.

XL. Ahora hay una guerra en Europa y, por lo menos, se han acabado las reticencias a la hora de acoger a los refugiados. Hábleme de su experiencia como emigrante.

K.K. Mi marido, Bela Francia, y yo nos fuimos de la Hungría comunista en 1985. Como no nos dejaban sacar más de 100 dólares, escondimos todo lo que teníamos, unos 1200, en el osito de peluche de nuestra hija Susan, que tenía dos años. Cuando no tienes conexiones, ni billete de vuelta, tienes que aprender rápido a sobrevivir. Mi marido es un manitas y le llevaba los aparatos del laboratorio para que me los arreglase. Nunca le pudimos comprar un juguete de la máquina de bolas del restaurante a nuestra hija. Susan se levantaba a las seis para remar antes de ir a clase. Ha sido medalla de oro olímpica dos veces. Hoy le he cocinado a mi marido una sopa de rabo de buey para celebrar que se ha comprado un coche nuevo, porque siempre fueron de segunda mano. Pero ninguno se quejó nunca.

XL. ¿Es usted consciente de que ha salvado al mundo?

K.K. No pienso ni un minuto en ello. Solo soy un eslabón de una cadena compuesta por cada científico que publicó algo que nos sirvió para seguir avanzando, mis colegas en BioNTech, los expertos de Pfizer... Además, si le pregunta a la gente de la calle por un científico famoso, en España solo se acordarán de Ramón y Cajal. Y de los vivos, nadie. Y aquí lo mismo. Pero todo el mundo conoce a las Kardashian.