
En las alcobas de la realeza...
En las alcobas de la realeza...
Viernes, 17 de Octubre 2025
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Cando Fernando el Católico enviudó de Isabel, era un cincuentón obeso a quien le gustaban las mujeres jóvenes entradas en carnes. Al año siguiente se casó con Germana de Foix, sobrina del rey de Francia, robusta y 36 años menor que él: él tenía 53 años y ella, 17.
Fernando quería un heredero para la Corona de Aragón y puso tanto empeño en engendrarlo que él y Germana de Foix rompieron la cama. Lo narró el bufón Francesillo de Zúñiga. Estando la pareja en plena faena «tembló la tierra y otros dicen que las antífonas (nalgas) de la reina». Lo cuenta Juan Eslava Galán en Amor y sexo en España contado para escépticos (Planeta), un recorrido por las costumbres amatorias de los españoles desde la Prehistoria hasta el cibersexo.
A pesar de sus afanes, Fernando y Germana de Foix –«complaciente y siempre aparejada para el acto», según Eslava Galán– no lograron el heredero deseado. Germana era «poco hermosa, algo coja, amiga mucho de holgarse en banquetes, huertas y jardines», escribe de ella el cronista Sandoval. Era fiestera. Según Jerónimo Zurita, cronista mayor del reino de Aragón, provocó la muerte de Fernando el Católico de un 'viagrazo' de la época: le dio de comer un cocido de garbanzos con criadillas de toro «para más habilitar del que pudiese tener hijos». Y, después de «holgar con ella, el rey se sintió indispuesto y ya no volvió a ser el mismo». Murió dos años después sin el heredero buscado. Y se achacó el fracaso a Germana. Pero ella no era estéril. Ni desganada en asuntos amatorios.
Germana no se mantuvo casta en la viudedad, sino que se encamó con el nieto de su marido, el emperador Carlos V. Ella tenía entonces 29 años y Carlos, 17... «y un hervor en la sangre», cuenta Eslava Galán. Su abuelo le había encomendado que cuidara de las necesidades de Germana, pero –deduce Eslava Galán– «probablemente aludía a otras necesidades». Germana y Carlos tuvieron una hija, Isabel.
Fue Fernando el Católico un rey apasionado, como lo fue su único hijo varón, el príncipe Juan. Lo casaron con «la fogosa Margarita de Austria, que pedía más cancha de la que el príncipe podría darle», dice Eslava Galán. «A los seis meses de la boda el agotado joven murió deslechado», añade. Avanzó a primea línea de sucesión Juana la Loca, que en cuanto conoció a Felipe el Hermoso adelantó la ceremonia rompiendo protocolos para encerrarse con él en una alcoba.
En su familia, Isabel de Castilla fue una excepción en la mesura sexual: a su medio hermano Enrique IV lo apodaron el Impotente, y su padre había sido todo lo contrario. Juan II de Castilla era, según Gregorio Marañón, «esclavo de la sensualidad y diariamente entregado a las caricias de una joven y bella esposa». Entre su mucha actividad marital, su probable bisexualidad (disfrutada, dicen, con Álvaro de Luna) y la patología mental que se cree que padecía, acabó «debilitado por los malos humores», explica Marañón.
Hay aventuras de lo más variado en la vida sexual de los monarcas españoles. Pedro II de Aragón, por ejemplo, no quería consumar el matrimonio con su mujer, María de Montpellier, hasta que ella le cediera su dote. Pero ella, muy pilla, se conchabó con el mayordomo de palacio. Le encargó que organizara una cita a ciegas con una nueva amante para el rey con la condición de que el encuentro fuera a oscuras. Así que Pedro se acostó con ella pensando que era otra y, como cuenta el escritor Jaume Pi i Bofarull, «la embistió con tal reiteración que cuando abandonó la cámara a la mañana siguiente le flaqueaban las rodillas». Y así concibieron a Jaime I el Conquistador, un rey guapo y alto que conquistó amplias tierras a los moros y muchas doncellas.
Muy fogoso fue Alfonso XI también. Hubo graves conflictos como consecuencia de su mucha actividad sexual: de sus dieciocho hijos, solo uno, Pedro I el Cruel, era de María de Portugal –su legítima mujer–, quien en cuanto murió el rey mandó decapitar a Leonor de Guzmán, madre de nueve bastardos reales. Pero uno de ellos, Enrique de Trastámara, arrebató el trono a su medio hermano Pedro I el Cruel, que había matado por su parte a tres hermanos de Enrique. Un Juego de tronos histórico y real.
De Pedro I el Cruel ha trascendido que «dormía poco e amó a muchas mugeres» siendo la suya, Blanca de Navarra, una excepción: la abandonó a los tres días de casados para escaparse con su amante María de Padilla. Y se cree que envenenó a su reina para estar más a gusto con sus amantes porque, «cuando se trataba de conseguir un objeto sexual, don Pedro no paraba en barras», cuenta Eslava Galán. Se encaprichó de Juana la Fermosa. Era tal el encalabrinamiento que convenció a dos arzobispos para que anularan su matrimonio con la reina. Se casó por fin con Juana y «pasó con ella una noche agitada y fecunda, puesto que la dejó embarazada». A la mañana siguiente la abandonó.
Fueron aficionados «al placentero trote» –Eslava Galán es muy creativo en sus eufemismos– también algunos Austrias. El emperador Carlos V estuvo muy enamorado de su mujer, pero tuvo amantes e hijos bastardos. Y luego le puso un ayo a su hijo Felipe II «para tasar las efusiones amorosas». Al pobre Felipe lo casaron con su tía María Tudor, 11 años mayor que él, «fea, desagradable, beata, huesuda, alopécica y con una dentadura careada». Felipe cumplió en el lecho nupcial y enviudó pronto de su tía María, para su alivio.
Su nieto Felipe IV pronto «cabalgó sin freno por todos los campos del deleite, al impulso de pasiones desbordadas». Disparaba a todas las faldas sin distinciones: «damas de la corte, humildes criadas y hasta monjas». Se calcula que engendró tres docenas de bastardos, además de los dieciséis legítimos con sus dos esposas.
Con Felipe V, «gran aficionado al ayuntamiento carnal» –explica Eslava Galán–, llegan los Borbones, mujeriegos y voraces algunos. Con su primera mujer, la pizpireta María Luisa Gabriela de Saboya, Felipe V pasaba los días y las noches en el dormitorio. De tanto encierro nacieron cuatro hijos. Pero ella murió joven. Se casó entonces Felipe con Isabel de Farnesio, fortachona e inagotable. Así lo contó el marqués de Louville: «El rey decae a ojos vista por el excesivo comercio con la reina […] vigorosa que lo soporta todo».
Su hijo Luis I se casó con Luisa Isabel de Orleans, bastante chalada, que se paseaba por palacio en negligé. A Luis lo sucedió su medio hermano Fernando VI, que no tuvo hijos porque «tenía los testículos atrofiados».
Después vino Carlos III, cuyo frenesí parece que se limitó al matrimonio: tuvo catorce hijos con su mujer, María Amalia de Sajonia. Cuenta Eslava Galán que, cuando ella murió, Carlos declaró: «Este es el primer disgusto que me da». Su hijo Carlos IV embarazó veinticuatro veces a su mujer, María Luisa de Parma, presunta amante de Godoy. Y eso que era, según Eslava Galán, «la mujer menos agraciada que ha reinado en España».
A continuación reinó Fernando VII, un monarca inoperante a quien «compensó la próvida naturaleza con un miembro viril de dimensiones extraordinarias. Tenía los testículos colgones y un pene deforme, estrecho en la base y abultado en el glande, lo que dificultaba el concúbito», cuenta Eslava Galán. A eso atribuyen su falta de hijos con las tres primeras esposas. La cuarta, su sobrina María Cristina, logró concebir (a Isabel II y dos niñas más) gracias a una almohadilla perforada que se ensartaba el rey en el pene antes de copular para reducirlo a un tamaño aceptable. Ay, el tamaño. De él hablan las Siete partidas, de Alfonso X, del siglo XIII: el pene desmesurado del marido era motivo de anulación matrimonial.
Cuando María Cristina enviudó, se casó en secreto con Agustín Fernando Muñoz, sargento de su guardia, con el que tuvo ocho hijos. Entretanto, pronto su hija Isabel II comenzó a mostrar interés por el sexo. «Cumplidos los 13 años, ya moza rolliza y bien desarrollada, se inició en el fornicio con Salustiano Olózaga, el ayo encargado de su instrucción», cuenta Juan Eslava Galán.
Es famosa la vehemencia sexual de esta reina a la que casaron con su primo Francisco de Asís, hombre «escasamente viril». Se desató la reina «ayuntándose con todo el que le apeteció» y engendró once hijos. Algunos de sus ilustres amantes fueron los generales Leopoldo O'Donnell y Francisco Serrano, el compositor Emilio Arrieta o el cantante José Mirall.
Su hijo Alfonso XII mantiene «la afición borbónica por los artistas» con sus amores con la soprano Adelina Borghi y la contralto Elena Sanz (con la que tuvo dos hijos). Y también era fogoso, pues su primera mujer, María de las Mercedes de Orleans, «murió a los cinco meses de casados, de un tifus agravado por el excesivo uso que hacía del matrimonio».
Murió Alfonso XII, a los 27 años, «estragado por el trabajo diurno y el trasiego nocturno», y habiendo dejado embarazada a su segunda mujer, María Cristina de Habsburgo-Lorena. Su hijo Alfonso XIII fue un obseso del sexo; 'el rey putero' lo han llamado. Tuvo muchas amantes y produjo películas de cine porno. El siguiente rey de España, Juan Carlos I, ha sido aficionado también a las artistas y otras señoras.
Como explica Juan Eslava Galán, el sexo y el dinero son los grandes motores de la Historia. Su libro se circunscribe a España. ¿Tenemos alguna peculiaridad? «La doble moral», responde el escritor.
¿Ha habido muchas diferencias de clase respecto a los usos amatorios de los españoles? «Las clases baja y alta altísima han gozado de mucha más libertad sexual que la pacata y mediatizada clase media, víctima de las represiones sexuales orquestadas por la Iglesia», concluye.