Nos cansamos de echar pestes sobre los realities, nos hartamos de generalizar sobre la frivolidad de determinados comportamientos en los programas de televisión, cuando la realidad es más espeluznante. Y lo es cuando Carlos Mazón miente de forma continuada y sin avergonzarse delante de todos los españoles. No es una opinión, es un hecho que los periodistas que investigan su actuación durante la dana llevan un año poniendo sobre la mesa. Por eso es delirante que cada día vayamos conociendo, minuto a minuto, más datos sobre los movimientos de Carlos Mazón y Maribel Vilaplana en una deriva que ya se ha convertido en un diario personal en el que solo nos queda saber el detalle principal. Conocemos el reservado en el que comieron, lo que costó el menú (165 euros), a qué hora Maribel salió del párking (19.47) y que Mazón se cambió de ropa y se puso un jersey hasta que llegó a su puesto a las 20.00. Sabemos que la comida duró cuatro horas y que hay 60 minutos ciegos en que no tenemos rastro de los dos. Pero sabemos que la casa de Mazón, El Ventorro y El Palau están en un radio de 400 metros. Y sabemos, claro, que la mentira tiene las patas tan cortas que en nada los periodistas encontrarán toda verdad. No es La isla de las tentaciones, pero como si lo fuera, pronto llegará ese día en que, como dice mi compañera Marta, alguien le dirá al expresidente (y a todos los que lo apoyaron en su desvergüenza): «Mazón, hay más imágenes para ti».