
Las personas que formamos cualquier comunidad a menudo nos empeñamos en ponernos difícil la convivencia
18 jul 2025 . Actualizado a las 05:00 h.Las personas que formamos cualquier comunidad a menudo nos empeñamos en ponernos difícil la convivencia. Una cuestión son los grandes desafíos o problemas, donde refinamos o reflexionamos nuestra respuesta, y otra las pequeñas cosas del día a día. La rutina hace que dejemos en manos del subconsciente nuestro proceder, ponemos el piloto automático, aflorando nuestras carencias y, sobre todo, nuestro egoísmo. Ese plano donde menos empáticos somos y que, lejos de avergonzarnos, parece hacernos sentir muy satisfechos.
Esta mañana he ido al centro de salud. Nada más entrar te das cuenta de que el ruido de fondo, conformado por múltiples conversaciones, es alto y molesto. Sobre todo, pienso, para las personas que acuden con ciertas dolencias. Nadie recrimina este proceder.
Bastantes personas se olvidan —o directamente no lo hacen— de poner en silencio sus móviles. A mayores, algunos responden llamadas y les cuentan parte de su vida a la sala de espera. Un hombre de 60 o 70 años llega con su moto hasta la misma puerta, donde aparca, atravesando el acceso peatonal de los usuarios, algunos con movilidad reducida, con el evidente peligro.
Mientras espero —unos 40 minutos— al menos cinco pacientes se saltan la cola y acceden al despacho de la doctora, supongo que para preguntarle por el retraso que, gracias a ellos, será mayor. Y pese a todo, cuando es mi turno soy atendida por una profesional que todavía exhibe una sonrisa como presentación, es amable en las formas y eficaz es su cometido profesional. ¡No perdamos la esperanza!